Manuel Pérez Lourido
Inteligencia emocional
Hay gente a la que se le da bien la gente. Son poco hábiles con las manos, torpes con los números, van justos manejando el idioma... pero destacan en las relaciones con las demás personas. Y consigo mismos. Poseen eso que se ha bautizado como inteligencia emocional, un concepto de esos que se escurre entre las manos y que fue sintetizado en los años 80 por una corriente de autores que vieron como, en los 90, Daniel Goleman popularizaba el término con un exitoso libro sobre el particular. De pronto, todo el mundo se puso a hablar sobre inteligencia emocional aunque desconociese qué era exactamente. Ese conjunto de habilidades como el autocontrol, el entusiasmo, la empatía, la perseverancia y la capacidad para motivarse a uno mismo. Así, a vista de pájaro, uno puede hacer un autoanálisis para averiguar qué tal se maneja con los items antes citados, y por tanto descubrir qué tal anda de inteligencia emocional. Las buenas noticias son que se puede trabajar sobre este tipo de habilidades emocionales. No ocurre como con el coeficiente intelectual, que viene dado por factores genéticos y resulta escasamente modificable por mucha rabia que le de a uno. Como mucho, se pueden adquirir ciertas destrezas para ir tirando. En cambio, una vez identificadas nuestras lagunas emocionales, podemos ponernos a trabajar para obtener mejoras. La genética, la educación recibida y las experiencias durante la infancia determinan nuestra competencia en este ámbito, pero perseverando en el trabajo con las experiencias de tipo emotivo, podemos alcanzar mayores cotas de satisfacción con nosotros mismos y con los demás. Siempre se ha dicho que el paso del tiempo suele otorgar mayor sabiduría y autocontrol, de modo que si añadimos un esfuerzo con la intención de mejorar, podremos ser un poco más felices.
Una de las mayores críticas realizadas a Goleman ha sido por asumir la existencia de un tipo de inteligencia asociada a las emociones. Algunos autores han señalado que esto va en contra del consenso científico existente y que sus tesis asumen concetos erróneos sobre qué es la inteligencia. Un tal Locke y otros avisan de que no estamos ante otro tipo de inteligencia, sino ante la inteligencia (entendida como capacidad de comprender abstracciones) aplicada a un dominio particular, el de las emociones. Apuntan que el concepto debe ser re-etiquetado como una habilidad. Así, a bote pronto, parece un tipo de lo más razonable, el Locke este.
Sea como sea, no ha venido mal y cada vez resulta más necesario en un mundo en manos de la tecnología, hacer un poco de énfasis en los aspectos más relacionados con nuestra psique y con nuestra manera de comprender la realidad, a nosotros mismos y a los demás.
Luego tenemos la inteligencia para el mal, pero eso es otra cosa. Sí, suena parecido. Sí, y parece que abunda más, pero no esto no tiene que ver. Una cosa es buena y la otra no tanto.