Kabalcanty
La mujer de su vida (3ª Parte)
Cuando entraron en el 'Terciopelo azul', una bocanada de calor humano, humo de tabaco masticable y licor agriado, les azotó el rostro. Un murmullo animado se mezclaba con las notas de un bolero que alguien arruinaba desde un pequeño escenario al fondo del local. Ella le iba a decir algo pero un hombre gordo, vestido con una chaqueta de lana de turbio color, se anticipó.
— ¡¿Alguien ha visto a la mujer más guapa del barrio!? -gritó, haciéndose hueco entre el abigarrado entorno.
El bar era un local de medio pelo que se enclavaba en el esquinazo de una de las callejas del barrio suburbial. Tenía una lucecita parpadeante sobre la puerta que representaba un micrófono al lado de una copa burbujeante y unas letras de neón deslucidas poniendo 'Terciopelo azul. Karaoke-bar'. El enclave, lúgubre y solitario, contrastaba con el clamor que salía del garito cuando alguien abría la puerta.
Habían tomado un taxi a la salida del mesón que él pagó escarbando los últimos dineros que tenía encima.
— Sin problemas, encanto, en el Terciopelo no vamos a pagar ni un chavo. -le dijo ella, dándole un toque con el codo.
Se acercaron a la barra, esquivando al público, que bien miraba burlón la actuación deplorable del karaokista apiñados en las pocas mesas, o bien bailoteaban o reían sin tino alrededor de las mesas, hasta que llegaron a una barra pequeña atestada de bebedores.
— ¡Hey, Chema, dos pelotazos de los míos! -se desgañitó ella, saltando por encima de las cabezas de la fila en la barra.
Chema, con un sombrero ladeado de tonalidad morada, le hizo un signo de aprobación mientras escanciaba unas copas con el borde pintado de rojo.
— El Chema es un máquina, ya le conocerás -dijo ella escudriñando su alrededor- Mira, pongámonos ahí.
Se apretujaron en el extremo de la barra donde colgaba el letrero de los WC.
— Voy al baño, cielo, que debo estar hecha un horror. Estate al tanto con las copas.
Él le respondió algo que ella no llegó a escuchar.
El barman del sombrero le puso las copas llenas del líquido color caramelo.
— ¡Menuda hembra, chaval! -dijo veloz, sin mirarle- Aguanta el alcohol más que un camello.
Tan eléctrico como llegó, se fue al otro extremo de la barra dando unos pasos de baile.
Dio un sorbo a la copa y arrugó el rostro con grima. Se llevó la mano al estómago para frotárselo un par de veces y provocar un eructo ácido. Puso las copas más al extremo de la barra. Esperó un par de minutos y después decidió ir también a los aseos.
Orinó rotundo, un chorro que golpeó la loza de entreverada negritud. Suspiró contemplando los grafitis que cubrían las paredes del wáter. Sabía que estaba bebido, demasiado bebido, pero 'el amor es más fuerte que la debilidad de mi cuerpo. Ella me da fuerza y en esa fortaleza confío toda mi esperanza', se decía subiéndose la bragueta. Se fue hasta un espejo desconchado. Vio sus ojos enrojecidos, su cara sonrosada por el alcohol, sin embargo se dedicó una sonrisa cada vez más satisfecha al tiempo que se lavaba las manos. 'Ella me ha elegido entre los mil pretendientes que habrá tenido. Sólo ella me he escuchado sin huir, sin mirarme como un bicho raro, sin juzgarme al sentarme en su mesa. Vale más que cualquier mujer porque ella es la mujer que siempre busqué, la mujer de mi vida'.
— Tronco, perdona, pero te estás metiendo en un berenjenal de tres pares de cojones.
Un tipo de cabellos rubios y ensortijados le hablaba a trompicones en el reflejo del espejo. Era bastante joven, tal vez como él o poco más, tenía los antebrazos totalmente cubiertos de tatuajes y le miraba a sus espaldas con expresión vacilante.
— Sabrás que estás con la jaca del Tony -continuó- y eso no le va a gustar ni miajita. Te lo digo porque tienes jeta de legal, de no meterte en líos, y te estás metiendo en un charco muuu gordo, colega.
Él le seguía observando desde el espejo. Escuchaba las palabras amortiguadas, como si le sonasen demasiado lejanas o veladas por un eco que le zumbaba en su cabeza embotada. El joven hablaba con los ojos medio entornados y balanceándose hacia adelante levemente.
— Tú verás lo que haces, tronco.
Sin volverse todavía, le vio perderse por la puerta del aseo.
Se dijo, mientras se secaba con su propio pañuelo, que poco sabían del amor aquellos que creían amedrentarlo con amenazas. Ella no amaba a ese Tony que la humillaba siempre con otras mujeres, ese hombre que maltrataba su cariño con engaños y que no era digno de una mujer como ella. Se apoyó en el lavabo para recordar sus tardes en su habitación. Solo, aislado, soñando con las aventuras amorosas que leía o visionaba en las películas que amontonaba en su cuarto. Ser el protagonista de esas historias para poderlas saborear fuera de ese cuarto que le protegía y también le privaba de habitar el mundo. Siempre deseó poder salir, vivir la vida de cerca y no contemplarla a través de otros. Tan sólo la perseverancia de su padre, la vergüenza de escuchar sus consejos un día y otro, la rabia súbita que le impulsó a penetrar en el mundo ese primer viernes le catapultaron a encontrar esa mujer idealizada pero tan real como ese aseo mugriento que le contemplaba indiferente.
Dio dos o tres pasos tímidos hacia la puerta, sin embargo el cuarto ya fue decidido, propulsado.
Ella estaba en el mismo sitio en la barra pero había un hombre a su lado. La tenía cogida por el talle mientras ella echaba la cabeza hacia atrás complaciente, esparciendo su cabello teñido por la espalda. Era un tipo alto, con entradas, peinado con abundante gomina que relucía entre la iluminación sonrosada del bar.
No le gustó aquello aunque, tal vez, era demasiado precipitado juzgar la situación, se dijo encaminándose a la barra.