Carlos Regojo Solla
No, no, no
Me ha vuelto a ocurrir y la sensación de paso del tiempo sin referentes enlazados o nexos comunes, me la juega mostrando un vacío que no puedo rellenar. Me detengo a pensar con el fin de precisar algún acontecimiento intermedio, paralelo o confluyente, personal o ajeno que dé justificación al transcurso de los días, y no lo consigo. No logro determinar como llevo llenado ese hueco entre el impacto de la noticia, en su momento, y el presente: ¡ocho años ya desde la huida de Amy! ¡No puede ser! ¿Qué me ha pasado, más o menos importante, desde entonces con capacidad suficiente para llenar ese espacio? ¿Con qué puedo justificarme? Llego a concluir que ambos hemos perdido ese tiempo, cada uno a su manera. Amy porque no pudo usarlo y yo, porque en mi soberbia, lo he dejado pasar sin más. Algo falla en la propia vida, en el anodino transcurrir de todos y cada uno de los segundos que van pasando, cuando no sabemos, al minuto, qué va ocurriendo. Algo que nos convierte en simples bultos, presentes ocupantes de un espacio, masas de carne organizada en códigos, relativamente perfectas, que consumen, se liberan y duermen. Máquinas que se mueven y desaprovechan las oportunidades de vivir, de ser conscientes de cada inspiración, de cada suspiro, de cada mirada.
"Yo he muerto cien veces" canta Amy desde un semi perfil anguloso y joven en el que destaca la acentuada inflexión de sus ojos que tantas veces han impresionado el vidrio del vaso lleno con la botella siempre vacía. ¿Qué nos sucede cuando dilapidamos el vivir con tanta insensatez? Un moribundo se lamentaba: "¡Tanto esfuerzo para nada!", refiriéndose a la vida que abandonaba. Una desesperanza que, cuando aparece prematura, incita inconsciente a coger el atajo, por defecto. En la vida, la lucha debe notarse en los capilares de los ojos. Es un problema de mirada. No estar y dejar de estar son siempre situaciones idénticas solo superables con el estar, el permanecer con el conocimiento de la dificultad y la aceptación del destino, sin pretensión de adelantarse excesivamente a nada, tratando de quedar en el punto de encuentro de los umbrales del dolor y la felicidad sin forzar ninguno de ellos, y esperar...Ya se encargará el tiempo de todo.
¡Ocho años, Amy!, ocho.
No, no, no.