Manuel Pérez Lourido
Señales de una sociedad estúpida
La estupidez es un arma de destrucción masiva. Lo primero que destroza es el sentido común. La semana pasado pudimos asistir a un bochornoso espectáculo producido tras un asesinato. Como la víctima era un cargo político de cierta relevancia, se desataron reacciones que retrataban la estupidez de sus ejecutantes. Pese a ser público y notorio que las autoras del crimen pertenecían al mismo espectro político de la difunta, unos se apresuraron a acusar a los de enfrente de haber ensuciado el patio social con sus protestas y sus escraches a políticos y otros enseguida insinuaron que el ejercicio de la rapiña y el mal gobierno de los primeros había conducido a aquel delito.
En tertulias radiofónicas y televisivas, adláteres de uno y otro bando hacían gala de la capacidad humana para dimitir del raciocinio y se instalaban en unos postulados que la realidad desmontaba como un castillo de naipes. Pero hace tiempo que la realidad está desvinculada de la acción política, y así nos va.
Hay gente que vive muy cómoda en las trincheras. Parapetada en el lenguaje de la tribu, de su tribu, está eximida de la pesada tarea de pensar: ya otros lo hacen por ellos. Solo tienen que limitarse a mascullar consignas y lugares comunes.
Además siempre se van a sentir arropados y acompañados, jamás notarán el frío de quien camina fiel a los dictados de su conciencia, que en algún momento acaban chocando con los que están de moda.
Si ni siquiera somos capaces de conseguir que respetemos el valor de la vida de una persona, porque la vamos a hacer depender de su posicinamiento político o de su comportamiento como persona. Muy mal vamos. Los partidarios de la pena de muerte están de enhorabuena.
Sólo existe un camino por el que transitar para intentar alcanzar mayores cotas de responsabilidad individual con el objetivo de construir una sociedad más justa e igualitaria. Ese camino es el de la educación y la cultura. Desgraciadamente, los planes educativos inciden cada vez más en los aspectos técnico-instrumentales y menos en el acervo cultural. Pero si no sabemos quienes somos, ni de dónde venimos, no sabemos nada. Si no sabemos expresarnos, si no sabemos pensar, nuestro futuro se achata. Seremos meras piezas de un engranaje, útiles unicamente en en tanto que agentes productivos y consumidores. Trozos de carne llevados por el viento y las horas. Sin alma.