Rafael Domínguez
Pido la Paz y la palabra
El 5 de marzo de 1933, tras una crisis económica iniciada por el crack del 29, Adolf Hitler ganó las elecciones al parlamento en Alemania. Su partido de reciente creación, el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, conocido comúnmente como el partido NAZI, obtuvo un 47% de los votos y 288 parlamentarios del Reichstag. Esta victoria vino precedida de varios hechos, el cierre de periódicos no afines, la suspensión del partido comunista, o el incendio del Reichstag que derivó en una suspensión de varios artículos de la constitución alemana que impedían el acceso al poder total de Hitler en Alemania.
Los hechos en los años siguientes son de sobra conocidos, la eliminación sistemática de los rivales políticos, la creación de una policía propia que no respondía a la justicia (las tristemente famosas SS), y la persecución y asesinato de rivales políticos. La sociedad se vio inmersa en una persecución generalizada y permitida y promovida de diversos grupos étnicos, (no solo los judíos); los polacos, los gitanos, los negros o las personas discapacitadas eran señaladas primero y exterminadas después.
Todo aquel que no perteneciera a la raza aria era señalado por una sociedad que no supo, o no pudo hacer autocrítica hasta muchísimos años después.
En las últimas semanas, los demócratas españoles, hemos vivido con preocupación la deriva nacionalista de una parte de la sociedad catalana que ha reclamado al grito de democracia su deseo de votar. Esta sociedad, convulsa, ha estado dirigida por políticos, que se han saltado la legalidad vigente de forma voluntaria, prevaricando de forma consciente.
Una parte de la sociedad catalana ha secundado está acción sin hacer autocrítica, señalando a los no independentistas, marcando los comercios al estilo del que se marcaban las tiendas de los judíos en Alemania para que no se comprase en las mismas, o expulsando de los hoteles a los miembros de las fuerzas del estado por no ser como ellos.
La democracia española, la que ha traído la mayor época de paz y prosperidad de la historia conocida, está ante su mayor reto, una parte minoritaria de España, liderada por políticos irresponsables, intenta sustraer a los ciudadanos parte de sus derechos conseguidos con mucho esfuerzo y sacrificio, nuestro y de los que nos precedieron. La sociedad no debe consentir que unos pocos terminen con este estado de derecho.
Es un fracaso colectivo que la sociedad catalana no entienda que la democracia sin ley es como una estrella sin luz, no se entiende la una sin la otra. Son las autoridades políticas las primeras que deben cumplir las leyes, pues cuando no lo hacen auspician un nuevo orden, un orden dictatorial, en el que se retuercen las leyes a la medida de los políticos, haciendo de ellos dictadores.
Particularmente decepcionante me parece la actitud de muchos políticos nacionalistas locales, que arengando al grito de democracia, olvidan que la ley es la que los mantiene en sus cargos y la que les permite libremente debatir sus ideales. La irresponsabilidad de estos políticos es mayor pues tratan de trasladar la idea de que en Galicia hay un problema político similar al de Cataluña.
Me siento en la necesidad de escribir estas líneas y publicarlas, pues creo que los políticos españoles, debemos aportar nuestro grano de arena ante un desafío en el que nos jugamos la convivencia pacífica que tenemos. El orden constitucional es el garante actual de nuestras libertades individuales y colectivas y debemos mantenerlo a toda costa.