Manuel Pérez Lourido
Tontunadas y sentencias
Lo cuento porque sé que no le pasa a todo el mundo: cada vez que me pongo a escribir se apodera de mi una fuerza incontrolable. Me atacan unas tremendas y urgentes ganas de ponerme a pintar la mona. Y cedo ante ellas sin rechistar. Así consigo echar por tierra enjundiosos artículos sobre lo divino y lo humano que se quedan en una colección de chascarrillos mal cosidos y peor presentados.
He estado pensando seriamente sobre esto durante los últimos cinco segundos. Creo que todo se debe a la presión que sobre el articulista medio ejerce el lector medio, que es una presión mediana pero presión al fin y al cabo. Ante la ansiedad por situar mi columna en el ranking de las 40 principales del día, en lugar de acomodar la frase al razonamiento, echo de comer frases al payaso que llevo dentro.
Nadie está libre de sufrir este tipo de problemas. La realidad se asemeja con frecuencia a un espectáculo circense. Un día, por ejemplo, lees en la prensa que condenan a dos seres vivos a tres años de cárcel por ensuciar una piscina.
Aún en el supuesto de que Ana y Tamara o Tamara y Ana hubiesen echado ácido sulfúrico en el agua, vejado al gerente del complejo hasta acomplejarlo, escupido al vigilante jurado y orinado en los jardines colindantes... ¿quién se atrevería a decir que merecen tres años de cárcel?.
La transparencia de este disparate radica en su notoria vocación de escarmiento ante la alegría con la que el pueblo se lanza a las huelgas, las manifestaciones y las protestas en general, en lugar de quedarnos quietecitos en casa conjugando el verbo achantar.
Vivimos en un tiempo en el que los derechos individuales están siendo agredidos en nombre de nuestra propia seguridad. La obsesión por vigilarnos se extiende como un tumor. Pondré dos ejemplos recientes. La alcaldesa de la capital del estado llegó a proponer leyes para restringir el derecho de manifestación a lugares alejados de la Puerta del Sol.
En Pontevedra nunca se aparcó tan bien. Tampoco nunca antes hubo tan poco sitio donde aparcar, vale. Pero que digan ahora que el multamóvil es por el bien común...
Bien pensado, cuando uno echa un vistazo a la llamada realidad circundante, lo normal es que le entren ganas de hacerse el tonto casi a tiempo completo. Ya lo decían los viejos: "vista de lince, paso de buey, diente de lobo y hacerse el bobo".