Kabalcanty
Disquisiciones de un online writer
Cuando le dije a mi padre (hace ya tantísimos años que no me alcanza la memoria) que me gustaría ser escritor, él siguió canturreando para sí (lo hacía de una forma introspectiva: escudriñándote con la mirada vacía pero deglutiendo la respuesta musicalmente) como solía hacer la veces que prefería callar. Creo que días después, en el lugar laboral que compartíamos entonces, me dijo algo así: "Déjate de gaitas y empieza a "desmierdarte" en la vida para sacar verdadero provecho." Supongo que me lo dijo sin quererme herir, sin la maldad que nunca tuvo, pero comprendí que pedir que me comprendiera una familia pobre, que había que tenido que sufrir lo indecible por hacerse camino en aquella sociedad tan arbitraria (mucho más que la de ahora, aunque parezca mentira) de la década de los setenta y con el aliño del pragmatismo que conlleva la necesidad, era pedir imposibles.
En honor a la verdad debo apuntar que ya octogenario, preso de la enfermedad que le acabaría aniquilando, cuando publiqué mi primer libro, puso su mano sobre la mía y se le humedecieron los ojos en un silencio elocuente.
Acaso sea por eso que siempre he sabido leer los silencios. Lo cierto es que no debería ser compatible con la escritura en cuanto a su conclusión, sin embargo es clave durante su elaboración. El silencio y la soledad son necesarios para un escritor que se precie. Tantas cosas que han referido los silencios que he plasmado en mis libros como tantas soledades me han embargado frente a páginas en blanco.
He hecho este preámbulo (aunque no estoy muy seguro que venga a cuento de nada) porque voy a tratar de explicar cómo me veo actualmente ejerciendo de online writer, que es auténticamente lo que soy para tranquilidad de literatos y acólitos en la cresta de la ola.
Aparte de tener que aprender, a fuerza de golpes y borrones, a maquetar, paginar, diseñar portadas, mal conocer inglés, o dar la tabarra a mi hijo para que me explicara los intríngulis para ser un online, he aglutinado grandes dosis de paciencia para moderar la mala leche que he ido criando a fuego lento con la edad. He pasado de ser un Fernando Fernán Gómez, mi modo natural, a reciclarme en Jordi Hurtado, por ejemplo. Manejarme en redes sociales fue un suplicio al comienzo, ya que me asustó tremendamente la basura que se publicaba impunemente y tenerme que guardar el improperio de turno. Tienes que leer para que lean, me decía mi Pepito Grillo, aunque yo estaba morado de indignación y propenso a abandonar aquel sindiós. Sin duda, mi alter ego Fernán Gómez se rebelaba porque suponía que lo que yo publicaba tenía más valor literario que lo que leía.
Mira por dónde, gracias a mi hijo que me decía "impaciente y presuntuoso", que mi alma rancia se topó con Jordi Hurtado y lo fue adoptando como mal menor. Me tranquilicé, fui comprendiendo que ni la poesía ni la narrativa son tan excelsas como para llevarse un berrinche ni que mis escritos eran magistrales. Iba autopublicando lo que me daba la gana sin tener que rendir cuentas a nadie porque comprendí que verdaderamente me importaba un bledo ser o no ser conocido. Fue una labor ardua, tenaz a tenor del cabezota y malhumorado que contenía mi cuerpo, pero que al fin obtenía sus frutos. Que no gustaban mis escritos, que no había likes, pues tampoco a mí me gustaban otros y todos tan contentos o casi.
Embadurnado de esa amabilidad y gentileza Hurtado, me atreví a presentarme en público. Fueron escasas las veces, aburridas las más, pero tuve esos 15 minutos de gloria que todo el mundo tiene derecho, como dijo Andy Warhol, y no me sentaron nada mal. Adivinaba esa obsesión de algunos autores por balearnos con sus múltiples publicaciones o tuits diarios en pos de la recompensa que le ablandaba frente a su pantalla de pc o Smartphone sintiéndose, aunque fuese esos evanescentes 15 minutos, el bardo o prosista en boga. Sí, señor, lo entendía.
En cuanto a mi vida cotidiana poco hay que decir. Siendo ese online writer que soy es normal y lógico que nadie me conozca por la calle o cuando compro el pan. Tampoco he ganado premios de mención especial ni he participado en maratones literarios ni homenajes, o sea que, en efecto y tal y como andas pensando, soy lo que se dice un mindundi. Y tampoco me importa una mierda que nadie me conozca que es lo que diría Fernán Gómez, o que si no lustras tu imagen convenientemente no puedes pedir reconocimiento popular como dice el bueno de Hurtado.
Estos tiempos modernos, posmodernos, apocalípticos, minimalistas, antiduales o hipster (estamos ya en el 2020, así como el que no quiere la cosa), todo se parece bastante al remoto pasado (¿quizás detrás de 1950?) con la salvedad que antes los autores malos, desconocidos también, se pudrían de tuberculosis o alcoholismo escribiendo el papeles de wáter y actualmente nos bañamos en likes o retweets descomponiéndonos cegatos frente una pantalla táctil, led o dlp.
Finalmente deseo dejar constancia, poniéndome momentáneamente algo más serio, de ese puñado de autor@s que, poco conocid@s o desconocid@s, he tenido la fortuna de encontrar por las redes sociales, además de esas personas acaudaladas de una gran condición humana. Son escas@s en ese cajón de sastre pero tan placenteras que bien podría desdecirme de todo lo dicho. Pero ya es demasiado tarde: tendría que empezar de nuevo mi escrito y eso si que no.