Jesús Iglesias
La España silenciada
Aunque mis lacrimales se permiten muy pocas concesiones, el pasado jueves fue un día para llorar a lágrima viva, como declamaba el poeta Oliverio Girondo. Una jornada para entonar un abisal llanto. Para llorar de dignidad, de emoción, de rabia, de memoria, de felicidad. En apenas unas horas escuché en boca de la parlamentaria transexual Carla Antonelli uno de los pocos mítines políticos que ha sido capaz de conmoverme y, al llegar a mi casa, posé todos mis sentidos y mi alma sobre un documental que RTVE jamás hubiese emitido si gobernasen las tres ultraderechas: 'El silencio de otros'. Me sentí como si, de un tiempo a esta parte, la sociedad comenzase a abrir sus ojos de par en par hacia la decencia, la razón y la justicia. Como si estuviese abriendo su corazón hacia las minorías, hacia los más infelices, hacia los desheredados de gloria. Todos esos a los que denominaron 'perdedores', pero a los que ni la más bárbara de las crueldades logró doblegar ni vencer jamás.
Existe un síntoma inequívoco de nuestro despertar: el suyo. Los sectores más rancios de España se revuelven en el vómito de sus discursos de odio en respuesta a nuestros anhelos de justicia postergada. La ultraderecha no ha surgido, ya estaba ahí y jamás se fue. Esta España es tan solo una extensión de la que despedazó el lacerante golpe de Estado (que no alzamiento) de 1936. Desde el estreno de 'Caudillo' de Basilio Martín Patino (1974) hasta la emisión de 'El silencio de otros' (unos 40 años han pasado para que un documental explique a nuestros hijos qué sucedió), la democracia apenas ha podido asomar un poco la cabeza. No ha existido tal transición. No puede instaurarse un modelo basado en la justicia social si no se ha instaurado antes la justicia. No puede existir democracia en un sistema que ha dejado enterrados en fosas comunes a sus héroes civiles, en el que existe una monarquía elegida a dedo por un dictador y en el que todavía persisten como dogmas de fe los corolarios de la socialización del franquismo.
Jamás existió tampoco una guerra civil en nuestro país. Un grupo de generales, dirigido por Emilio Mola, organizó una inmoral traición contra un gobierno legítimo elegido en las urnas y que sostenía que ningún ciudadano debe ser más que otro (defender democracia y monarquía es una antítesis que hasta un niño de Primaria puede comprender con una simple regla de tres). Insisto, los ciudadanos los habían elegido, al contrario de lo que sucede con reyes y dictadores. No hubo dos bandos. Aquel era el gobierno de España, la patria de la que tanto hablan ahora los que se ponen en sus muñecas pulseritas de goma fabricadas en China y la que todos tendrían que haber protegido contra la ignorancia y la atrocidad castrense. Sí, compañeros 'fachas', unos defendían una causa justa (o más bien se defendieron porque no les quedaba más remedio) y los otros, no. Si realmente Mola, Sanjurjo y Franco hubiesen luchado por una causa justa, ¿por qué la 'guerra' (si es que se puede denominar así a la resistencia de la población civil contra un ejército fascista apoyado por Hitler y Mussolini) no terminó en una democracia, sino en 40 años de dictadura? ¿Era esa la causa justa de uno de los 'bandos'?
Así que, aunque demasiado tarde para algunos, que fallecieron antes del estreno del documental, e incluso muy tarde desde la perspectiva de la decencia humana, 'El silencio de otros' ha tocado en mí una herida que ni siquiera sabía que tenía tan en carne viva. Pertenecemos a una generación a la que se le ha ocultado deliberadamente, en la casa y en la escuela, la vigente Ley de Amnistía de 1977. A la que se ha repetido, como a los hijos de nuestros héroes (me niego también a llamarles víctimas), que es mejor olvidar y no tocar el pasado… Pero nosotros no vamos a olvidar. Porque no podemos. Porque no queremos. No vamos a aceptar más impunidad. Juzgar a monstruosos torturadores como 'Billy El Niño', Antonio Magro, Víctor Rodríguez, José Antonio Conde y Rafael Núñez es una obligación moral inaplazable. Restituir a las personas que, como Rosa García, Felisa Echegoyen, Chato Galante y Willy Meyer, las soportaron con candente dignidad, un acto de justicia sin el que nos negamos a seguir adelante. Las madres quieren saber dónde están sus niños robados. Nuestros mayores (para estos mayores no piden respeto los 'fachas'), dónde están sus padres y hermanos.
Ya han pasado 83 años del golpe militar y más de 40 del fin de la dictadura y seguimos aquí. No han logrado vencernos. Así que no, no hay ningún bando perdedor. Porque la justicia y la razón no se pueden doblegar fusilando, prohibiendo y torturando. Como le dijo Unamuno a Millán-Astray cuando increpó su discurso al grito de "¡Mueran los intelectuales!" (una dialéctica muy de actualidad entre determinados sectores de las tres ultraderechas): "Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta en esta lucha, razón y derecho".
Las lágrimas que mis ojos reservaron la pasada semana para otra ocasión son de azúcar y sal, de alegría y rabia contenida. Encendí La 2, como dije, al regresar de un mitin de Carla Antonelli, la primera mujer transexual en ocupar un cargo de responsabilidad parlamentaria en España, artífice, junto con Pedro Zerolo, de la ley que permite el matrimonio entre personas del mismo sexo y de la que hace posible el cambio de nombre y de género en el DNI. Vino a Pontevedra a respaldar la candidatura de la primera mujer trans que se presenta a unas elecciones municipales en la pétrea sociedad gallega, la valiente y dulce Ada Otero, y entre tantos instantes inaugurales, protagonizó un mitin que me recordó que, pese a todos y a todo, he logrado permanecer lúcido y del lado de la razón: "¡Ya no nos importa que nos miren. Ahora les sostenemos la mirada… Nos ha costado demasiados años de lucha llegar hasta aquí, así que, por muchos impresentables que vengan a decirnos que nos lo quieren arrebatar todo, les decimos claramente que no. Que hemos llegado, que no nos vamos a ir. Que les vamos a mirar de frente!".