Manuel Pérez Lourido
1, 2, 3... Privatizado
Hace unos días noté algo raro en mi interior. Más de lo normal, quiero decir. Un malestar en el alma llanera, un dolor con sordina, una molestia vital e impalpable. Lo supe enseguida, por una vez en la vida: me habían privatizado. Tuvo que ser por la espalda y sin mi consentimiento, por supuesto, me dije rabudo. Anoté en un papel el día y la hora, por si algún médico lo requiriese, en el supuesto de aún quedase alguno en condiciones de investigar una epidemia que se extendía como tal por el suelo patrio. Ya hablaba como un privatizado más y todo.
Esa mañana las indicaciones me sonaron a órdenes, las recomendaciones a prohibiciones y los consejos a amenazas. Percibí con claridad que se esperaba de mi igual trato con mis subordinados. Quería insubordinarme, pero estaba irremediablemente privatizado: sólo salían de mi loas a los de arriba e improperios a los de abajo.
Me convertí en un personaje de serie inglesa antigua. Al terminar la jornada laboral me fui a llorar al parque, pero no me salía ni una lágrima. Se me acercó un anciano que leyó en mis ojos la desgracia y, calmosamente, me ofreció un trago de sabiduría: debe permanecer tranquilo y no trabajar por dinero o promoción, sino por mera honestidad. Pero es que ya no sabré jamás quienes son mis jefes, con cada brinco de la bolsa la dirección habla otro idioma. Somos marionetas destinadas a producir. El anciano suspiró, extrajo de un bolsillo una petaca y me ofreció otro trago, esta vez de licor café.
Hay que aplicar el concepto de resilencia en estos casos, me dijo. Cuando uno se siente enterrado por el magma vital, ha de sacar fuerzas de su interior para permanecer puro. Le pregunté si era pariente de Paulo Coelho y se rió. De pronto me pareció treinta años más joven. Le di las gracias y se fue tras desearme suerte. Entonces se me ocurrió que aquel buen hombre ya debía llevar un tiempo jubilado. Al pensar en eso pensé en mi propia jubilación, me vine abajo otra vez y me eché a llorar.
El sabor del licor café en la boca me impulsó a rehacerme y un chucho asqueroso que se acercaba a levantarme y alejarme de allí.
Privatizado o no, me apuntaría a la resistencia.