Jesús Iglesias
Cayetana
Los votantes progresistas seguimos encantados de la vida con Pablo Casado. Pocos dirigentes del PP han hecho tanto por la movilización de la izquierda como el ‘principito facha’, así que, teniendo en cuenta la irrefrenable seducción que los posicionamientos reaccionarios provocan en nuestra sociedad, no podemos más que agradecerle que sacase del armario, sin aditivos, al derechón que todos los ‘populares’ llevaban dentro. Aunque se me antoja complicado que su carrera como líder del PP vaya a prolongarse mucho más allá de la conformación del nuevo Gobierno (o más bien, de lo que Núñez Feijóo tarde en ponerse de acuerdo sobre su futuro con Ana Pastor y los ‘sorayistas’ radicales), aún mantengo algunas esperanzas de que el partido de la gaviota valore su propósito de enmienda, su renuncia tardía a las tentaciones de la derecha y su retorno a los elixires del centro, amén de su flexible incoherencia, y acabe por renovarle todas las confianzas. A fin de cuentas, el chico no ha defendido nada que los militantes conservadores no pensasen o que el propio José María Aznar no hubiese afirmado ya durante sus años como señor de la guerra español.
Si nos lo dejasen un poquito más, Casado sería capaz de montarnos la revolución, derrocar a la monarquía y devolvernos en un par de años a los tiempos de la República. A él podemos pedirle las agallas y el arrojo que la izquierdita cobarde jamás se ha atrevido a tener. Su última valentía, respaldada entre otros por un servidor, ha sido proponer a su marquesa de Casa Fuerte, nuestra Cayetana Álvarez de Toledo, como portavoz de los ‘populares’ en el Congreso. Como era de esperar, la idea no ha gustado demasiado entre los barones (ni entre las baronesas) del partido, a los que ‘la más facha’ ha venido provocando cálculos renales con sus constantes exabruptos, su ferocidad verbal, su desenvuelto machismo y un argumentario tan brutalmente clasista y xenófobo que Le Pen y Salvini parecen Bambi a su lado. De consumarse la buena noticia, Cayetana eclipsaría por completo a los diputados de Vox (ya les gustaría a Abascal y Ortega Smith tener a una ‘hooligan’ como Cayetana Álvarez de Toledo en el partido… O, más bien, ser ellos mismos, como Cayetana) y el Congreso se convertiría en la tertulia política de ‘La Sexta Noche’.
Rubia de bote, como toda buena ‘pepera’ que se precie, con galones nobiliarios en sendos apellidos compuestos (el más puro pedigrí del PP que pueda uno encontrarse) y bastantes más nacionalidades que neuronas, la marquesa ha protagonizado en los últimos meses comentarios tan bestias que hubiesen hecho morir de orgullo al carlista más convencido. De su autoría son aseveraciones tan salvajes como: "¿Por qué se aceptan ruedas de prensa para los señores Sánchez y Junqueras y no para cualquier preso por corrupción, violación o lo que sea?"; "Ustedes dicen que un silencio es un ‘no’. Una duda: ¿De verdad van diciendo ustedes ‘sí, sí, sí’ hasta el final?"; "La huelga feminista es un disparate"; "No hay una organización de machos que se dediquen a matar a mujeres… No hay una ideología detrás de la violencia de pareja (¡violencia de pareja!, con dos ovarios)"; "Vox no es de derechas, se parece a la izquierda"; "La política lingüística de Feijóo no difiere de la de cualquier nacionalista", o, en relación con el referéndum catalán del 1 de octubre, "Eso es lo más grave que ha pasado desde el año 78, más grave que Tejero y Milans del Bosch con los tanques".
Cayetana fue, de largo, la gran vencedora en esa batalla que las tres ultraderechas emprendieron para ver quien la tenía más facha. Recibió como un salmo pronunciado por el mismísimo Papa (en su caso el anterior, no este ‘progre’ que tenemos ahora) esa llamada al orgullo de la derecha que hizo Casado tras tomar posesión y su convencimiento era tal que, incluso tras el monumental descalabro de las generales, era la única que no comprendía a qué venían esas fruslerías de su líder de retornar al centro. Es de lo poco en lo que coincido con Cayetana: por coherencia, uno no se puede acostar siendo facha y despertarse al día siguiente convertido en un ‘cicerone’ del centrismo radical (salvo si uno pertenece a Ciudadanos, claro, donde convertirse en militante puede significar pagar la primera cuota siendo casi del CDS y la siguiente como miembro de Falange Española de las Jons). Así que, por segunda vez en lo que va de año, ruego a Pablo Casado que satisfaga sus instintos ideológicas y desatienda de nuevo los consejos de los barones de su partido. Que muera matando. La izquierda española se merece al menos a una Cayetana como Dios manda.