Kabalcanty
El mal también bebe cerveza (18)
K. se sentó en una mesa de la terraza del bar de enfrente a "La Cátedra", una mesa en esquinazo junto a un platanero lánguido que además de procurarle sombra le proporcionaba pasar inadvertido. Le pareció algo pronto, sin embargo no renunció a una inicial jarra de cerveza. El local, escueto y con un sobrecargado aire andaluz, tenía una parroquia gitana, a excepción del camarero, que observaba desconfiada el asentamiento de K.
Mediada la jarra, le sonó el teléfono móvil. Era Nicanor preguntándole sobre los avatares de la mañana.
- De momento poco -contestó K.- Esperaré hasta que terminen las clases y husmear la salida de los chicos.
El periodista le contó que tenía una información importante sobre Pilar Urquijo. "Ya pregunté sobre ella hace un tiempo a un colega de "Interviú" y esta misma mañana me ha puesto al corriente. Lo mismo no le gusta lo que tengo de ella"
- Dispara, macho -dijo K.
"Tiene una relación desde hace unos años con José Susía, el del antiguo grupo Albur, hoy un pez gordo en el Ministerio de Cultura. ¿Sabe de quién hablo, verdad?"
K., hierático, se fijó en el hilo de humo que salía del cenicero; ascendía por encima de su sombrero para difuminarse entre el revoco descascarillado de las fachadas próximas.
"¿Sabe a quién me refiero, verdad? ¿Está ahí K.? ¿Me escucha?" La voz de Nicanor repicaba metálica, casi como si fuera una diástole de la conciencia.
- Perfecto, bueno es saberlo, pero no creo que tenga nada que ver con lo que nos tiene entre manos. Pilar es una mujer divorciada y puede hacer con su vida lo que le venga en gana. -contestó K., mientras con un gesto elocuente pedía otra ración de cerveza.
Después fueron otras tres jarras más. Despaciosas, meditativas, enlazando cigarrillo tras cigarrillo. K., con las piernas cruzadas, moviendo ligeramente el pie montado, observaba la puerta de "La Cátedra" visionando la puerta de un túnel que atravesaba a extrema velocidad. Excepto él, nadie subía a su celeridad ni veía nada que no fuera una puerta herrumbrosa circundada de yerbajos secos.
En uno de aquellos momentos tomó unas servilletas de papel y cogió el bolígrafo de su vieja cazadora marrón.
Muy en el fondo,
dijiste la mejor de tus frases,
encalaste los peldaños
para que no tropezásemos,
vaticinaste tres auroras
desde tu sillón de cuero,
y dejaste una nota
para que no nos extrañase
el perfil de tu ausencia.
La posdata añadía
que siguiésemos sonriendo.
Escribió. Releyó los versos dos o tres veces, paladeándolos, rociándolos con bocanadas de humo de tabaco, y luego los prendió fuego con el mechero. Las cenizas volaron indecisas unos segundos hasta que su manotazo las convirtió en imperceptibles entre el viento cálido de la primavera.
Un Mercedes Benz del año 2018, negro y con las lunas tintadas, se detuvo en la misma puerta del centro docente para adultos. Se bajaron dos gitanos fornidos, uno de ellos abrió la puerta a un tipo de su raza vestido con acentuada elegancia y adornado con un sombrero a juego con su traje gris metálico y unas gafas de sol efecto espejo.
K. entró al bar a toda prisa para pagar su consumición. En apenas un minuto estaba en el hall de "La Cátedra".
- Señor Gandeay -dijo en voz alta K.
Manuel Gandeay Heredia era un gitano alto, bien parecido, con el pelo rizado y largo tras el cogote y engominado en el resto. Gastaba unos zapatos en punta, pulidos al extremo, y una corbata de vivos colores cuyo nudo soportaba el atisbo de una papada.
Los dos gorilas se encararon con K., dando unos pasos hacia él, pero Gandeay los detuvo alzando la voz.
- ¡Quietos, carajón! ¿Puedo ayudarle en algo, caballero? -dijo, luciendo unos dientes deslumbrantes en su semblante atezado.
El bedel fue a decir algo pero Gandeay se lo impidió con un ademán autoritario.
- Se lo dije antes a este señor. -dijo K. señalando al bedel, sonriendo y yendo hacia él con la mano tendida- Estaría interesado en un curso de formación y querría consultarle algo sobre el nivel que se imparte. Ya tengo conocimientos y quisiera ampliarlos.
Se estrecharon las manos. Gandeay las tenía sudorosas aunque destilaba un fuerte perfume como si se hubiese bañado en colonia.
- Claro, por supuesto -dijo el gitano- Pase a mi despacho y hablamos. En unos minutos estoy con usted.
Sus dos gorilas le abrieron la puerta del despacho y se quedaron afuera, a ambos lados de la puerta.
El habitáculo era espacios pero sin lujos: una mesa con un ordenador portátil apagado, un teléfono de diseño antiguo, un par de estanterías, una con unos volúmenes de un diccionario enciclopédico ilustrado, y otra con la revista municipal de cultura "La aurora futura", debidamente encuadernada en varios libros de lomos marrones, y dos litografías enmarcadas, una del cantaor flamenco Camarón de la Isla y otra de una puesta de sol en Trevélez en la Alpujarra granadina, según rezaba al pie de la imagen.