Kabalcanty
El mal también bebe cerveza (31)
Al revés que Pilar Urquijo, Fidel se ajustó la goma en la base de la coleta nada más salir de su Wolkswagen golf. El enlace en la policía les contó sobre la llamada de Baldomero comunicándole el atropello de K. y sobre la visita inminente de Pilar al hospital. De madrugada aparcó Fidel el coche en la calle Doctor Tolosa Latour y esperó pacientemente escuchando música en la emisora Radio-Olé viendo pasar, de vez en cuando, los drones militares en su labor de vigilancia.
Prendió un Benson and Hedges Gold y esperó. Si tomaba la calle en donde tenía aparcado el automóvil, vía donde se encontraba la puerta de la nueva residencia general del hospital, tenía más posibilidades de abordarla sin alborotar, por el contrario si cogía la calle que atravesaba el conjunto sanitario antiguo el asunto se podía complicar. Fidel anduvo controlando una y otra zona y creyó dar con el lugar idóneo en uno y otro lado.
Quedaba poco más de una semana para el día señalado (Semana Santa de por medio) y nadie, y menos él que iba a ser un hombre definitivamente rico, deseaban contratiempos. Lo cierto es que todo iba por derroteros de lo más sencillos, tan sólo esa panda de "mierdas inexpertos" (como se decía Fidel degustando por anticipado una vida placentera en las Islas Maldivas) que se les espantaba con un "par de hostias a tiempo". "Un sustillo a la Urquijo, no tan aparatoso como al del payaso de K., y campo abierto de operaciones", le dijo por teléfono a Ernesto Santamaría Albares la noche de antes. "Imitadores petardos a estas alturas de mi vida", musitó cuando cerró la llamada en el móvil a la vez que acariciaba con mimo su pistola Star Megastar 10 mm.
Sobre las nueve y cuarto divisó la silueta de ella aunque tuvo que dejar que se acercara varios metros de más, ya que su melena suelta le puso en duda. A esas horas la calle estaba solitaria, acaso algún coche particular, el paso raudo de las ambulancias y algún dron volando inaudible. Caminaba por la ruta antigua con lo que Fidel tendría que forzarla para llevarla a ese lugar adecuado que eligió anteriormente.
Se metió la pistola en la cazadora de cuero negra y se ajustó la gafas de sol sobre el puente de la nariz. Iba de frente, a su encuentro, procurando parecer ensimismado en sus pensamientos. Varios metros antes de cruzarse, se puso a examinar su alrededor cómo quién busca algo; miraba los edificios sanitarios parado en medio de la acera.
- Buenos días, señora -dijo cuando Pilar estaba casi a la par- ¿Sabe usted cual es el edificio de maternidad?
Fidel puso cara de agobiado nervioso, pasándose la lengua por los labios para detener una fingida ansiedad.
Pilar le indicó la acera de enfrente, "un poco más hacia adelante, verá usted el letrero entre esos árboles de allí". Pero Fidel se equivocó adrede y fingió diciéndole de lo nervioso que estaba.
- Perdone, señora, pero desde que me han llamado por teléfono comunicándome la noticia del parto de mi sobrina pequeña no doy pie con bola. ¿Le importaría acompañarme hasta la acera de enfrente para verlo con mayor claridad?.
Pilar lo hizo de buen grado, tranquilizándole por algo "tan hermoso y natural" y dándole la enhorabuena.
Al llegar al jardín de la acera de enfrente Fidel le dio un empujón que la hizo rodar hasta la base de un árbol añoso. Pilar, todavía aturdida por el fuerte impacto de su espalda contra el tronco, sintió cómo la levantaba del suelo con brusquedad para colocarla en pie, pegada al tronco del árbol. Trató de gritar pero la frialdad del cañón de la Star Megastar le rechinó entre los dientes hasta sentirla al fondo de la lengua. La estremeció una arcada que Fidel contrarrestó agarrándola del pelo con la mano libre y juntando su cabeza a la rugosidad del tronco. Despaciosamente la hizo girar hasta que estuvieron parapetados por el árbol, fuera de la vista de la calle. Un chorro de aire caliente salía por la nariz de Pilar mientras sus ojos azules eran dos focos fuera de sus órbitas.
- Mira, puta barata, -comenzó a decir Fidel, susurrándole junto a la oreja- estoy hasta los cojones de ti y del grupito de tus amigos husmeando el rastro de tu hija. Tu hija, que era más puta que tú, para que te enteres, está muerta y bien muerta, y si tú no quieres ser otra puta muerta, deja de joder. ¿Te enteras? ¡Vamos di que sí! -Fidel afianzó su pistola en la boca lo que provocó una nueva arcada de Pilar- ¡¡Di que te enteras, hija de la gran puta!!
Pilar le dio un rodillazo en los genitales aprovechando que la violencia verbal de él descuidara sus brazos. Sonó un disparo seco y un quejido leve envuelto en un chapoteo que empapaba el cuerpo, doblado en dos, de Fidel. Desde el suelo se enfrentó con el rostro de ella que se fue deslizando pausadamente por el tronco del árbol. Le faltaba un trozo de la cara por el cual brotaba sangre a raudales al igual que por el único ojo en su sitio manaba un borbotón paulatino como el chapoteo de un guiso al cocer. El cuerpo de Pilar se sacudió unos instantes en espasmos inundando el césped con un manto marrón que absorbía la tierra con avaricia. Luego se dobló y cayó hacia un lado a la vez que los dedos de sus manos se destensaban desmadejados.
Fidel seguía doliéndose junto a su pistola, tirada sobre el césped, mirando con repugnancia el cadáver. Se incorporó apoyándose en el árbol y tratando de recuperar la respiración. Escudriñaba los alrededores con un pavor que le vestía todo el cuerpo con un sudor gélido. "Me cago en la puta madre que me parió", dijo en un silbido mientras recogía su pistola y la volvía a guardar en el bolsillo de la cazadora. Dio una patada al cadáver de Pilar, que giró ensangrentado y humeante, para arrancarle un pedazo de la blusa con que limpiarse la sangre de la cara y la pechera de la cazadora. El sujetador de ella fue tiñéndose escarlata entre el desgarro de la blusa.
Luego, pegado a la acera angosta, paralela al aparcamiento del personal sanitario, y soslayando el dron estático sobre la Avenida de los Poblados, regresó a la calle Doctor Tolosa Latour y se metió en el Golf. Con las manos dio un sonoro golpe al volante y se maldijo el voz alta nada más entrar. Ladeó la cabeza sobre el asiento y encendió un cigarrillo. "Una buena cerveza fría y un pitillo", se diría Fidel como en otras ocasiones en parecidas circunstancias. Tendría que esperar la birra esta vez, y trataba de relejarse acompasando su respiración. En el espejo retrovisor vio las salpicaduras de sangre moteando sus gafas oscuras. Sacó el retal de la blusa de Pilar del bolsillo interior de la cazadora y, escupiendo sobre las lentes, se puso a lustrarlas. Al conectar la radio evitó las emisoras con las noticias que conmocionaban al país y se detuvo en una que recordaba a los radioyentes que mañana se celebraba el Domingo de Ramos.