José Benito García Iglesias
Benito Soto, psicópata, asesino y…pirata (Parte II)
Pero la cólera de Benito Soto llegó al extremo cuando supo, por José de Santos, que no se había dado muerte a todos los integrantes de la fragata, por la compasión que tuvo de las mujeres y de los niños; y su encono fue tal, que a pesar de que ya habían pasado dos días desde su encuentro, hizo virar la embarcación para darle caza y echarla a pique si la encontraba, lo que afortunadamente no ocurrió. Volvieron, pues, a la isla de la Ascensión; pero al mismo tiempo avistaron, muy próxima a tierra, una fragata de guerra como de 40 cañones que se mantenía en facha. Era un enemigo demasiado poderoso, por lo tanto viraron y huyeron precipitadamente.
La Morning-Star navegó a la deriva, y a eso de la una de la madrugada las mujeres, al no escuchar a los piratas, se atreven a franquear la puerta de la cámara y suben a cubierta, observan y no ven al buque pirata, oyen las voces de los encerrados, y aproximándose a la boca de la escotilla, y con grandes esfuerzos, retiran los obstáculos que impedían su apertura, liberando a los hombres. En las horas siguientes reparan, en la medida de lo posible, los grandes daños que los piratas le ocasionaron al buque, y así de esta forma continúan navegando hasta el 13 de marzo, en que tuvieron la suerte de cruzarse con otro buque de su misma nacionalidad y fueron socorridos, felizmente terminaron su viaje dando fondo en el Támesis el 19 de abril.
A los dos o tres días del saqueo de la Morning-Star y navegando en vuelta de la isla de la Ascensión descubrieron sus vigías, como a media tarde, una vela en el horizonte. Esta era la fragata de los Estados Unidos llamada Topaz, que procedía de Calcuta con un rico cargamento. Se dirigen a ella con bandera francesa, que afirman con un cañonazo. Los de la fragata, sospechando la especie de buque que los demandaba, intentan con todo esfuerzo la fuga; pero el superior navegar del pirata les desvanece pronto esta débil esperanza. Como a las cinco de la tarde se hallaba a su costado, y una descarga general a bala y a metralla que hicieron, enarbolando al mismo tiempo el pabellón argentino, les causó un daño considerable en su velamen y jarcia, acabando de convencerles de su triste situación. Benito Soto les grita con la bocina para que se presente a bordo del bergantín el capitán con los papeles, lo que sucede poco tiempo después, acompañado de cuatro marineros. Son recibidos con golpes y arrojados a la bodega. Mientras tanto los mismos individuos que abordaron la Morning-Star, se trasladaron armados al Topaz. Entran con igual furia y desenfreno, acosan y maltratan a los inermes marineros y pasajeros y los encierran a sablazos en la bodega. El resto recorre el buque; escudriñan, rompen y destruyen sin miramiento y amontonan sobre cubierta los objetos que excitaban su codicia.
En tanto que esto pasa en la fragata, Benito Soto hace llamar al capitán y le pregunta sobre el cargamento que conducía, le manda escribir en un papel la orden por la cual el contramaestre de su buque procediese a su formal entrega. Mientras el capitán se entrega a tan violenta disposición, uno de los marineros que lo acompañaban recibe un disparo de Benito Soto sin ningún motivo aparente, salvo que lo hubiese mirado mal, y tiende sin vida al desgraciado marinero. Sobrecogido el capitán por ese acto salvaje e inhumano, suspende la escritura, pero Soto amartilla su pistola y apuntándole grita furioso que concluya de escribir la orden. El papel es conducido a la fragata y la noche se emplea en el trasbordo de su rico cargamento: sedas de la India, cajas de añil, muchas alhajas, relojes de todas clases y entre ellos un cronómetro, gran cantidad de piedras preciosas de todo tipo y colores, ropas de pasajeros y todo de cuanto valor hallaron fue conducido al bergantín. Pero como lo que más deseaban era dinero y no lo hallaron, suponiendo que lo habían ocultado en algún lugar, José de Santos hace salir al piloto de la bodega, le requiere y le amenaza para que lo descubra y como dice desconocer su existencia recibe un tiro del irritado pirata que le causa la muerte. Hace subir uno a uno a todos los encerrados y les requiere del mismo modo delante del cadáver, al no averiguar nada los hace encerrar de nuevo.
Pasaba ya de la media noche cuando Soto dio por concluido el asalto; manda subir al capitán del Topaz y haciéndole entender que se puede embarcar en el bote ordena a Freytas que le dispare, pero este falla el tiro y es el propio Soto el que dispara al capitán quien cae anegado en su propia sangre, gravemente herido se arrastra hasta la borda y se arroja al mar intentando ganar a nado la fragata, pero Soto grita a José de Santos para que remate al capitán y así lo hace de un disparo cuando este pugnaba por asirse al costado del buque, hace subir al resto de los marineros y estos conociendo ya su desventurada suerte, aprovechando un momento de tensión entre los piratas, optan por tirarse al mar, donde encontraron una más que segura muerte.
Una vez transbordado todo el cargamento, Soto grita a Santos con la bocina que si ya ha concluido ya sabía lo que tenía que hacer, que se cumplieran sus órdenes. Esta era la señal para dar muerte a toda la tripulación, los desventurados marineros y pasajeros son sacados de la cámara, donde estaban encerrados, conducidos a proa, y a sangre fría, sin combate ni resistencia, como un rebaño de indefensos corderos, son asesinados vil y cobardemente a tiros, siendo los feroces monstruos de esta ejecución: José de Santos, Nicolás Fernández, María Guillermo Teto y el portugués Domingo Antonio. Perecieron en esta matanza de 20 a 24 personas según el testimonio de los mismos piratas. En ese estado Soto ordena a Francisco Goubin que se pase a la fragata para darle algunos barrenos, pero como al parecer un negro de la tripulación había conseguido esconderse y podía tapar los barrenos y salvar el buque, decide que se le prenda fuego, cosa que hacen, abandonando la fragata con los restos inertes de su tripulación; el espectáculo era espantoso, a los pocos minutos desarboló sus palos en medio de fuertes balanceos y fue consumida por la voracidad de las llamas. Sólo un marinero obtuvo gracia de Soto, a ruego de algunos por haberlos ayudado en el trasbordo de mercancías y por hablar alguna palabra en castellano, pero esta gracia no le fue de mucha duración y sólo consiguió, el desventurado, dilatar por algún tiempo su muerte. Mientras ardía el Topaz se presentó a su vista un buque de procedencia americana que al contemplar la escena se dio a la fuga no pudiendo ser alcanzado por los piratas aunque pusieron su empeño en perseguirlo.
Los asesinatos ordenados por Benito Soto no eran un efecto del resentimiento producido por la resistencia de las víctimas, ni la consecuencia de un combate aventurado; eran calculados y deliberados, a sangre fría, y con la dureza e insensibilidad propias de un hombre a quien el crimen le era habitual.
(Continuará… y todavía estamos con el segundo barco)