Manuel Pérez Lourido
Terrores y dentistas (2nd part)
A veces llegas del dentista con media boca aún anestesiada. Suele tener dos explicaciones: haber ido al dentista y no haberse pasado el efecto de la anestesia. Es irrestible esto de empezar el relato haciendo el idiota. Esa odiosa sensación de tener la boca dormida actúa como recordatorio de "a ver quién te manda a ti ir al dentista, en primer lugar". Te echas la culpa por algo inevitable, como cuando te lamentas por cumplir años y cosas así.
Luego se te pasa todo: el efecto de la anestesia y el de haberte jurado que no volvería jamás al sitio donde te la administraron. Y la vida continúa. Hasta ese mismo día por la noche. Poco antes de cenar, notas un poco de dolor en la zona molar. Te han echo una "apertura" allí, previa a una endodoncia. Ya que nos ponemos técnicos, hagamos el idiota hasta el final. Lo de "apertura" suena a término ajedrecístico y remite a la idea de abrir la zona para entrar a matar la raíz del problema. Lo que es una endodoncia, vaya. O sea, te está doliendo una muela aperturada. No puedes dormir, porque quedarse dormido ya es un jeroglífico en condiciones normales, como para hacerlo con un dolor sordo en la boca. No sé por qué un dolor puede ser sordo, pero yo no me lo he inventado. Ingieres un paracetamol y la sensación se atenúa, aunque a la mañana siguiente sigue ahí la matraca. Otro paracetamol. Y otro al mediodía. Por la tarde llamas a la clínica dental. Buscas el teléfono en google y acabas llamando a otro consultorio situado en la misma calle, como no podía ser de otro modo. Una vez que no consiguen encontrar tu historial y tu nombre no les suena de nada, se acaba resolviendo el misterio porque la confusión ya se había producido en otras ocasiones (hay más cabezas de chorlito polo mundo adiante) y terminan preguntándote directamente si realmente habías estado en esa clínica. Ups, piensas mientras te disculpas y se despiden amablemente (seguramente pensando: outro parvo máis).
Por fin hablas con quien tienes que hablar, les revelas tu rollo y acaban concertando una cita para dos días después. Y te recomiendan la ingesta de ibuprofeno en lugar de paracetamol. Esa misma noche, ibuprofeno de postre.
Recién levantado, el dolor sigue ausente. Y así durante toda la mañana. Y por la tarde vuelves a llamar a la clínica, tras asegurarte tres veces de que el número es el correcto. Anuncias que ya se te ha pasado todo. El milagro del ibuprofeno. Ojalá esa fuese la solución contra el pánico hacia los dentistas: una dosis de ibuprofeno.