Valentín Tomé
Res publica: El mercado de la energía según Tesla
«A lo largo deL espacio hay energía, y es una mera cuestión de tiempo hasta que los hombres tengan éxito en sus mecanismos vinculados al aprovechamiento de esa energía». Esta frase pronunciada por el genial científico e inventor serbocroata Nikola Tesla (1856-1943) refleja la que fue su principal aspiración y obsesión durante toda su vida: dotar a la humanidad de una energía libre y gratuita procedente de fuentes renovables.
Nikola, como científico humanista que era, se quedó totalmente horrorizado al ver como operaban homo economicus de la talla de Edison, Westinghouse o Marconi en el periodo que le tocó vivir, conocido como el de la segunda revolución industrial, donde la electricidad y el petróleo sustituían al vapor y al carbón como principales fuente de energía. Mientras en su ánimo solo anidaba la pretensión de la búsqueda de la verdad en su práctica científica, para poner los frutos de esta, la tecnología, al servicio de la humanidad mejorando sus condiciones de vida; en aquellos hombres que en aquel momento además de inventores eran sobre todo capitalistas, sus principales pretensiones giraban en torno a cómo aumentar su dominio sobre los mercados energéticos ligados al aprovechamiento de la electricidad que entonces se encontraba en su fase primigenia para consolidar su poder sobre los mismos, creando monopolios u oligopolios, y aumentar así su poder y su riqueza. Es decir, se comportaban según los principios del liberalismo vigente en aquellos tiempos, maximizando sus propios intereses sin tener en cuenta los del resto de la sociedad; lo que los economistas neoclásicos conocen como egoístas racionales.
A pesar de su indudable genialidad y de sus múltiples invenciones, Tesla sentía una terrible frustración al ver que los frutos de su trabajo eran usados por las estructuras de poder dominantes para un fin que nada tenía que ver con sus pretensiones iniciales. «Si tuviera la suerte de alcanzar alguno de mis ideales, sería en nombre de toda la humanidad», había manifestado en su juventud.
Por eso, después de mucho reflexionar se dio cuenta que su objetivo final debía ser la transmisión inalámbrica de información y de energía. Pensaba que si lograba crear una fuente generadora de energía o de información que pudiese ser recepcionada por cualquier ser humano sin necesidad de un intermediario que la canalizase y pudiese así adueñarse de ella cumpliría así con el principio rector de su vida: «La ciencia no es sino una perversión de sí misma, a menos que tenga como objetivo final el mejoramiento de la humanidad».
Así, en la última etapa de su vida como investigador, trabajó incansablemente en lo que se conoce como Torre Wardenclyffe, una torre-antena de telecomunicaciones inalámbricas situada en Long Island, cerca de Manhattan, donde desde 1901 hasta 1917 estableció su laboratorio con la finalidad de que esta torre se convirtiera en un transmisor planetario, lo que permitiría "transmitir la energía y la información a través de la Tierra a cualquier distancia".
Aunque no podemos afirmar que Tesla tuvo excesivo éxito con este ambicioso proyecto (invito al lector interesado a indagar sobre su apasionante vida y su labor científica, en la actualidad existe abundante bibliografía al respecto), lo que nos interesa en esta columna es intentar responder a la siguiente pregunta: ¿estaba el genio serbocroata en lo cierto?. Es decir, ¿es posible que si dispusiésemos de una fuente generadora de energía o de información en nuestro país capaz de enviar ésta a cualquier punto del mismo sin necesidad de cableado lograríamos así satisfacer las necesidades energéticas o de información de cualquier ciudadano sin coste alguno para el mismo?
