Jesús Iglesias
Orgullo facha
No logro comprender el revuelo que han causado los 12 escaños alcanzados por Vox en las recientes elecciones andaluzas. Entre la amalgama de sentimientos y reacciones que deberían haber motivado los resultados electorales, no tendrían que hallarse precisamente la sorpresa o el escándalo. Al menos en lo que a programa e ideario se refiere, la horda de fascistas encabezada por Santiago Abascal viene a representar el pensamiento de una ingente cantidad de españoles, pero sin filtros ni vergüenzas: debemos deportar a los inmigrantes, ya que, por su culpa, no hay trabajo; es necesario levantar un muro en Ceuta y Melilla; la dictadura de Franco fue uno de los períodos más gloriosos de este país y la Ley de Memoria Histórica supone un insulto; la homosexualidad es una enfermedad social; el machismo no existe y las ‘feminazis’ están arruinando nuestra sociedad; la Ley de Violencia de Género discrimina a un género sobre el otro y debe ser derogada, y la caza y la tauromaquia son tradiciones que precisan de protección. Vamos, lo que lleva años opinando el facha nuestro de toda la vida. Pensamientos que en otro momento vendrían tamizados por una pátina de diplomacia, pero que ahora mismo, cuando ya nadie se pone máscaras y todos han decidido desempolvar sus banderas con el pollo negro, no tienen por qué disimularse.
Ante la casi extinción de las fuerzas progresistas, algunos partidos se han dado cuenta de que ya no tienen por qué esconderse bajo falsas etiquetas, como ese absurdo cartel de ‘centro’ hacia el que se mueven todos aquellos que aseguran no tener ideología y votar lo que consideran "lógico". ¿Qué es ser de ‘centro’? ¿Se puede tener una posición política intermedia en torno a asuntos como el machismo, el racismo, la homofobia o la monarquía? No existe el ‘centro’ ideológico, del mismo modo que resulta ridículo hablar de ‘extrema’ derecha o izquierda. Si uno se declara republicano, feminista y socialdemócrata no es de extrema nada, es progresista y punto. Y si alguien legitima el golpe de estado de 1936, considera que dos hombres no deberían besarse por la calle o cree que el movimiento feminista es innecesario, no es conservador ni moderado, sino facha a secas. No existe el centro o la moderación en determinados ámbitos. No se puede ser un poquito racista o moderadamente machista. Si crees que hay que expulsar a los africanos porque te están robando el trabajo, eres racista (además de dedicarte a vender cedés piratas en el top manta). La monarquía o las corridas de toros, o te gustan o no te gustan. No hay repúblicas de reyes o faenas sin astados. Tampoco se puede ser apolítico o indiferente ante algunos asuntos. Cada uno de los posicionamientos y opiniones que tenemos acerca de materias esenciales como el aborto, la religión, la libertad sexual o el maltrato animal nos configuran ideológicamente. Somos políticos cada vez que adoptamos una decisión, cada vez que nos expresamos y que respiramos.
Frente a los que se escandalizan ante lo que denominan irrupción de la ‘extrema’ derecha, yo celebro que la hipocresía del ‘extremo centro’ haya dejado de estar de moda y se pueda ver con claridad quién es quién. En apenas un par de años, hemos pasado de preguntar en una mesa de amigos de dónde sacaba el PP tantos votantes (mientras ellos miraban hacia el suelo y se reían por dentro), a la resucitación del ‘orgullo facha’. Una resurrección de lo reaccionario que quedó retratada en el discurso que Pablo Casado pronunció tras ser elegido nuevo presidente de los ‘populares’ y en el que básicamente animaba a los miembros del partido a no avergonzarse de su ideología. Algunos periodistas lo interpretaron como un giro a la derecha, un análisis erróneo, en mi opinión, y en eso coincido con Casado, ya que un giro supone un cambio de rumbo y, en este caso, jamás se ha producido. Resulta bastante revelador que alguien se dirija a una parte de su electorado teniendo que pedirle que no sienta vergüenza de lo que piensa. ¿Por qué habrían de sentirla si sus convicciones son justas? Yo, al menos, jamás he sentido pudor con relación a mis ideales, ya que considero que defiendo causas justas (de lo contrario, no las defendería). Y es lícito que a alguien no le gusten la lengua gallega, los homosexuales o los negros, pero, si es así, que no sienta vergüenza por ello. Si la siente es, precisamente, porque sabe o intuye que hay cosas que piensa que son un ‘poquillo’ nazis (a no expresarlas lo denominan ser políticamente correctos).
La ultraderecha no puede aparecer en España por el simple hecho de que nunca había desaparecido y de que jamás ha dejado de detentar el poder. Mientras los líderes fascistas de otros países fueron derrocados al término de la Segunda Guerra Mundial, en España protagonizaron un golpe de estado y permanecieron en el poder durante 40 apacibles años. Nuestra patria única e indivisible ya tenía partidos políticos mayoritarios que representasen a la derecha más retrógrada sin necesidad de que se crease Vox. La única novedad es que, en lugar de recaer sobre una única formación, los votos se repartirán entre varios partidos que, llegado el caso, no tendrán ningún reparo en pactar para gobernar. Los programas (y me los acabo de leer) contemplan prácticamente lo mismo, con la salvedad de que uno de ellos dice sin subterfugios ni medias tintas lo que los otros aún tratan de disimular con filtros y diplomacia (aunque cada vez menos, porque ya no es necesario).
Así que ni los éxitos electorales de Vox ni los de ningún otro lobo sin piel de cordero van a causarme mayor estupefacción, temor o decepción de la que no me haya causado ya una sociedad que considera estéril la reposición de la memoria de las víctimas de una dictadura militar y que etiqueta de nostálgicos a aquellos que hacen apología del Franquismo. Como leí hace poco por las redes sociales, nostálgicos son los que echan de menos el pub La Cabaña o los que coleccionan vinilos de la Blue Note en pleno 2018. Los que exaltan a un dictador fascista se llaman fascistas. Y ya que se han caído todos los telones y hemos empezado a mostrarnos como somos sin ruborizarnos, hagámoslo abiertamente. No hay por qué avergonzarse de que nuestro ideario coincida con el de Marine Le Pen o Donald Trump. Eso de guardarse el racismo y la homofobia eran otros tiempos. Hasta David Duke, ex líder del Ku Klux Klan, que parecía haber estado esperando con ansia esta salida del armario de los fachas en España, no ha podido reprimir sus ganas de felicitar a Santiago Abascal y a Vox a través de Twitter por haber iniciado "la Reconquista" en tierras andaluzas. No deja de ser irónico que incluso la editorial Vox, especializada en diccionarios, se haya mostrado indignada por la existencia de un partido que les ha robado su nombre. Pueden quedarse tranquilos, en lo que a cultura se refiere, es lo único que les van a robar.