José Benito García Iglesias
El desastre del 98. Los "últimos de Filipinas". Parte 3ª
A comienzos del mes de mayo los ataques a los defensores de Baler fueron diarios. El hostigamiento de la fusilería tagala era constante y su artillería intentaba, infructuosamente, derribar los fuertes muros de la iglesia. Esta había sido construida después de la refundación de Baler, en 1735, con la intención de que resistiese los fenómenos meteorológicos extremos, tan característicos de la zona, como tifones, inundaciones, tsunamis…
Los muros, de metro y medio de espesor, consistían en una amalgama de pedruscos, cal y arena. Tenía forma rectangular, de 30 metros de longitud y 10 de anchura, con seis ventanas, dos de ellas en la fachada principal. La torre del campanario era de madera y el techo de cinc. Adosada a la iglesia se encontraba el convento, de diez metros de longitud y tres de anchura. A su izquierda un corral de unos cinco por cinco metros. También en el lado izquierdo de la iglesia se hallaba la sacristía. Sacristía y convento estaban comunicados mediante un pequeño patio. Contaban con un pozo de agua y un pequeño huerto.
A finales de mayo llegaba a Baler, procedente de Manila, el teniente coronel Cristóbal Aguilar y Castañeda, a bordo del cañonero Uranus. Era el enésimo intento de convencer a los soldados españoles para que depusieran su actitud y abandonasen el encierro
El teniente Cerezo, en su ofuscación, supuso que era un intento de los filipinos para engañarle, pensó que el barco era filipino y estaba camuflado como barco español para tenderle una trampa. Martín Cerezo se niega a salir de la iglesia y Aguilar no consigue convencerle de que la guerra ha terminado.
Tras la partida de Aguilar, los sitiados recogen los periódicos que había dejado el militar español. Entre ellos varios ejemplares de El Imparcial de Madrid. El padre Minaya y el doctor Vigil de Quiñones los consideraban auténticos. Martín Cerezo, fruto de su desconfianza, incluso tras compararlos con otros ejemplares viejos que tenían y comprobar que eran de idénticas características, mantuvo que se trataba de hábiles falsificaciones.
La mañana del 2 de junio, el teniente Cerezo se encontraba leyendo esos periódicos. En uno de ellos encontró una reseña que le hizo ver que eran verdaderos, dándose cuenta de que, ciertamente, la guerra había terminado y ya no tenía sentido seguir combatiendo.
La reseña hacía mención al nuevo destino, en Málaga, del teniente de Infantería Francisco Díaz Navarro. Martín Cerezo había coincidido con él antes de ser destinado a Cuba, eran amigos, y Díaz le había comentado que al finalizar la campaña pensaba pedir traslado a la capital andaluza, donde vivía su novia y su familia, así que Cerezo dio por cierta la noticia y, por extensión, todos los periódicos y noticias que Aguilar había dejado.
Al ser consciente de la situación consultó con el padre López primero, y con Vigil de Quiñones y el padre Minaya después, y reunió a la tropa para informarles. Acordaron que capitularían, pero con unas condiciones. Así pues, el teniente Cerezo escribió un borrador de condiciones de rendición y ordenó izar bandera blanca.
El 2 de junio de 1899, después de 337 días de asedio, la bandera española era arriada y en su lugar se izó la bandera blanca. Se presentó en la iglesia Simón Tecson, oficial al mando de las fuerzas sitiadoras y Martín Cerezo le comunicó su intención de rendirse, siempre y cuando se aceptaran una serie de condiciones.
El teniente Cerezo consiguió negociar una rendición más honrosa que la que consiguieron firmar sus superiores en Manila unos meses antes. En la capitulación firmada en Baler, se decía que las dos partes habían decidido abandonar las hostilidades, que los españoles serían respetados, que saldrían de la iglesia portando sus armas hasta el borde de su jurisdicción, donde deberían entregarlas, y que serían escoltadas hasta las tropas españolas o un lugar seguro.
Cuando abandonan la iglesia lo hicieron 33 soldados y 2 frailes, habían muerto 17 (15 por enfermedad y 2 por bala enemiga), 6 habían desertado y 2 fueron fusilados. Salieron de la iglesia, harapientos y descalzos, con los fusiles enmohecidos, sin municiones, desnutridos y muchos desdentados, pero salieron con honor de la iglesia que les había protegido durante 337 días, desfilando con marcialidad de tres en fondo, orgullosos y con la cabeza bien levantada, recibiendo los honores de las tropas tagalas.
Nadie se pudo explicar cómo pudieron resistir tanto, cómo pudieron soportar enfermedades como el beri-beri y la disentería, cómo pudo ser que la mayor parte de las bajas lo fueron por enfermedad y no por el combate, cuando ellos le habían causado al enemigo centenares de bajas.
El 30 de junio de 1899 se publicó un decreto firmado por Aguinaldo, presidente de la República Filipina, en el que se podía leer lo siguiente:
"Habiéndose hecho acreedoras a la admiración del mundo las fuerzas españolas que guarnecían el destacamento de Baler, por el valor, constancia y heroísmo con que aquel puñado de hombres aislados y sin esperanzas de auxilio alguno, ha defendido su bandera por espacio de un año, realizando una epopeya tan gloriosa y tan propia del legendario valor de los hijos del Cid y de Pelayo; rindiendo culto a las virtudes militares e interpretando los sentimientos del ejército de esta República que bizarramente les ha combatido, a propuesta de mi Secretario de Guerra y de acuerdo con mi Consejo de Gobierno, vengo a disponer lo siguiente:
Artículo Único.
Los individuos de que se componen las expresadas fuerzas no serán considerados como prisioneros, sino, por el contrario, como amigos, y en consecuencia se les proveerá por la Capitanía General de los pases necesarios para que puedan regresar a su país. Dado en Tarlak a 30 de junio de 1899. El Presidente de la República, Emilio Aguinaldo. El Secretario de Guerra, Ambrosio Flores".
Continuará…