Para intentar responder a esta pregunta, comencemos con la información:
Por el mismo tiempo en el que Tesla realizaba sus investigaciones en la torre, Guillermo Marconi y su equipo lograron transmitir un mensaje a través del Atlántico gracias a su sistema de telegrafía sin hilos. Nacía así la radiotelegrafía, y con ella, poco después, la radio (que como casi todas las invenciones de un relativo grado de complejidad fue en realidad un proyecto colectivo, así Marconi usó para su desarrollo nada más y nada menos que 17 patentes del propio Tesla, aunque este jamás vio un duro por ello y esto sólo fue reconocido por un tribunal estadounidense después de su muerte). ¿Cumplió este invento con las expectativas de Tesla? Pues sin duda podemos afirmar que así fue. Hoy en día y desde hace décadas, basta con disponer de un aparato de radio para, convenientemente sintonizado, poder recibir la onda electromagnética que es transformada por ese aparato en sonido de manera totalmente gratuita. Las ondas de radio circulan libremente por nuestra atmósfera a la espera de ser captadas para transmitir información.
Con un grado de complejidad mayor, surge después la televisión, si bien, en esencia, sigue rigiéndose bajo el mismo principio físico que la radio para la transmisión inalámbrica de esa información: el uso del espectro electromagnético. Y al igual que la radio, si el ciudadano dispone de los dispositivos adecuados que recepcionen esas señales y la transformen en información audiovisual (básicamente en nuestros tiempos de televisión digital terrestre serían antena, decodificador TDT y aparato de televisión), podrá disfrutar de manera gratuita de una amplia gama de canales que emiten en abierto. Es decir, tal y como pensó Tesla, también en este caso la información se convierte en un bien público (otra cosa es la calidad de esa información).
La telefonía móvil fue el siguiente hito en la transmisión de información sin cables a larga distancia. Nuevamente hacemos uso aquí de las ondas electromagnéticas si bien dentro de un espectro diferente a los inventos anteriores. Sin embargo, como el lector ya habrá adivinado, aquí la cosa cambia bastante en lo referente a su gratuidad. Podemos disponer de un teléfono móvil, que si no tenemos un contrato o un modo de prepago con alguna compañía suministradora, este de poco más puede servirnos que como arma arrojadiza. Y es aquí cuando se rompen todas las reglas económicas sobre la oferta y la demanda. Hoy en día la mayor parte de los contratos de las diferentes compañías ofrecen llamadas ilimitadas en sus tarifas. Es decir, por primera vez en la historia de la economía en la oferta de un bien o servicio, da igual cual sea la cantidad demandada, usted siempre pagará lo mismo. De ello se infiere inmediatamente que el precio de ese bien, las ondas electromagnéticas que permiten la comunicación entre los diferentes móviles, no puede guardar relación alguna con su coste de producción. En la actualidad también en casi todos los contratos podemos disponer de un número ilimitado de SMS, sin embargo, paradójicamente, hasta la llegada de otros servicios de mensajería instantánea basados en la transmisión de datos como whatsapp, el short message service tenía un coste medio de 15 céntimos cada uno y reportaron miles de millones de euros de beneficios a las compañías. Todo ello teniendo en cuenta además que la onda electromagnética usada para dar cobertura al móvil es la misma en la que va codificado el mensaje.
Lo mismo ocurre con la última revolución tecnológica, Internet. Y también es posible disponer de esta forma de transmisión de información de manera inalámbrica gracias a la tecnología 4G o a la comunicación por satélites, ambas usando también ondas de radio para llevarla a cabo. En este caso la desconexión con las leyes de la microeconomía es tal que incluso a la hora de pagar por el servicio en la mayor parte de las ocasiones no importa el número de datos consumidos en un aparato (muchos contratos ofertan un número ilimitado), sino que incluso esto tampoco depende del número dispositivos conectados al mismo punto de anclaje wifi o router a través del cual se ofrece el servicio.
