Carlos Regojo Solla
Yo decido mi sueño
Me sorprende, y en ocasiones me cansa, mi mejor amigo. Le conozco … yo que sé desde cuándo!! Literalmente llevamos toda una vida sin ponernos de acuerdo en infinidad de asuntos más o menos importantes, discutiendo, enfocando los temas desde las luces y desde las sombras a las que recurrimos indistintamente según el momento de la diatriba en que nos vayamos encontrando. Reconozco que el tamiz frío y aséptico por el que pasa todo lo que tratamos, en ocasiones, tumba mis criterios y deja la insatisfacción y el sinsabor de la derrota en mi alma. Es algo a lo que no acabo de acostumbrarme. Cuando esto ocurre, se da cuenta, no hace leña del árbol caído y no insiste. Me conoce, respeta, y muchas veces convence aunque no se lo diga; pero él lo sabe. En esos momentos siento su dominancia mas la acepto porque no puedo perderlo y no aprovecha los triunfos para acrecentar su ego de forma excesiva. Sabe mantener el nivel justo de satisfacción individual cuando sube, henchido de razón, la fuerza de sus argumentos. Apasionadamente, trepa a lo más alto abriendo una nueva vía, luego se sienta en la repisa de la reunión y me espera para el relevo. En mi camino hacia el encuentro, cuándo recupero su esfuerzo, me asombro a veces de alguna de sus acrobacias, antes de reafirmar el concepto, con tal de establecer mi propia seguridad. Ahí es dónde mejor valoro su amistad. Me fuerza, me reta y me asegura. Por mi parte, en aquellas situaciones en las cuales se sitúa en el filo de la navaja, le echo una mano y le ayudo a mantener el equilibrio para evitarle así se decante peligrosamente, cosa que nunca ocurre. Entonces noto que pierde fuelle y aprovecho para dar comienzo al turno de mis alegaciones.
- No sé cómo enfocártelo,- le dije hace unos días -, me han ofrecido …
- Lo sé - me respondió -, no hace falta que te expliques y no te aconsejo aceptes. Ya sabes lo que pienso. Si aceptas y en tanto no finalices volverás a encontrarte con la inseguridad de lo nuevo. Recuerda que cuando viajas a una ciudad desconocida tardas en encontrar nuevos amigos, pero tus enemigos están ya esperándote a las puertas días antes. Es una fórmula matemática que ya conoces. Toda una aventura incierta. Mejor quédate y resiste, muchos lo han hecho. Además, sabes que andan en ello y esta vez puede lograrse. Comienza a ser un clamor.
No dije nada. Me esperaba aquello y no le contesté. Por experiencia sabía que la razón podía estar de su lado. Bajé la cabeza pensativo. Él era el racionalista, no yo. Se supone que, sobre un tema así, mi amigo, no tendría que dudar y por una vez debería coincidir conmigo. En todo caso aquel era un viaje distinto, un sueño que, inevitablemente, haríamos juntos.
Pero ya no me fío de los acuerdos sobre temas manidos de carácter místico que, por otra parte, llegarían tarde. Son como promesas eternas que suenan mucho una mañana, impulsadas por la presión de una necesidad, que se desinflan al poco, volviendo al olvido por mucho tiempo más. Alguien abre la válvula de presión, afloja el ímpetu y luego cierra al espita, calma la cosa y a seguir.
- Lo harás, seguro que lo harás. Pese a lo que te diga, terminarás aceptando. Lo sé. Te conozco; pero te apoyaré si decides continuar - aseguró. No te dejaré solo.
Tiene razón, lo haré. Qué otra opción me queda? Las ataduras de los eternos intereses conservadores que tanto me habían influido siempre, la educación recibida, esta vez me depararían un trayecto inhumano en el que otros harían en mi y no por mi. Conozco el proceso, sus consecuencias. He vivido todo eso antes, de como escapa la agradable tibieza captada en un beso postrero, la mirada implorante y resignada de unos ojos abiertos hacia ti con una pureza cristalina indescriptible que te suplican callados y a los que no puedes dar respuesta porque alguien te ata, secuestra tu voluntad, muerde tu mano y se apodera de tu libertad, de la poca libertad de que dispones cuando te hace falta ser más ácrata que nunca. Prefiero mi sueño.
Dejo pasar unos días en los que voy “haciendo maletas“, arreglando la vieja casa (no sé por qué), recogiendo recuerdos, llamando a gente como por casualidad. Todo ello tratando de parecerme al de siempre, forzando una sonrisa en el trato. No quiero protagonismos aunque noto alguna duda y sorpresa en los otros. Tal vez no se pueda ocultarlo todo. Entre las páginas de “Amor es solo una palabra”, de Joannes Mario Simmel, dejo una única foto de un atardecer en la laguna Cimera, con las sombras de las paredes proyectadas sobre el agua esmeralda, que alguien sabrá interpretar, y un poema:
Sueño fue todo.
Cansado en la vida,
dejad que prosiga
el sueño a mi modo.
Le noto a mi lado, callado. A veces esboza una sonrisa de resignación. No dice nada porque sabe que ahora soy yo el que abrirá la vía después del relevo, buscando una ruta entre la niebla espesa y desconocida que nadie sabe dónde nos lleva ni cuándo termina. Hasta ahí puedo llegar, ignoro el resto.
Cojo el teléfono, busco el contacto y llamo. Un tono nada más. Nadie responderá en principio. Me llevo la duda y el miedo, pero ambos pasarán.
Carlos Regojo Solla.