Beatriz Suárez-Vence Castro
Lo luso
No soy eurofan. Pero con el triunfo de la bonita canción portuguesa en el festival, me ha pasado como a quien no es muy futbolero pero se alegra cuando gana la liga un equipo "humilde".
Que las canciones portuguesas gusten a Europa no es nada nuevo desde que existe el fado. Pero siempre ha dado la sensación de que a un país tan rico culturalmente como el luso, siempre se le ha hecho a menos. Especialmente por parte de España.
Tuve y tengo familia portuguesa. Con mi abuela vivía una prima más o menos de su edad, Xulia, nacida y criada en Coimbra. Cuando yo era pequeña me enseñaba canciones y refranes portugueses que todavía recuerdo. Cocinaba el arroz más rico que he probado.
Sin embargo, mientras yo crecía sintiendo cariño por todo lo que venía de aquel país, a mi alrededor: el colegio, la calle, mi entorno fuera de casa en los años ochenta no pensaba igual. Portugués y gitano era dos conceptos que se relacionaban de manera desdeñosa en las conversaciones. Como mucho se aceptaba lo bien que hacían las toallas – sí las toallas- El rizo de la toalla portuguesa era mejor que el nuestro. Y tenía mejor precio para el consumidor. Hasta ahí llegaba el mérito de lo portugués.
No les contaban a los niños españoles, que no tenían como yo la suerte de ir al país con frecuencia y tener una mujer portuguesa en la familia, que allí los niños veían en la televisión los dibujos animados en versión original y que viajaban mucho más que los españoles, familiarizándose desde pequeños con otros idiomas y culturas. No les hablaban a los jóvenes de la gran tradición universitaria de Coimbra con sus estudiantes de "capa preta" ni que en la carrera de Derecho, por ejemplo hacías en los noventa, prácticas desde primero de carrera, mientras que aquí veías una letra de cambio en quinto curso con un poco de suerte. No sabían lo bellísima que era Lisboa, ni la importancia de los escritores portugueses, de su música, de su arte, de su habilidad en el deporte, de sus magníficos vinos, de su gastronomía. De ese sentimiento tan particular da saudade.
Ahora que nosotros vamos al aeropuerto de Oporto, con más destinos y a precios más asequibles que los nuestros, ahora que sus ciudades han ido creciendo y les vemos manejarse en el mundo con unos recursos que nosotros pensamos durante muchos años que no tenían, es cuando tenemos que reconocer que no les hemos hecho justicia. Que mientras nosotros vamos, ellos ya han vuelto.
Por eso Salvador Sobral, el joven cantante portugués que nos recuerda que lo importante al tocar un instrumento o cantar, es la música, es la voz, no toda la parafernalia que a veces se crea alrededor y que en lugar de ayudar a que llegue, confunde y apaga su sonido, se ha convertido, más allá de la importancia o no de su triunfo en el festival, en un símbolo de que lo luso, lo portugués, por fin se tiene en cuenta, por fin se abre paso después de tantos años tiempo realizando un trabajo insistente, valioso que, ahora, ha encontrado su momento.
Su victoria nos recuerda que ser bueno, cuando se es humilde, es doblemente bueno. Que no hay prisa porque a uno se le reconozca su valía. Que si se trabaja duro, lo demás llega. Y si no, tampoco es necesariamente indispensable.