Manuel Pérez Lourido
Televisiones sin fronteras
Si un día cruzas el salón de tu casa y, casualmente, este alberga un televisor y, procedente del mismo, escuchas un improperio de lo más basto, no te preocupes. No te alteres, no mires el reloj: ya te digo yo que es prime time y que el exabrupto chabacano procede de un contertulio/a de un programa de cardiopatías y bajezas al por mayor. Tendrás la tentación de volver la vista hacia el espectador/a del espectáculo y tal vez contemples el rostro angelical, los rasgos serenos de una persona madura a la que le prometiste amor hasta la tumba. Sujeta las ganas de preguntarle qué ha pasado con la criatura que desposaras, las ansias por recordar quién es él o quién es ella, en que lugar se enamoró de ti... y a qué dedica el tiempo libre (esto ya lo sabes).
Sufrir una invasión en tu propio hogar de seres de moral cochambrosa, lengua de ofidio, timbre vocal de felino electrocutado y desparpajo descomunal puede llegar a causar espasmos, jaquecas, erupción cutánea, náuseas (esto, fijo) y la aparición de la apremiante necesidad de arrojar el televisor por la ventana. Si no es de plasma, ya es hora de jubilarlo: lo mejor es proceder al desahogo, vigilando que no pase nadie por debajo.
Hay un antes y un después en la vida de un ser humano en sus cabales que se deshace de un televisor por medios violentos igual que hay un antes y un después de quién se extirpa un grano de las posaderas. Y eso, a pesar del llanto posterior en plena compunción por tener que perdernos los documentales de la 2, esas lágrimas con las que se da tributo a los mitos. Si usted quiere convertise en un ser más vivo, deshágase de la criatura catódica que lo esclaviza y abra un libro. Haga ambas cosas con violencia, como si la vida le fuese en ello, y luego nos cuenta.
Bueno, mejor no nos cuente nada: que cada palo aguante su vela y de todos modos cada mes hay ofertas insuperables atiborrando los estantes de los lugares dispensadores de electrodomésticos.
Los televisores modernos vienen provistos de conexión a internet. Es justo: también usted podía ver la televisión en internet, la cosa ahora está empatada. Pero este movimiento amenaza seriamente el futuro del ordernador: es más fácil imaginar un televisor que haga de ordenador que a un ordenador que haga de televisor. No pregunté por qué, no sea insensato. Lo cierto es que el primero de los dos antagonistas que además consiga suministrar café, se llevará el gato al agua. Y no será agua de borrajas, sino la base de una humeante taza del aromático brebaje (otro icono de la vida moderna). No descarte que a los nombres Sony, Samsung, Sharp, LG, se le añada pronto Nescafé.
Llegados a este punto, igual que podríamos haber llegado a cualquier otro, solo nos resta hacer constar una sugerencia para mejorar, aún más, nuestra plácida existencia de consumidores sin fronteras en busca del placer: por favor, señores mandamases de la cosa de los reproductores de televisión y/o los ordenadores de sobremesa, debido a la proliferación de programas del estilo comentado más arriba, con su descarga adrenalínica, sus dosis masivas de apelación a instintos básicos, su querencia por el vitriolo y su desprecio de la estética. ¿no podrían poner, junto al dispensador de café, otro de tila?. Muchas gracias.