Beatriz Suárez-Vence Castro
Malayaka
El pasado 27 de mayo en el espacio de coworking Arroelo, situado en la calle Michelena, Inés Rodrigo hacía una interesante propuesta: pincho y bebida cuyo precio iba destinado a colaborar en las necesidades de un orfanato en Uganda.
Cómo se llega tan lejos desde Pontevedra pasando por Madrid es lo que esta profesora universitaria nos cuenta: a través de su experiencia como voluntaria. Una estancia de tres meses en el año 2016 bastó para que Inés se enamorara del proyecto de Robert, un ciudadano americano que, por auténtica solidaridad, empezó haciéndose cargo de un bebé que nadie quería y luego de otro y de otro. La historia de Malayaka, el organato ugandés comienza así: con tres niños acogidos que eran demasiados para una persona que, con un visado de tres meses de estancia en el país y sin más espacio que una habitación de hotel, comienza a pensar que hay que hacer algo más. Robert alquila un terreno en Entebbe, cerca de Kampala, la capital de Uganda y contrata a mujeres ugandesas para que se hagan cargo de los niños que desde aquellos tres iniciales llegan a ser más de cuarenta. Cada uno con su propia historia. Quizá la más sorprendente la de unos bebés trillizos que habiendo nacido en una familia ya demasiado numerosa son cedidos al centro por sus padres. O la de una niña de once años con una pierna rota en un accidente a la que es necesario acoger con urgencia.
Malayaka House nace del corazón de un ciudadano americano en el año 2005 y se cruza en el camino de muchos voluntarios que, como Inés, dedican su tiempo a mejorar la vida de los niños acogidos. La ayuda no pasa por el apadrinamiento individual si no por una aportación conjunta al proyecto a través de donaciones de particulares en Estados Unidos, España y Alemania.
Es un proyecto ambicioso y práctico que busca invertir lo obtenido en formación para los niños, de manera que ellos puedan llegar a ser algún día dueños de su propio futuro sin necesidad de abandonar su tierra y además mejorar las condiciones de vida de un lugar que, como muchos otros países de África, pertenece a un continente olvidado por el primer mundo.
Malayaka House ayuda a sus residentes a crear micronegocios como pequeños huertos en los que aprenden a cultivar la tierra y vender luego lo cosechado o a cocinar para poder elaborar pizzas y otros productos que tengan salida en un mercado por el que necesariamente ha de pasar cualquiera que quiera subsistir.
Tras dar a conocer el proyecto en nuestra ciudad, Inés vuelve a Uganda en Julio con un grupo de estudiantes voluntarios para seguir ayudando. A ella le ha cautivado para siempre la felicidad de unos niños que sonríen continuamente sin tener apenas nada.
Un proyecto similar al de Malayaka House, también en Uganda y en la ciudad de Entebbe, es lo que ha llevado, a Paloma Fole, estudiante pontevedresa, a emprender un voluntariado de tres semanas organizado por la Asociación Asdegal ( Acción Solidaria de Galicia) para ayudar en otro orfanato escuela. Paloma ha puesto en marcha una página a través de la cual se recogen donativos para poder conseguir además de lo que llevan los propios voluntarios, material que es imposible trasladar desde España y que debe adquirirse una vez que lleguen al país como cemento, placas solares, colchones, etc.
Ahora que está próximo el final del año académico muchos jóvenes aprovechan sus vacaciones de verano para embarcarse en un intercambio de emociones, ayudando en proyectos que, más cerca o más lejos, les mueven a ellos de su franja de confort y nos confirman a los demás en la esperanza de que un mundo más justo, más equitativo al menos en el reparto de la riqueza es, todavía, posible