Beatriz Suárez-Vence Castro
Arte y sopa de picadillo
El fin de semana pasado estuve en Málaga. No encontré el calor del sol que buscaba, porque la ola de frío y lluvia también llegó hasta allí. Sin embargo descubrí otro calor que me sentó igual de bien que el que un clima más acorde con el de la capital malagueña me habría podido dar: Arte en estado puro, y una sopa calentita que también entra, así lo creo yo, en la categoría de arte. Málaga además de la Alcazaba y el teatro romano, la iglesia de Santiago (que está en estos momentos cerrada al público), la calle Larios y muchos más atractivos de sobra conocidos para el turista, tiene desde el año pasado una oferta museística imposible de resistir para los amantes del arte. Al museo Picasso y al Carmen Thyssen, se han unido el Museo Ruso y el Pompidou. De entre los dos nuevos museos, el Ruso, puede encontrarlo el visitante en el mismo recinto que alberga el edificio del Museo Automovilístico, en donde se encontraba la antigua Tabacalera, alejado del centro pero con una parada de autobús que lleva de vuelta a la Alameda del Parque o al Ayuntamiento en unos quince minutos. Merece la pena el recorrido.
La principal exposición del Museo Ruso introduce al espectador en la trayectoria temporal de las cuatro estaciones de la Naturaleza. Este tema, íntimamente relacionado con la Música y la Literatura, nos sumerge en la fuerza evocadora de la Naturaleza rusa. Sobrecoge especialmente el Invierno, en todos los cuadros pero especialmente en dos: El óleo sobre lienzo, titulado simplemente Invierno, pintado en 1890 por Iván Shishkin, que hay que contemplar in situ porque ningún catálogo es capaz de repetir los reflejos violetas del sol sobre la nieve o el color rojizo de los abedules, muy presentes en el paisaje ruso, asomando entre la inmensa arboleda y un segundo cuadro que, a mi entender, refleja toda la crudeza del invierno ruso tal como debió parecerle a Napoleón o al mismo Hitler: el que lleva por título: En mitad de una furiosa tormenta del pintor Nikolai Sverchkov . Es la imagen de un grupo de hombres y caballos luchando juntos contra un viento helador que obliga, tanto a unos como a otros, a cerrar los ojos y oponer toda la resistencia física de la que son capaces. Una visión del invierno contrapuesta al lirismo que desprende el cuadro de su compatriota Shiskin. Mientras el primero, mucho más grande en formato, nos invita a adentrarnos en el bosque iluminado por tenues rayos de sol, en el segundo no hay nada que suavice la furia de un clima enemigo feroz del hombre , al que éste tiene que enfrentarse si quiere sobrevivir.
En el resto de la exposición la Primavera, el Otoño y ,sobre todo, el Verano alivian las sensaciones experimentadas tras el hielo y la nieve y nos muestran continuos contrastes de color, exaltando el trabajo campesino y también los ratos de ocio, marcados siempre por un ritmo natural. La segunda de las exposiciones, reunida bajo el nombre de La Sota de Diamantes, nos descubre la curiosidad de un movimiento surgido en la Rusia de principios del siglo XIX por un grupo de pintores jóvenes que revolucionaron los conceptos clasicistas que imperaban hasta entonces en la escena pictórica rusa.
Dejando el museo ruso con todas las grandes obras de dos siglos atrás, el viajero que siga con hambre de arte recorrerá con gusto el muelle del Puerto de Málaga, a través del Palmeral de las Sorpresas y ,al final del puerto, encontrará la fantasía de colores de lo que parece un cubo de Rubik que una mano gigante hubiese dejado caer:
El edificio Pompidou, una original obra de arte en sí mismo. El único museo Pompidou que podemos encontrar fuera de Francia. Más pequeño que el ubicado en París en cuanto a envergadura, no lo es ni en diseño, ni en contenido. Durante cinco años, prorrogables, albergará bajo el nombre genérico de La Colección, cinco conjuntos de pinturas, esculturas, instalaciones y vídeos con los títulos de Metamorfosis, Autorretratos, El hombre sin rostro, El cuerpo político y El cuerpo en pedazos. Bajo la influencia, como todo en Málaga, de la visión picassiana sobre la identidad, ofrece piezas divertidas, dramáticas, hirientes, y en todos los casos, provocadoras. Destacan, en mi opinión, el video de la autora Rineke Dijistra que recoge las impresiones que causa la contemplación del cuadro de Picasso titulado Una mujer que llora, a un grupo de adolescentes que comentan la pintura sin que ésta pueda verse en ningún momento; la espectacular y efímera Fantasmas de Kader Attia, realizada con 150 esculturas de papel de aluminio que representan personas arrodilladas en oración, que fue realizada en el propio museo con la colaboración de estudiantes de Bellas Artes de la Universidad de Málaga; la desoladora Taquillera o Entrada de cine de George Seagal, que pone ante nuestros ojos la soledad urbana sin atisbo de compasión; la totalmente opuesta y entrañable Autorretrato de mi padre de.. O La Máscara de Kalder.
Sin desmerecer a ninguno de los anteriores, para mí la sorpresa de la oferta de Arte Malagueño ha sido el Museo de Arte Contemporáneo. Capítulo aparte merece este centro, alejado de la Milla de Oro y situado frente al cauce del río Guadalmina, rodeado de una zona habilitada para skaters y en compañía de dos gigantes grafittis como perfecto preámbulo en un edificio aledaño. El C.A.C ofrece un interesantísimo recorrido sin pagar un solo euro. Atrayente desde la desconcertante escultura que encontramos cerca de la entrada, representando a un hombre situado en una postura imposible que parece moverse y que se ha convertido en icono del centro. Celda de emociones es el título de la impresionante exposición de fotografía del artista holandés Erwin Olaf. Arte portugués de hoy, es otra de las muestras del centro, que acoge 211 microcuadros con temática libre. Además podemos encontrar esculturas y videocreaciones que en muchos casos invitan al espectador a interactuar. Vanguardista y fascinante. Málaga es un ejemplo perfecto de cómo pueden convivir en un mismo espacio la tradición y la innovación, con lugares y espacios habilitados para todos.
Tras la borrachera de Arte no me olvido de mi sopa. La que consiguió recomponerme después de afrontar el viento gélido que se había empeñado en aguarme el fin de semana. El menú de El Pimpi, el establecimiento más divertido y con más solera de la ciudad, bullicioso e imprescindible, si uno quiere saber de verdad en qué consiste Málaga: la pringá, el pescaíto frito, la guasa, el flamenco y sobre todo, el consomé de picadillo con picatostes que no quita el sentido, lo devuelve. Porque no solo de Arte podemos vivir los viajeros.