Kabalcanty
El mal también bebe cerveza (4)
La calle Hermanos del Moral tenía el aspecto del cualquier calle de barrio obrero tras el paso de la crisis capitalista. Entre negocios piojosos de emigrantes chinos se intercalaban locales cerrados donde florecía el musgo y coches destartalados con más de quince años; amas de casa con bolsas escuálidas buscando el supermercado de turno que jubiló al mercado tradicional se cruzaban en las aceras con hombres ociosos de mediana edad y con jóvenes que tanteaban su futuro en la sombra provocada entre bordillo y asfalto. Inevitablemente, aunque tratase uno de distraerse en el pasillo de cielo empolvado que arrinconaban los edificios de cuatro plantas, se respiraba una apatía que repicaba en las pisadas como una monserga cotidiana que invadía vidas y sueños rotos.
No exactamente con estas palabras pero sí en la esencia, relataba el viejo a K. sentados ambos en la mesa de un bareto desde donde se divisaba perfectamente "La cucamona". El anciano, jubilado encofrador que pasaba horas y horas en ese bar escudriñando indolente el acontecer diario de la calle, le había dicho a K. que "Eladio no limpiaba el bar hasta bien entrada la media mañana".
- Es un jodio tacaño que se prejubiló en la EMT y montó el tinglao del bar. A los dos o tres chavales que tiene empleaos los tiene que llevar por el camino de la amargura. ¡Menudo pájaro, oiga!
K. le dejó su mediado paquete de tabaco y le pagó el solysombra después de ver cómo los cierres grafiteados de "La cucamona" remontaban. "Suerte, artista", le dijo el viejo, desde su puesto en la cristalera del bar, a guisa de despedida.
Olía a humedad y a legía mientras que un entrechocar de sillas y mesas orquestaba un fondo oscuro acuciado desde la luz de la calle. K. anduvo casi a tientas unos pasos hasta que una voz le detuvo. Divisaba un bulto en la penumbra.
- Pregunto por Leticia Gómez -dijo K. en dirección de la voz- Creo que trabajó aquí.
Fue vislumbrando las formas de un hombre cercano a los setenta. Tenía abundante cabello y un ojo desviado, el cual hurgaba detrás de la espalda de K.
Tuvo que decir que representaba a una empresa de seguros contratada por la familia de la chica.
Eladio, como le dijo que se llamaba el viejo del otro bar, tenía cogida una fregona por el palo y le miraba fijamente con un ojo. Vestía una antigua y descolorida zamarra de la Empresa Municipal de Transportes y calzaba unas zapatillas de cuadros por las que sobresalía parte de un juanete y la punta de los dos dedos gordos. Tras de él, mirando a hurtadillas la escena, dos adolescentes se afanaban por limpiar la melamina de las mesas.
- Ya le dije a la policía todo lo que tenía que decir. -dijo con sequedad el tal Eladio.
- Sólo quería saber -dijo K.- qué tipo de chica era, si tenía alguna amiga o amigo que le venía a buscar al trabajo, o alguna llamada reiterada; algo para justificar la porrada de dinero que le puede sacudir el seguro a su familia por la muerte de la chavala.
Eladio escurrió la fregona en un agua color café y le hizo un gesto para que fueran junto a la barra del bar.
- Me importa una mierda lo que hiciera o no la chica -dijo bruscamente y con un terrible olor a ajo en el aliento- La pagaba por semanas y ahí terminaba nuestra relación hasta el lunes a las doce del mediodía. Era una puta yonqui pero con un culo macizo, eso era lo importante. Lo demás me importa una mierda ¿se ha enterado, amigo?
Con sus pupilas ya adaptadas a la oscuridad, K. observó que uno de los jóvenes que limpiaba era más o menos de la edad de Leticia, el otro no debía de tener ni dieciocho años.
Salió de "La cucamona" y fue a un estanco a comprar tabaco. Le apetecía una buena jarra de cerveza, sin embargo se apostó en una esquina, sentado sobre el capó de un coche repintado con torpeza de rojo, y decidió esperar la salida del chaval de la edad de Leticia.
Cerca de las dos de la tarde, volvieron e echar los cierres grafiteados de "La cucamona". Eladio tiró por la primera calle y los dos jóvenes siguieron camino hacia el metro de Urgel.
A pocos metros de la entrada a la estación, K. se cruzó con ellos. "¿Te importaría que te hiciese un par de preguntas?", le preguntó al chico elegido por su intuición.
Este se detuvo y el otro se fue, ruborizado hasta las cejas, escaleras abajo del metropolitano.
Tenía una especie de perilla y un peinado excéntrico en donde le colgaba una fina trenza hasta mitad de la espalda. K. le ofreció un bar para charlar pero el chico se lo denegó diciendo que tenía que ir a casa para luego volver a "La cucamona" a las seis y media. "Si no el viejo nos cruje", explicó, tocándose el pirsin de una de las orejas.
- La Leti era una tía legal, bullanguera a lo mejor, pero más legal que el Banco de España -apoyados en la barandilla del metro de Urgel, el joven se arrancó sin que K. le formulara pregunta alguna- Era la que más tiempo llevaba currando con el viejo y le toreaba a base de bien. El viejo aguantaba porque más de dos y de tres carcamales venían por las tardes a mirarle el culo cuando servía las mesas. Ella pasaba mientras el viejo le soltara la pasta todos los sábados, que es cuando paga, el mamón. A mí me iba la Leti pero ella pasaba de mí como de comer mierda. Decía muchas chorradas con las que nos reíamos de todo y de todos. Un diez de tía. Pero... pero se juntaba con gente del Pan Bendito que a mí no me molaban nada de nada. Se lo digo porque fui un día con ella, un martes que es cuando el viejo chapa el local, y no me fue nada la aventura. Ya se lo conté a los polis tal y cómo se lo cuento a usted. No molaba esa gente, pero ella les tenía mucha estima; se ponían todos hasta las trancas de nieve y jaco, ya sabe.