¿Cómo justifican entonces estas compañías estas anomalías ajenas a las leyes del mercado? Pues fundamentalmente aludiendo a la necesidad de cubrir las inversiones realizadas en el terreno de la comunicación para ofrecer estos servicios. Ahora bien, como acabamos de ver los costes relativos a la demanda del servicio no juegan un papel significativo en el precio final del mismo. Esto es debido a que una vez ejecutada la infraestructura necesaria, el servicio funciona de manera totalmente automatizada y apenas exige coste alguno de mantenimiento, es decir, responde a las eternas leyes de la física. ¿Y cómo saber entonces cuando esas inversiones están amortizadas y simplemente se trata de un abuso oligopólico que genera beneficios caídos del cielo? Pues simplemente es imposible saberlo. Pero para comprobarlo vayamos al principal objetivo de Tesla en sus experimentos en la torre: la transmisión inalámbrica de energía a larga distancia.
Transmitir energía a distancias considerables sin el uso de un medio material sigue siendo en la actualidad un reto cargado de dificultad. Ha habido importantes intentos al respecto mediante el uso de haces de láser pero de momento no han dado resultados satisfactorios. Es por ello que seguimos usando cables para transportar la energía desde su fuente de generación hasta su lugar de consumo. Una de las principales fuentes sigue siendo las centrales hidroeléctricas. A pesar de que la mayor parte de las mismas fueron creadas en los años 40 y 50 del siglo pasado, usando en muchas ocasiones mano de obra esclava bajo la forma de presos políticos de la dictadura, y de que estas funcionan de manera totalmente automatizada desde su creación sin generar apenas empleos, y casi no requieren de inversiones de mantenimiento, las compañías propietarias de las mismas argumentan que aún no están amortizadas, lo que no impide que a pesar de ello aumenten regularmente su cuenta de beneficios. En realidad, no son más que los nuevos señores feudales de un recurso público como el agua que manejan a su antojo para lograr aumentar el precio de la energía.
En lo referente a los costes relativos al transporte energético, las grandes compañías no tienen nada que argumentar pues este se produce en régimen de monopolio por Red Eléctrica Española (paradójicamente con un 80% de su capital en manos privadas) y ya va incluido, en porcentaje, en la propia factura eléctrica.
Pero, sin embargo, aunque no hayamos podido lograr de momento la transmisión inalámbrica de energía, si nos podemos acercar al sueño de Tesla de una manera diferente a la inicialmente imaginada por el genial inventor si pensamos en la fuente de generación. Hay dos de ellas que son totalmente naturales y que escapan del control de los oligopólicos energéticos. Me refiero al aire y a la radiación solar. Gracias al desarrollo tecnológico de las últimas décadas hoy si estamos en condiciones de aprovechar a gran escala la energía generada por el aire en movimiento o por la fusión nuclear en el interior de nuestro Sol. Aunque en la actualidad exista un intento desesperado por parte de las élites económicas por acaparar estas fuentes energéticas mediante la creación de megaparques fotovoltaicos o de ciclópeos parques eólicos que centralicen una vez más y pongan en muy pocas manos, como ha ocurrido siempre bajo el capitalismo, el control de un recurso fundamental como es la energía, nada podrá impedir que en un futuro, esperemos que más pronto que tarde, cada ciudadano se convierta al mismo tiempo en productor y consumidor de una energía generada en su propia vivienda mediante la instalación de una placa fotovoltaica y/o un microgenerador eólico.
Si atendemos a la Historia, es evidente que esta pérdida de soberanía por parte de las élites no se producirá sin resistencia. De hecho, en la actualidad ya se manifiesta cuando en vez de apostar por la descentralización y el autoconsumo, las administraciones siguen claudicando ante las presiones del oligopolio favoreciendo la creación de todas estas megainfraestructuras ecocidas e ineficientes, así como, a pesar de todo lo enunciado anteriormente, permitiendo que sigamos disfrutando de una de las facturas energéticas más elevadas de toda Europa. Por ello es fundamental que la revolución de la energía verde venga acompañada de una revolución ciudadana que termine con los privilegios de una élite que se ha apropiado para sí del componente primordial del Universo, la energía.