Valentín Tomé
Res publica: El teorema de Pitágoras y el Derecho Natural
En estos tiempos posmodernos que nos ha tocado vivir, el relativismo es el paradigma dominante. Así es habitual escuchar en diferentes contextos y a todo tipo de personas enunciar de manera solemne que 'todo es relativo' (¿incluida esta propia frase?) o 'no existen verdades absolutas' (salvo, por supuesto, esta propia sentencia). De esta manera, el ser humano parece condenado a permanecer siempre en la ignorancia y la búsqueda de la verdad se vuelve una labor vana y condenada al fracaso.
Afortunadamente, desde los primeros tiempos de su andadura, el homo sapiens no atendió a estos principios e intentó, con arduos esfuerzos, alcanzar algo parecido a la verdad. Así, a partir de la asunción de unas proposiciones o enunciados tan evidentes para cualquier ser racional que no requieren de demostración (axiomas), siguiendo la disciplina férrea del pensamiento lógico, se concluyen otras proposiciones de carácter más complejo, llamadas teoremas, que pueden considerarse como grandes conquistas de la Razón. Los teoremas no se inventan, se 'descubren' fruto de un trabajo cognitivo, se revelan ante nuestros ojos.
Uno de los más famosos es, sin duda, el conocido como Teorema de Pitágoras. Su 'descubrimiento' por parte de diferentes civilizaciones pertenecientes a distintos contextos espaciales, temporales y culturales, habla a las claras de la universalidad de la Razón. Este teorema sirvió como base a Sócrates para demostrar que la aprehensión de conocimiento estaba al alcance de cualquier ser humano. Mandó traer un esclavo y después de dibujar un cuadrado en el suelo le preguntó si sería capaz de hacer uno el doble de grande. Por medio de las preguntas que Sócrates le iba haciendo, el esclavo logró, finalmente, dibujar un cuadrado el doble de grande sobre la diagonal del primero, aplicando correctamente lo que, sin saberlo, era el Teorema de Pitágoras. Frente a esta demostración tan incontestable, Menón, el propietario del esclavo, no tuvo más remedio que aceptar que estaba de acuerdo con su esclavo y, por lo tanto, que ambos eran iguales ante la resolución de dicho teorema.
Uno podría pensar que todo esto no tiene aplicación más allá del ámbito puramente matemático, que en el terreno de lo jurídico resulta imposible hallar verdades tan incontestables como la atribuida a Pitágoras. Nada más lejos de la verdad. Algunas proposiciones puramente formales como, por ejemplo, que es injusto tratar desigualmente acciones iguales o que a la razón le repugna la idea de que se condene a un inocente deberían ser axiomas fundamentales de cualquier ordenamiento jurídico. Y, de manera análoga a la Geometría, de esos principios se deducen a su vez otros, más complejos, como por ejemplo la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Por ello, la mayor parte de los Estados de Derecho modernos se construyen sobre ordenamientos constitucionales que incorporan, de manera natural, principios como los anteriormente citados. Es decir, son herederos de un Derecho Natural, que propugna la existencia de un conjunto de derechos universales anteriores a cualquier ordenamiento escrito o basado en la tradición. Existen, pues, toda una serie de cuestiones de orden práctico (garantías procesales, derechos civiles o seguridad jurídica) respecto a las que la razón impone sus exigencias formales al igual que en las matemáticas. Por eso es fundamental que determinadas cuestiones como la presunción de inocencia o el derecho a un juicio justo estén blindadas contra cualquier 'decisión' (aunque sea la de la mayoría) con el mismo rigor que nos está prohibido 'decidir' cuánto suman dos y dos. Ninguna urna podrá proclamar jamás que el Teorema de Pitágoras es falso sin atentar contra la razón, de la misma manera que no podrá jamás dictaminar que no es necesario probar la culpabilidad de un acusado para justificar la imposición de una pena sin que ocurra exactamente lo mismo.
Sin embargo, en los múltiples casos de corrupción política que han asolado este país en los últimos años, era común, y aún lo sigue siendo, que los políticos sospechosos de haber llevado a cabo actividades delictivas se apoyaran en los resultados electorales para reforzar su autoridad moral, como si la victoria en las urnas supusiera una especie de salvoconducto para hacer lo que a uno le viniese en gana. Desconocen, los que así actúan, que implícitamente están defendiendo de esta forma el Derecho Positivo frente al Derecho Natural. Es decir, aquel que se opone abiertamente al racionalismo jurídico, que niega que la norma pueda instaurarse a sí misma, y que sostiene que el orden jurídico se deriva de una 'decisión'. Y probablemente se sorprenderían si supiesen que su máximo exponente fue el alemán Carl Schmitt, conocido como el kronjurist, la corona o el cerebro jurista del III Reich, el principal artífice de la arquitectura jurídica del nazismo; que lleva al límite perverso la máxima de Hobbes: 'Autorictas non veritas facit legem' (la autoridad, no la verdad, es la que hace las leyes). En pleno siglo XXI, esa autoridad, por muy 'democrática' que sea, también debe ajustarse al imperio de las leyes; pues el Teorema de Pitágoras seguirá siendo verdad aunque se le niegue todas las veces que se quiera y por cuantos quieran.