Marisa Lozano Fuego
Una mano
Una mano
Todos hemos necesitado una mano, en algún momento de nuestra vida.Sea para sujetarnos a la encimera, para ducharnos. Para enjugarnos una lágrima.Una mano, una mano para saludar o estrecharnos. En gesto de amistad. Una mano, echar una mano, tender una mano. Un gesto de fraternidad. Es posible que la otra persona no la recoja. Tal vez nuestra mano quede suspendida en el aire, esperando, ahita de oxígeno, o como un apéndice sin guante ni dirección. También es posible que no. Si una mano halla otra mano, exactamente igual, tendida, con sus cinco dedos dispuestos y ganas de abrazarla , a lo mejor encajan a la perfección. Una mano sobre otra mano, una mano hacia otra mano, descansando, encajando como piezzas de puzle. Sí, ocurre. Una mano más fuerte que la nuestra, quizá más grande, para recoger nuestro dolor, nuestra duda, todo ese sudor y ese miedo. Quizá el temblor. Quizá el cariño. A lo mejor simplemente, abrazar el frío.
Hubo varias manos en mi vida, algunas más importantes que otras.Manos amigas estrechadas, manos hermosas de manicura que halagaban mi antaño rizosa melena , manos que te empujan al "éxito" o tratan de hacerlo por un barranco.Sin éxito, siempre he sabido frenar a tiempo. Con las menos llenas de tierra, sí.Pero lo hice. Manos chiquitas, de alumnado, haciendo grandes y hermosos deberes sobre Quevedo o el presente simple. Manos adolescentes.
Manos románticas que tocaban la fibra de aquellas canciones de discoteca en la desaparecida Carabás. Manos enfundadas en guantes que te quitaban un cabello de la cara.
Manos nudosas, de abuelos, de abuelas. Que representaban sabiduría.Con un bastón y unos años, y muchos consejos sensatos.
Las manos de los Reyes Magos.Las manos de una madre, sí, a veces tendidas para que se las cojas.
Pero hubo una mano especial. Grande, firme, fuerte, que me acogió en sus brazos al nacer. Que me sujetó cuando el oxigeno fallaba y el mundo también parecía hacerlo. En las crisis, en los llantos.
Una mano alzada y segura, a veces nudosas y siempre cálida, como al de un oso grandote. Un mano que me acunaba. Una mano que relataba cuentos de exploradores y leyendas. Una mano práctica y de pocas palabras, una mano Capricornio y omnipresente. En la lluvia. En el frío.
Una mano que hablaba más que las palabras y calmaba mi taquicardia. Aferrada a esa mano muchas veces mi latido y mi vértigo del mundo pararon. A veces sentí que faltaba, la necesité, la llamé y la busqué en los libros, en las amistades, en la Filosofia, en las ideas.
Creía que podía renunciar a esa mano buscando mi propio camino adulto.
El caso es que no la veía, pero siempre ha estado ahí.
Esperando que la tomara. Que la comprendiera. Pasa mucho con esas manos, son silenciosas y no desean hacerse notar.Pero están, recordadlo. Tendidas ante la tiniebla.No hablan.Pero están, ahí están. Siempre han estado. Y también nos necesitan.
Últimamente he necesitado aferrarme a esa mano. Me ahogaba la situación del mundo, la impotencia de no poder ayudar más. La mascarilla y la falta de futuro, el exceso de presente y la rabia palpable en el ambiente. La lejía el dolor, las divisiones de opinión, las multiplicaciones de dolor, el hecho de que mis manos nos fueran bastante para arreglar el mundo como un puzzle.
Esa mano , aun pensando yo que se había ido, aun sospechando que estaba lejana, aún temiendo llamarla, estaba ahí.
Y simplemente la tomé. Llevo dos días aferrada a ella en un intento por no desfallecer , en un torrente lluvioso de ideas y sentires que no entendí de pequeña y no entiendo aún, en un intento desesperado por volver a ser niña y que sea sencillo distinguir maldad de bondad , final feliz de triste y héroes de villanos. La mano me dice en silencio que no es sencillo, y que todo personaje de Historia tiene matices. La mano no me aconseja, solo sujeta mi caos o idealismo sin juzgarlo.
Sabiendo mucho más que los libros. Mucho más que las estadísticas .Muchos más que los diagnósticos y las materias de estudio, más que los periódicos y la alquimia.
Mucho más.
Sabéis por qué.
Porque es la mano de un padre, mi Padre, y sabiduría es milenaria.Viene el corazón y conecta directamente con la arteria aorta.Su sangre. Mi sangre. Nuestra sangre.Más espesa que el agua .Más sagrada que el vino.
Si tenéis una mano igual aferradla con amor. Nunca se ha ido. Si está en Otro Lugar, tened cuenta de que os protege como cuando estaba junto a la vuestra.
Una mano.Esa mano.Su mano.
Aún me sostiene. Probablemente aunque crea que las mías vuelan solas, me ha guiado toda la vida y quizás aunque me retire siempre , siempre estará y ha estado ahí.
Una mano. Esa mano. Su mano. Tendida y esperando que el tiempo o las generaciones nunca separen nuestro afecto filial.
Papá, te quiero.
Gracias por tu mano.
Siempre tendida, la mía.
Tu hija
María Luisa