Manuel Pérez Lourido
Pintando la mona
No está bien pintarrajear paredes que no le pertenecen a uno. Los niños que "decoran" las habitaciones de la casa con rotuladores suelen recibir algún "consejo" por parte de sus progenitores para que pinten la mona en productos celulósicos, pero si lo que han pintado son las paredes de la casa del vecino… ahí puede haber más que palabras.
No, pintar en lo ajeno no suele ser buena idea, por muy poco desarrollada que esté la sesera del pintor. Pero cuando un jovenzuelo o adulto, añada al agravio de los manchurrones la ignorancia supina, debería haber más que palabras.
Todo esto viene a cuento de las pintadas en los muros de la residencia de ancianos de Campolongo, en las que, amén de destrozar la obra artística de Sebastián Camacho, se califica a Castelao de "comunista". Repito, ya está bien atropellar el civismo, arrastrar por el suelo el respeto, pisotear la decencia (sustantivo que suele evitarse en tiempos donde todo se considera relativo) que además hay que aguantar la exhibición de necedad.
Es evidente que la formación cultural y el instinto de pintarrajear paredes son incompatibles. Dudo muchísimo de que los cráneos privilegiados que pintaron sobre la imagen de Castelao hubiesen leído Sempre en Galiza. Si tal hiceron, está claro que no se enteraron de nada.
Desde aquí pediría a la ciudadanía que se abstuviera de calificar como "burro" al autor o autores de este atropello, porque los burros son unos animales muy nobles y no hay derecho a descalificarlos con esa comparación. Eso sí, de ser identificados, además de hacerlos correr con el coste de la reparación merecían que se les obligase a seguir un curso sobre Historia de Galicia o, al menos, a escribir de puño y letra una reseña biográfica sobre Castelao. Aunque, honestamente, lo que de verdad de la buena tiene uno ganas de hacer no guarda relación con nada de esto. A uno le entran ganas de indagar sobre la posible existencia de un tipo de tinta especialmente concebida para escribir sobre la piel humana del escroto. Aunque lo haya hecho una mujer, es igual.
Es totalmente comprensible que cada cual, de acuerdo con sus filias y fobias, se vea un día agobiado por la necesidad imperiosa de expresarse, pero existen modos de hacerlo sin mancillar la propiedad ajena. A fin de cuentas, de eso va este texto.