Beatriz Suárez-Vence Castro
La otra madre
Vaya por delante mi más absoluta repugnancia por el crimen de las dos niñas de Tenerife. Va acompañada de la pena que siento por tener que aclarar cuánto me repugna. Hemos llegado a un extremo como sociedad en que hasta lo obvio hay que justificarlo para que no te acusen públicamente de complicidad en el peor de los crímenes.
Leo con espanto la declaración de una señora, en el top de la popularidad española especialmente desde diciembre, tras haber dado las campanadas (literalmente) en la primera cadena, junto a otra presentadora a la que prácticamente no dejó hablar.
Convirtió lo que habría debido ser un momento de todos en un momento de duelo personal por la muerte de su hijo, relacionándolo con los muertos por la pandemia, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid. Hago aquí otra necesaria justificación: Respeto su dolor y no lo juzgo. Sólo juzgo la idoneidad de las formas y la adecuación del momento, únicamente desde mi opinión.
Ha dicho esta señora, que, al asesino de las niñas, deberíamos lapidarlo entre todos (sic) y que ella (madre amantísima) "tiraría la primera piedra”.
Esto lo ha dicho hoy, junio de 2021, bien pasada la Edad Media y aunque no lo he visto porque me da pavor, seguro que va por los dos millones de likes.
No ha sido ni mucho menos el único personaje famoso o anónimo que se ha pronunciado en términos parecidos
Tan sólo un día antes de estas declaraciones, un vecino de la familia del asesino comentaba que al padre le han caído veinte años encima y no tiene fuerzas ni para hablar. Este comentario ocupa una línea. De la madre, la otra, aunque también sea igual de madre que las demás, no se escribe ni una letra. Las asociaciones de mujeres no la tienen en cuenta y los mensajes de madre a madre no son para ella.
Ya que de padres hablamos, recuerdo al mío, fallecido hace nueve años. Hijo de un juez, que le enseñó a ver siempre las dos caras de una moneda, jamás comentó nada de lo que se cocía en su despacho ni con su mujer ni con sus hijas, mucho antes de que existiese la ley de privacidad de datos. Sí existía el secreto profesional, igual que ahora. Sólo que antes se cumplía.
Hubo una excepción allá, por los años ochenta/ noventa. Mi padre llegó desencajado a casa a pesar de que siempre, pasase lo que pasase en su despacho, tenía para nosotras una sonrisa.
Pasado un rato, seguía tan preocupado que la jovencita que yo era entonces le preguntó qué le pasaba.
"He atendido a los padres de un chico al que han acusado de matar a una chica. Se han echado los dos a llorar y no he sabido apenas qué decirles. No se me van de la cabeza". Entendí también que esto que me decía no era incompatible con la pena que también sentía por la mujer asesinada.
No hizo falta que me dijese nada más para que yo comprendiese que, aunque la peor parte de un asesinato (presunto en aquel caso) sea para quien es asesinado, no existe solo la familia de la víctima, con quién todo el mundo se vuelca inmediatamente, aunque no la conozca de nada.
Hay otra familia, otro padre y otra madre, que también están viviendo un infierno y que, en lugar de compasión, solo reciben odio, como si el crimen de su hijo, fuese también culpa suya.
Nos imaginamos a los asesinos como los de las películas, con familias siniestras que nunca les han querido, con unos padres horribles que no han hecho jamás nada bueno ni por ellos ni por los demás. O aún peor. Ni siquiera nos los imaginamos o, si lo hacemos, es para volcar toda la rabia y el odio que el crimen de su hijo o hija suscita, en una idea retorcida y mezquina de lo que entendemos por justicia. Cuidado. Los hijos pueden haber recibido amor y no devolverlo. Y eso no convierte a nadie en mal padre o mala madre.
Entre las obras que desarrollan esta idea, recomiendo la lectura de Tenemos que hablar de Kevin, de Lionel Shriver, escrito, aunque el nombre lleve a engaño, por una mujer y adaptado al cine en una película excelente protagonizada por Tilda Swinton que encarna a la sufrida madre. Y también de la novela La cena, de Herman Koch, que tiene, si lo prefieren, su versión cinematográfica.
Cuidado, porque nadie está libre de que una vida "perfecta" llena de gente "perfecta" con hijos e hijas "perfectos" de la noche a la mañana y a los ojos de los demás, tan perfectos también, tan ansiosos de impartir una justicia de la que se han autonombrado adalides, se convierta en algo monstruoso a lo que arrojar piedras. Las puertas que siempre estuvieron abiertas para los amigos que ya no vienen, amanecen llenas de insultos pintados cobardemente cuando nadie podía verlos. Los padres, que lo seguirán siendo para siempre y quizá a su pesar, estarán envejecidos por el dolor y la vergüenza sin que nadie vea en ellos ninguna de las bondades que antes los hacían tan populares.
Cuidado con hacer de nuestro dolor el único dolor del mundo, insensibilizados al de los demás; con creerse a salvo y por encima de todo mal.
Cuidado con hacerse rebaño y mirar solo en una dirección. Con despreciar la justicia, la de verdad, la que se imparte en los tribunales de un Estado de Derecho por quienes están habilitados para impartirla. Vivimos en un país en el que los mismos que abominan de la pena de muerte son los primeros en hablar de matar como si fuera una obligación de todo hombre y mujer de bien.
Existe una modalidad de Justicia, la justicia reparativa, no muy extendida en España que está dando sin embargo buenos resultados en Estados Unidos entre aquellos sectores contrarios a la pena de muerte y que se utiliza especialmente en aquellos crímenes cometidos entre personas a los que unen vínculos familiares o muy cercanos y que buscan, aun cuando reparar el daño causado ya no es posible, sí lograr que la rabia no nuble la razón y los actores jurídicos lleguen a un acuerdo con los afectados de manera que pueda determinarse entre las partes una manera de aliviar el conflicto más allá de una simple pena punitiva. Este tema ha sido ampliamente tratado en el espacio Documentos TV, emisión de 22 de junio de 2020, titulada Otra Justicia, que puede encontrarse en la página web de RTVE.
Termino recordando a Anna y Olivia y a tantos niños asesinados por sus padres y madres, el crimen más horrendo porque va contra la Naturaleza que debería dotarnos a todos del instinto de protección hacia quienes dependen de nosotros y hacer que prevalezca sobre cualquier otra circunstancia.