Manuel Pérez Lourido
Días nublados
Hay días en los que no sale el sol. Son los días nublados. Hoy es uno de ellos: el pensamiento va a cámara lenta, como caminando sobre huevos. Los que hay que tener para escribir sobre este tema.
Escribir un día nublado puede conducir a lugares apartados donde sólo hay una celda sin claraboya con un sucio plato de comida en el suelo que además está vacío. Uno empieza a caminar cuesta arriba, como siempre que se estrena una página, y de pronto se halla en ese lugar. Mira alrededor y lo que hay alrededor es un día nublado, que impone su desidia por los cuatro puntos cardinales. Mira dentro de su corazón y allí también está todo nublado. Tanto que a veces termina lloviendo y vienen las lágrimas a los ojos a la mínima, como residuos de otro tiempo que la marea deposita en la orilla. No hay nada peor que ponerse poético un día nublado. Las metáforas nacen tullidas, los símiles raquíticos, las palabras en general parecen aquejadas de una terrible epidemia que instala en el texto un tono general de hospital de campaña, de territorio enfermo, de mundo envenenado.
No se sabe qué es mejor un día nublado: quedarse en casa o salir de ella. Por eso lo normal es deambular por la casa adelante como si nos estuviésemos preparando para salir, o como si ya estuviésemos en la calle. Arrastrar el cuerpo de habitación en habitación, demorándolo en el pasillo como un caballo que se agacha para arrancar hierba con desgana y se dedica a masticarla sin ninguna gana de comer. Este comportamiento ambulatorio, al que otro día cualquiera pondríamos fin en seguido por puro aburrimiento, puede ocuparnos horas y horas, pues el aburrimiento es el estado mental por excelencia en un día nublado.
Hay una corriente de pensamiento, radical y voluntariosa, que aboga por acompañar este lamentable cuadro con música, bien sea grabada o ejecutada por uno mismo. Recomiendan canciones de Leonard Cohen, Nick Cave, Randy Newman, en general cantautores con propuestas lindantes con la depresión o directamente inmersas en ella. Como echarle leña al fuego. Esta escuela de pensamiento, claramente influida por la homeopatía, con frecuencia recibe acusaciones de inducción disimulada al suicidio, aunque la inmensa mayoría de las veces la acusación es de inducción directa al suicidio, sin disimulo que valga.
La corriente opuesta discrepa radicalmente, si no no sería opuesta, y sostiene que la música está totalmente contraindicada en los días nublados. Cualquiera que fuese el estilo. Su tesis es que hay que dejar fluir, aunque al ralentí, los ritmos interiores, para que se produzca una catarsis de lo que quiera que a uno le revuelva por dentro en un día nublado. En este sentido, los ritmos musicales supondrían una intromisión en ese proceso depurativo. Por supuesto, todas las asociaciones en los ámbitos profesional y aficionado relacionadas con la música se oponen radicalmente a este planteamiento. Los músicos dicen que a ellos nadie les va a decir que tienen que abstenerse de trabajar un día nublado, y evidentemente tienen sus razones.
Pese a todo lo anteriormente dicho, a los seres humanos nos conviene de vez en cuando un día bien nublado. Con tanta crisis, tanto estrés, tanto rebuzno aquí y allá, nada mejor para reponer energías que el tono sereno y el ambiente relajado que proporciona un día así, como el de hoy.