Alexander Vórtice
Duelo de miradas
Es en época electoral cuando el ciudadano ejerce, por decirlo de alguna manera, de empleado del INEM. Con su voto le concede un puesto de trabajo a ésos que se hacen llamar a sí mismos servidores públicos y que, si la cosa no se tuerce, serán asalariados durante cuatro años.
Ante esto, el servidor público y/o político, se deja la piel en el campo de batalla, que suele ser la calle y los medios de comunicación. El político aparece sonriente, estrechando con fuerza manos ajenas, besando a mujeres, niños y ancianos, inaugurando parques, asfaltando vías públicas, ofreciendo globos con el emblema de su partido…
El político se muestra accesible, afectuoso y comedido. Él sabe bien de qué va la cosa. En las entrevistas no se cansa de prometer y prometer porque acaso esto sea lo que el pueblo más demanda. El político usa las redes sociales para testificarnos que está al tanto de todo lo que sucede en nuestro hábitat. Asimismo, suele subir a dichas redes vídeos donde se le ve recogiendo una caca de perro o plantando un árbol, o ambas cosas a la vez, dependiendo cómo de favorables vayan las encuestas.
Los políticos saben que su pan –"el vuestro", dirán ellos- está en juego y es por ello por lo que no se pueden permitir el más mínimo error. Así es que hasta el último día de campaña electoral darán guerra constante, arquearan la chepa para ayudar a cruzar a un octogenario la calle y, si es preciso, solicitarán un cara a cara con sus contrincantes.
Esto último es lo que quiere hacer en Pontevedra Rafael Domínguez, alcaldable en la ciudad que da de beber a quien pasa. Rafael ha exigido, que, no pedido, un cara a cara con el hasta ahora alcalde Lores. La sentencia de Rafael ha quedado clara: "cuando quiera, donde quiera y en el formato que quiera" (Rocky Balboa sería un amateur ante tal requerimiento de pugna).
Al parecer el líder del PP tiene clara cuál es su estrategia de cambio desde su aparición en la escena pública: transmitir expresiones que pongan nervioso al contrincante, invitar a comer a destacados miembros de la prensa y siempre -siempre- beber Coca Cola Zero allá donde vaya.
Ya les digo de antemano que este debate no se va a celebrar por mucho que Rafael señale "Lores o yo". Y es una pena, oiga, una pena. Es por ello por lo que yo emplazo humildemente desde aquí a los aludidos a que utilicen el formato "duelo al amanecer". La cosa se situaría en el Campillo de Pontevedra, con las primeras luces del alba, un combate de miradas cruzadas que perdería el primero que apartase la vista.
Rafael llegaría en su Rafaneta a una media de quince kilómetros por hora, sorteando a duras penas los lombos que flanquean la urbe. Luego, aparcaría con destreza, y con un termo de café en la mano, se sentaría en una mesa preparada para la ocasión frente al candidato Lores.
Miguel Anxo, por su parte, habría llegado dando un paseo por eso de fomentar la peatonalización y tal, bien abrigado eso sí, ya que a primera hora de la mañana siempre hay relente. Ambos hombres se mirarían sin tapujos, sin prestezas, como dos veteranos vaqueros del antiguo Oeste que son conscientes de lo que vale un peine, un chupito de whisky y un kilo de compost.
Lores asesinaría el silencio indicándole a Rafa: "E logo…, ¿nese furgón levas longanizas?". Pero Domínguez no se inmutaría, como mucho, clavaría sus ojos con mayor fervor en el entrecejo del alcalde, sin reprender la ofensa con palabras, sino con una ligera sonrisa.
La cosa no sé cómo acabaría, desconozco quién de los dos aguantaría más sin pestañear. Lo que sí sé es que la carraspera de Lores podría hacer que la mirada fija de Domínguez se distrajese, o incluso que lo hiciera la voz mañanera de algún transeúnte al pasar por allí mientras se pregunta a sí mismo:
"¿Estos dos a qué andan?".