Kabalcanty
Montones de chatarra (Parte 4ª)
Se cruzaron con escasos vehículos por la carretera asfaltada. Montones y más montones de chatarra se elevan a uno y otro lado de la calzada separados por unos quinientos metros. Dejabas de ver las montoneras y en breve adivinabas otras con la misma actividad que en la se empleaban Mat y Pat. Similares animales rebuscando entre la basura y otros hombres faenando sobre cintas transportadoras creando otras montañas al lado opuesto.
Vicky conducía con rapidez, observando la carretera con gesto serio. En ocasiones se mordía el labio inferior meditando algo o se limpiaba el sudor de la frente bajo el pañuelo con el dorso de la mano.
— ¡No te duermas, Pat! Llegaremos pronto.
Dijo Mat, sacudiendo el cuerpo del otro.
El herido tenía los ojos entrecerrados y los brazos habían ido perdiendo fuelle hasta quedar desmadejados en el asiento trasero.
— ¿Cuánto tiempo hace que nos salís del vertedero? -preguntó ella desde el espejo retrovisor.
Su timbre de voz había tomado un cariz más cálido, amable quizás.
Mat se había quitado la gorra para descansar la cabeza sobre el asiento. Sujetaba al herido con una mano para enjugarse el sudor del rostro con la manga de su camisa. El calor dentro del coche era infernal.
— Llevamos ahí…. -comenzó a decir desganado- pues una semana después de todo el destrozo. Puede que menos o más, no sé. Tú deberías saberlo mejor que nosotros.
La mujer alzó las cejas y parpadeó lentamente.
— La vida ha cambiado, Mat. -dijo- Del mundo que conocisteis queda lo peor. Vivimos sin futuro.
El hombre levantó algo la cabeza para mirar al retrovisor. Se sonrió con cinismo resoplando.
— Cuatro explotadores como tú que jodéis la vida más de lo que está.
— Escucha, Mat, no existe casi nada fuera de los vertederos. Casi podría decirte que sois afortunados en tener un trabajo que os saque de la mierda diaria de fuera.
La carretera llegó a una explanada: un poblado lleno de casas prefabricadas que se alineaban formando unas cuantas callejas. Había poca actividad. En las puertas de algunas casas había tipos sudorosos sentados en el suelo buscando la sombra y algunos niños correteando apareciendo y desapareciendo en las esquinas. Varios perros, olisqueando el suelo polvoriento, levantaron las orejas al escuchar el ruido del Land Rover.
Vicky paró el motor junto a una casa con una cruz pintada de rojo de manera tosca; churretones de pintura seca se desplomaban desde el dibujo.
— Buscaremos a Tom, si es que anda fresco.
Dijo ella, apenándose del coche.
Mat comenzó a mover al herido hacia la puerta del vehículo. Tiraba del cuerpo despacio intentando que amainaran los quejidos que suspiraba Pat.
— Muévete hacia el lado de la puerta hasta que pueda cogerte en vilo.
Le sacó con los pantalones teñidos de rojo y le acercó en volandas a la casa. Dentro el calor era más asfixiante que en el exterior. Había una camilla vieja, un armario con puertas de cristal, un arcón refrigerador y un escritorio con restos de comida. Olía a sudor fuerte mezclado con alcohol fermentado.
— Lo siento, Mat, pero el galeno está jodidamente curda.
Dijo Vicky, saliendo de un cuartucho por el que se divisaban los pies desnudos de alguien sobre un camastro.
— ¡Joder pues despiértale a hostias, Vic! ¡Este se nos muere!
Ella sacudió la cabeza e hizo un gesto de desánimo.
— Vamos a tumbarle en la camilla -dijo la mujer, yendo a ayudarle- Desinfectaremos la herida y la vendaremos para que no siga la sangría.
Le echaron yodo desde un frasco tapado con un corcho. El herido apenas se quejaba, mascullaba algo ininteligible con los ojos casi entornados. Su frente, perlada de gotitas de sudor, se tensaba y destensaba ante los manejos que sufría su cuerpo. Al final le vendaron con una gasa que hallaron en un cubo de plástico sin asas.
— Aprieta fuerte, mientras corto el esparadrapo.
Le dijo ella al tiempo que cortaba con un cuchillo un pedazo de adhesivo.
En ese instante, Mat miró sus manos. Después se palpó con urgencia los bolsillos del pantalón.
— Ya no te hace falta la puta navaja, no te apures -le dijo Vicky pegando el esparadrapo- Como dijiste antes: ya no hay vuelta atrás. Bienvenido al culo del mundo, colega.
Se llevó una mano a la boca para ahogar una carcajada.
— Sigo pensando que eres una jodida…..
— Puta. ¿Y qué? Son peores las putas o los cabrones que tú en este tinglado de mierda.
Mat se había acercado a ella amenazante. Luego se contuvo para relajar el rostro en una mueca de cansancio y abatimiento que le llevó a trompicones a la puerta de la casa. Tomó asiento a la sombra junto a una lata de conservas colmada de colillas de cigarrillos sin emboquillar.
— Fumemos, sí. –comentó Vicky, sentándose junto a él.
Le ofreció un cigarrillo liado que sacó de una pitillera de chapa que llevaba en el bolsillo delantero del peto. Le ofreció su chisquero para que prendiera el pitillo.
— Gracias, Vic –dijo él, tratando de esbozar una sonrisa de circunstancias- Es que me ha dado el bajón: he matado a un tipo y Pat puede que estire la pata. Joder es mucho en tan poco tiempo.
— Vamos, no te apures. La muerte está muy barata en estos tiempos, tío. Piensa que tú y yo todavía respiramos. Ese es el camino a seguir.
Frente a ellos, una calle era barrida por una polvisca que azotaba los paneles plásticos de la fachada de las casas. Se elevaba hacia el cielo turbio y al final se esparcía como un soplido sin garra. Un hombre, sin camisa y bajo un sombrero de paja, maldecía al viento elevando un puño al cielo. Los niños daban grititos persiguiendo los remolinos de polvo. Desde las nubes cuarteadas, se filtraban posos de oscuridad que iban llenando las grietas despaciosamente.
— ¡¿Quién cojones me ha puesto un fiambre en la camilla?! ¡¡¿Quién?!!
Un sujeto despeinado, con un cutis rojizo y en calzoncillos se puso a gritar desde el umbral de la casa con la cruz encarnada.