Beatriz Suárez-Vence Castro
Sociedad cangrejo
Prohibido prohibir. El lema surgió en los 70 como un resumen perfecto de la sociedad que muchos queremos: una sociedad ideal. Algo que sabemos que no vamos a alcanzar pero a lo que queremos aproximarnos lo más posible.
Para que no sea necesario prohibir solo hay una fórmula: educación y respeto por el otro. Porque sociedad es convivir y hacerlo pacíficamente. Cuarenta años de dictadura nos han dejado un trauma tan grande, porque había tantas cosas prohibidas, que después de más años aún de democracia nos hemos ido al otro extremo. De la prohibición al pasotismo.
No porque uno tenga libertad deja de tener responsabilidad y la obligación de gestionarla correctamente. No porque a uno le otorguen derechos deja de tener deberes.
La democracia es el menos malo de los sistemas pero hay que cuidarlo como una planta: Si no se riega, se seca pero si se le echa demasiada agua, se pudre.
Corremos el riesgo de volver atrás: A tener que prohibir, a toques de queda, a serenos en las calles. A eso que suena a estado de sitio, a cárcel y a tristeza. A eso que tan malos recuerdos trae; a eso que mi generación no ha conocido directamente, por fortuna, pero que no queremos que se repita. Porque la historia, la historia de verdad, la imparcial, la que odia la violencia, venga de quien venga está ahí, para aprender de ella.
Han matado a una chica de 25 años en el centro de Vigo. Apuñalada hasta desangrarse en un portal. Los vecinos están tan acostumbrados a la violencia que oyeron sus gritos y cerraron las ventanas porque pensaron que era una pelea más.
No sé cómo grita una persona cuando la apuñalan pero terribles deben ser las noches en ese barrio para no distinguir un grito de otro.
A los que queremos una sociedad libre de verdad nos ha dolido cada una de las puñaladas que mataron a Ana casi como si fueran nuestras. Porque en un país libre nadie muere peor que un perro, apuñalado en un portal, dando gritos que llevan muerte en la voz sin que a nadie se le ocurra mirar a ver qué pasa. Y eso que curiosidad, no nos falta.
No es culpa de los vecinos, ni culpa de Ana por ir sola o tarde, ni culpa de la policía por no enterarse. Que somos muy amigos de repartir culpas como si fueran cartas. La muerte de Ana como la de las otras dos mujeres asesinadas el pasado fin de semana es responsabilidad de todos como sociedad. Como sociedad enferma, que no ha sabido gestionar la libertad, que se ha acostumbrado tanto a la violencia que tiene miedo y no reacciona. De una justicia que no se entiende, de una clase política que ha perdido la confianza del pueblo. De una permisividad que, por no prohibir, permite todo. Porque Ana engrosa la lista negra de más de cuarenta mujeres asesinadas en lo que va de año.
Hace muy poco tiempo un violador, disfrutando del permiso penitenciario violó de nuevo. Un violador, disfrutando del permiso penitenciario, una frase tan incongruente como nuestro sistema judicial que, en base a un seudoprogresismo, parece amparar más al delincuente que a la víctima. Ahora, hasta la palabra víctima está mal vista porque no nos podemos acoger al victimismo: cada uno es libre y responsable de su vida. Hasta que te la quitan y no pasa nada. La vida sigue. La vida de los demás.
El caso de Ana será mediático porque en los medios se escoge un suceso, el que más conmoción provoque y se expone en mayor medida que otros, pero son tantos que no llegan los días: la violencia está presente en nuestras vidas a diario, como algo con lo que se debe aprender a convivir y no debería ser así.
Si se permite la violencia se genera miedo y el miedo paraliza. No nos deja hacer nada. No nos permite vivir. No nos deja ayudar.
Para que podamos vivir sin miedo es necesario que el sistema de justicia sea sólido, aunque no sea perfecto, la educación de base, fuerte, la voluntad, colectiva: lo público, de todos para cuidarlo. Y el vecino, nuestro vecino.
Las ciudades pequeñas están padeciendo también una violencia atroz, descorazonadora.
En Pontevedra, al menos tres mujeres han sido asaltadas para robarles el bolso: una de ellas en la zona del Gorgullón a la que el asaltante propinó una paliza, otra en las inmediaciones del Teatro Principal y la tercera en la calle Rosalía de Castro. Los responsables han sido detenidos por la Policía que una vez más ha realizado su trabajo con diligencia. El cerco policial realizado al asesino de Ana Enjamio fue también, a mi modo de ver, ejemplar.
Tenemos que hacer una reválida (esta sí es necesaria) del camino que hemos recorrido como sociedad en democracia. No ha sido fácil pero ha merecido la pena. Ha costado mucho y para atender a sus necesidades hay que pensar en el momento que estamos viviendo y ponerle freno entre todos: Sistema legislativo, político, judicial y social, a pie de calle porque si no, vamos a volver a oír pero mucho la frase de algunos mayores que tanto escalofrío nos da: Esto con Franco, no pasaba. Pasaban cosas iguales, en cunetas que no en portales, por motivos políticos, que no sexuales o violentos sin más, pero que se lo expliquen a la familia de Ana, de o a las de tantas personas víctimas de violencia porque seguro que después de lo que ha pasado no les importaría volver a ver al sereno en el portal o presencia policial rodeando el barrio a todas horas. Si eso salva vidas...
Pues ojo, todos los que pensamos que así no se soluciona nada, de porque camino de ello, vamos. De camino a ello, regresamos.
No creo que la solución pase por dividir a hombres y mujeres, porque no creo que dividir sea nunca una solución: es necesario unirse contra la violencia, tenga el género que tenga porque me parece peligroso etiquetar. El hombre tiene la fuerza física y los asesinatos de hombres a mujeres estadísticamente son abrumadores. Y puede que haya un efecto repetición y que el machismo tenga su parte en todo esto. No lo dudo. Pero las leyes no deben ser nunca discriminatorias. Los hijos de mujeres maltratadas por su pareja pueden acogerse a la ley de Violencia de Género pero los que son víctimas de violencia a manos de sus madres, no. La imagen de hombre= machista= violento no creo que sirva para mejorar nada porque no es cierta aunque hay muchísimos energúmenos sueltos. Pero no por ser hombres, por ser energúmenos.
Que el crimen de Ana es sobrecogedor por la violencia despiadada de su asesino hacia ella creo que es tan evidente que nadie ni hombre ni mujer en su sano juicio puede pensar otra cosa. Y sentir rabia por ello es humano. Sin embargo los comentarios en las redes pidiendo pena de muerte u otro tipo de castigos igualmente espeluznantes no hablan tampoco de nada esperanzador. El asesino tiene dos hijos. Y si es espantoso leer ciertos comentarios no quiero pensar que le dirá alguna gente a esos niños. O a su anterior pareja. Como si esa rabia, arreglara algo. El odio no devuelve a nadie la vida pero puede hacer imposible vivir a otras personas.
Estamos volviendo a una sociedad en que no se respeta la opinión ajena porque no se escucha para entender, se escucha para responder, sin tener en cuenta ningún argumento. O estás en un lado o en el otro. O conmigo o contra mí.
Hace no mucho pedían la muerte para un niño que quería ser torero. Y supongo que los que la pedían, hombres y mujeres se consideraban personas sensibles.
O educamos en la no violencia y apartamos al violento o haremos el camino marcha atrás, como un cangrejo.