Kabalcanty
Corre hacia tu oportunidad
Virginia subió la cremallera del anorak a su pequeña y acto seguido metió el sobre con los documentos en su bolso brillante de plástico. Repasó los papeles con atención, sujetando con un brazo a la pequeña, abriendo el sobre con cuidado, arrimándolo a una de las paredes del bolso con el fin de evitar los roces con los cachivaches heterogéneos que contenía. Desabrochado su raido abrigo, usado pero "ponible", como se decía ella anteponiendo la necesidad inmediata a la evidencia que consideraba exquisitez, que le regaló una de las muchas señoras que le dieron trabajo como asistenta por horas, llamó a la puerta de Jeanette, la vecina ecuatoriana del 3º C que en otras ocasiones ya había cuidado de su pequeña. "Supongo que a media mañana estaré de vuelta", le dijo a la vecina ya desde el descansillo de una escalera en cuyas paredes menudeaban desconchones junto a grafitis toscos y manchurrones de años ha.
Cogió el suburbano en plena hora punta, aunque las horas puntas habían variado mucho en esos diez últimos años. Virginia recordaba ir hacinada en los vagones, así como una masa humana compacta que se bamboleaba hacia un lado u otro según la trayectoria del tren, sin embargo ahora el vagón se mostraba anchuroso, hasta muy holgado, acaso demasiado, ya que el trabajo era muy escaso y los obreros menudeaban pequeños trabajos mal pagados con ociosas miradas en blanco frente a receptores de televisión que emitían engalanados vacíos.
Cuando se bajó en la estación de Megalópolis Central percibió una cantidad de viajeros inusitada que se agolpaba presurosa en los accesos de salida. Vio cómo dos hombres se enzarzaban en un forcejeo por alcanzar un peldaño superior sobre la escalera mecánica o cómo una jovencita, unos metros por detrás de Virginia, que se sujetaba sobre una muleta, era poco menos que pisoteada en el embudo que se formaba en el arranque de la escalera. Se sintió observaba con cierta desconfianza por las personas que la rodeaban hasta que vio los primeros albores del día entre el bosque de piernas que hormigueaba en el marco del vomitorio.
Varios furgones militares se apostaban en las esquinas de la Plaza Central Megalópolis escudriñando indiferentes a los agentes policiales que patrullaban entre cada cinco o seis portales de los edificios circundantes. Las cámaras de vigilancia inteligente giraban sus cuellos metálicos agudizando su pupila oscura a la más mínima concentración estática. Los edificios de hormigón pulido rutilaban todavía humedad nocturna.
Virginia recordó la dirección a la que se dirigía mientras se abotonaba el abrigo y se ajustaba el bolso en bandolera. Muchos eran los que la adelantaban y casi todos giraban la cabeza observando sus espaldas con inquietud. En pocos minutos, ella sintió que le apresuramiento de todos a su alrededor era casi una amenaza. Varias personas la empujaron sin miramiento en su afán por ganar un puesto. A su derecha surgió un tumulto, poblado de insultos y manotazos, al que la policía acudió rápidamente. Uno de los agentes levantó su maza reglamentaria y la hundió sobre la espalda de un hombre calvo. Las injurias contra los agentes fueron surgiendo a la espalda de ella. Pero todo era momentáneo, imperaba la velocidad en el paso y lo inmediato era pasado remoto en segundos.
El paso se hizo carrera. Al comienzo todo fue una estampida en la cumbre de la Vía 79, muy adelante del lugar de Virginia, pero el mimetismo fue un reguero de pólvora que sembró la impaciencia entre la multitud. El gentío se enfervorizó con una meta que la sentían urgentemente cercana, única, indispensable para que su enloquecida carrera tuviese sentido. Se escucharon silbatos, voces de la policía, pero pronto quedaron en un segundo plano remoto, olvidado, ante el paso acelerado de la multitud y los rifirrafes que cada vez eran más numerosos y descontrolados. Virginia cayó de bruces embestida por los codos de dos hombres. Sintió la calidez de la sangre de su nariz mojándole el labio superior mientras sus piernas, espalda y cabeza eran sacudidas por pisadas veloces. "Hija de la gran puta", le dijo una mujer que tropezó con su cuerpo y fue al suelo, muy cerca de ella, al tiempo que la escupía e intentaba arañarla.
Fueron unos segundos en los que Virginia, tirada como un despojo en el suelo, visualizó a su pequeña, a su miserable piso de alquiler, a su bolso de plástico, a su abrigo de segunda mano, y un empuje brutal, el arranque primario de la supervivencia, la levantó esgrimiendo sus brazos como dos demoledores colosos. Pronto se hizo un hueco, haciendo caer a un buen número de alocados corredores, y, aferrando su bolso brillante de plástico, secundó la impetuosa galopada.
Casi sin resuello, chorreando sangre al quicio de su barbilla, vio las siglas de la Empresa de Trabajo Temporal en la cúspide del edificio. Un cordón de militares y varias tanquetas de la policía acorazada custodiaban la entrada. La multitud agolpada iba pasado de uno en uno al interior del edificio después de pasar bajo un arco que los enumeraba. Virginia hizo un último acopio de fortaleza y se abrió paso ferozmente hasta alcanzar a los primeros que entraban. "La señora y dos más. Después se cierra, Gutierrez", ordenó con contundencia un mando de los militares, haciendo una seña a los demás hombres y a los conductores de las tanquetas.
"Les recordamos que entreguen sus currículos en las ventanillas de recepción de forma ordenada. Una vez resuelta la selección de las 10 vacantes de Auxiliares de Cocina ofertadas, les comunicaremos a los elegidos, vía sms, el lugar, día y hora para el reconocimiento médico, último trámite para su incorporación inmediata al puesto de trabajo. Gracias a todos por acudir y confiar en ETT Westbrook. Buenos días"
Escuchó Virginia por megafonía en el interior del edificio. Rebuscó en el bolso para sacar el sobre. Se lo colocó bajo el pecho, apretándolo con su mano y manchándolo inevitablemente de sangre, y esperó su turno en la fila frente a las ventanillas de recepción.