José Benito García Iglesias
Héroes de la Antártida. Parte primera
La gloria es la recompensa de los vencedores, de los que triunfan, por ello la historia les guarda un puesto de honor. Han sido los mejores, los primeros y así serán recordados. Pero existen otros que, aun habiendo estado cerca de ese puesto de honor, no lo han conseguido, aunque su esfuerzo y sacrificio hubiese sido igual o incluso en ocasiones mayor. Son los segundos, son… los olvidados.
Pocas veces, por no decir ninguna, nos acordamos de ellos. Han luchado y se han esforzado, pero no han alcanzado ese lugar que los inmortalizará para siempre en la historia.
La Antártida es un vasto territorio desértico e inhóspito de planicies, montañas, volcanes y abismales grietas bajo un manto helado; un territorio donde los vientos pueden soplar a más de 250 km/h y las temperaturas descender a casi 80 grados bajo cero. La conquista de este continente aparecía en las primeras décadas del siglo XX como un ineludible desafío para el hombre.
Conseguir doblegar al medio y lograr el éxito personal fueron los acicates de una dramática carrera en la que sólo valía vencer, aunque se dejase la vida en ello.
En 1899, Sir Clement Markham, presidente de la Royal Geographical Society de Londres, organizó una importante expedición a la Antártida y eligió a Robert Falcon Scott para dirigirla, este reunía las cualidades necesarias para una empresa de semejante envergadura: era un buen científico y un excelente oficial.
Scott acepta dirigir la National Anthartic Expedition a bordo del RRS Discovery que comenzaría en 1900 y coloca un anuncio en el periódico que decía así:
"Se buscan hombres para viaje azaroso. Paga pequeña, frío intenso, largos meses de completa oscuridad, peligro constante. Regreso no asegurado. Honor y reconocimiento en caso de éxito"
A comienzos de 1905, Scott inició una campaña con el objeto de recabar fondos para una segunda aventura expedicionaria al Polo Sur. Finalmente se hizo con los servicios del buque Terranova y experimentó con los primeros vehículos motorizados para la nieve. Desechó la idea de utilizar perros para tirar de los trineos, prefiriendo el empleo de potros siberianos a los que erróneamente creía mejor preparados para la nieve y las bajas temperaturas. En caso de muerte, pensaba, los animales servirían para alimentar a la expedición. Esta equivocada apreciación iba a ser una de las causas del trágico final de la aventura.
El 10 de junio de 1910, el Terranova zarpó de Inglaterra con dirección a Australia con todos los pertrechos de la expedición y un equipo de más de treinta personas. Entre ellas se encontraban el teniente Henry Bowers, el Dr. Edward Wilson, el contramaestre Edgar Evans y el capitán de caballería Lawrence Oates.
En medio de la travesía fue informado de que el noruego Roald Amundsen también se dirigía al Polo Sur, Scott no disimuló su desazón, el proceder del noruego le pareció desleal por no hacer público sus propósitos con mayor antelación. Amundsen había divulgado la noticia de que se proponía realizar una expedición al Ártico, cuando en realidad tenía en mente llegar al Polo Sur. A partir de ese momento la misión de explorar el Polo Sur se convirtió en una carrera para ver quién era el primero en llegar.
Scott llegó a la Antártida en el ballenero escocés Terranova en enero de 1911. Ese mismo mes llegó Amundsen, a bordo del Fram, a la Bahía de las Ballenas (situada unas 60 millas más cerca del Polo Sur que la base de Scott, en McMurdo).
El viernes 14 de diciembre de 1911, los noruegos alcanzaron los 90º de latitud Sur, el Polo Sur de la Tierra. Pasaron tres días allí y emprendieron el viaje de regreso a su campamento base al que llegaron el 25 de enero.
Cuando Scott llegó al Polo Sur, el 18 de enero de 1912, descubrió que Amundsen lo había logrado un mes antes. Amundsen dejó una bandera noruega, una tienda negra y una carta para Scott. La carta decía lo siguiente:
Querido Capitán Scott:
Como usted probablemente es el primero en alcanzar esta área después de nosotros, le pediría amablemente expedir esta carta al Rey Haakon VII. Si usted quiere usar cualquiera de los artículos abandonados en la tienda no deje de hacerlo. El trineo dejado fuera puede ser empleado por usted.
Le deseo una vuelta segura. Cordiales saludos, Roald Amundsen.
Continúa…