Kabalcanty
El mal también bebe cerveza (40)
El lunes 22 de abril la cafetería restaurante Vips de la calle Sor Ángela de La Cruz se encontraba repleta a la hora punta de la comida. Los clientes, la mayoría empleados de ambos sexos bien trajeados, degustaban comida rápida en pequeñas bandejas oscuras mientras comentaban temas rutinarios de su trabajo o sobre la noticia que rondaba la cabeza de todos: la situación política inestable que sufría el país. Asentían con preocupación o hacían aventuradas conjeturas sobre el futuro bebiendo su refresco, su copa de vino o su cerveza. Los camareros trajinaban tomando notas sobre los monitores de sus PDA, enviando a cocina el pedido pulsando un botoncito verde. En el local se respiraba un olor a comida, bajo un tímida música ambiental, que parecía ser siempre de la misma índole.
Fidel y Luis sorbían tranquilamente sus cafés sonriendo por encima de sus tazas.
— Después de esta nos podremos instalar en cualquier sitio a vivir la vida, antes de que todo esto se vaya a tomar por culo.
Dijo Fidel, guiñando un ojo al otro.
Al poco salieron del local. Fidel se ajustó la goma de la coleta y Luis se puso la gorra de pana negra. Siguieron la calle, cruzándose con toda la ingente vigilancia policial y militar, cruzando Bravo Murillo para desembocar en Marqués de Viana. Semiesquina a la calle Gladiolo estaba aparcado el Wolkwagen Golf de Fidel desde donde se veía perfectamente la embocadura de la calle Fereluz.
— Vete a por el Megane y lo aparcas en el primer hueco que encuentres en Fereluz -dijo Fidel- Le pones la pegatina del Madrid, que está en la guantera, sobre el intermitente izquierdo y luego dejas las llaves en el mismo sitio. ¿Ok? Yo te espero en el coche. Pero tranquilo que el pavo no vendrá hasta anochecido. Después nos vamos a beber fuerte, tenemos mucho tiempo por delante.
Luis se largó Marqués de Viana abajo y Fidel fue a un colmado de chinos a comprar un par de botes de medio litro de cerveza Mahou clásica para acto seguido meterse en el coche.
Encendió un Benson and Hedges Gold y abrió la primera lata de cerveza. Ante él pasaron un par de tanquetas militares a mucha velocidad lo cual le hizo chascar la lengua y agitar la cabeza negativamente. La ciudad estaba atemorizada por los acontecimientos y las revueltas callejeras por lo que las calles estaban semidesiertas; algunos visillos de las casas se descorrían con cautela cuando pasaba algún vehículo de vigilancia tal y cómo ocurrió en ese momento.
Acababa de sintonizar Radio Olé, cuando sintió el impacto en la puerta trasera del coche. Se derramó parte de la cerveza sobre sus pantalones y salió hecho una furia del auto.
— ¡Eres gilipollas o qué! -exclamó con los brazos en alto al conductor de una furgoneta Wolkswagen Caddy.
Este dejó caer un par de metros la furgoneta y se apeó al tiempo que el copiloto bajaba por la puerta de su lado.
Bogdan miró a Fidel implacable, frío y tranquilo. Fidel manoteaba recriminándole el golpe a su coche cuando sintió una frialdad pasando rauda sobre su garganta.
Se llevó las manos al cuello tratando de evitar el aluvión de sangre que ya le empapaba la cazadora. Un tipo rubio y alto, que guardaba en su cinto el machete, le cogió por detrás y le metió en la parte trasera de la furgoneta. Fidel intentaba hablar pero sólo un ronco gorgoteo salía de su garganta seccionada. Mientras Bogdan apagaba la radio del Golf y cerraba la puerta, el hombre rubio metía, con cuidado de no mancharse de sangre, a Fidel en una bolsa transparente de plástico. Fidel, indefenso, con su ojos espantados fuera de sus órbitas, sentía espasmos que agitaban sus piernas involuntariamente. Nada más arrancar la furgoneta, el hombre rubio y alto se agachó sobre Fidel, ya inmerso en su capsula plástica, y le aplicó con fiereza su puño varias veces en el rostro hasta que las piernas dejaron de agitarse y se tornaron rígidas y el saco transparente fue un sarpullido bermellón.
Bogdan dio la vuelta a la manzana y aparcó al fondo de la calle Gladiolo desde donde se divisaba el Golf, ahora solitario. Fue al colmado chino, al mismo donde fue Fidel, y compró seis botes de cerveza idénticos a los que compró el cadáver apenas media hora antes.
— ¡Por la patria Serbia y por nosotros! -dijeron en su idioma, chocando sus latas, dentro de la furgoneta.
Detrás de ellos, en la cabina del vehículo, asomaban las culatas de dos subfusiles M-56 tapados con un trapo azul oscuro.
Luis llegó una media hora después. Rodeó el Wolkswagen, vio que estaba abierto y que en el suelo había una lata de cerveza derramada y otra sin abrir. Cuando se percató de la sangre que había junto a la puerta trasera del coche, intentó huir pero la furgoneta Caddy ya estaba a su altura. Quiso sacar la Star Megastar, sin embargo el tipo rubio ya le retorcía el brazo y le metía a empellones en la trasera de la furgoneta. Bogdan metió la primera marcha y tocó con suavidad el acelerador mientras Luis sentía cómo el machete que había sacado el rubio se hundía en su vientre y escalaba hasta su esternón. Su intento de grito fue sofocado con un contundente puñetazo en el que volaron varios de sus dientes. Luego cayó de rodillas para desplomarse sobre el suelo de la furgoneta como un saco terrero. Su gorra de pana rodó a los pies del rubio y la desplazó de un puntapié contra el saco rojizo que contenía el cadáver de Fidel. Todavía Luis tenía un hilo de vida, cuando el rubio le metió en otro saco de plástico y a patadas lo llevó junto al otro; la transparencia del saco se fue haciendo un lienzo sanguinolento similar al otro que reposaba en un lateral de la trasera de la furgoneta y junto a la gorra negra de pana.