Manuel Pérez Lourido
Eurovisión, el ruido y las nueces
Este año participa en Eurovisión una mujer barbuda. Sospechábamos que este certamen se había convertido en un circo de tres al cuarto, y esto no hace sino confirmarlo. Estamos ante un evento comercial que defiende histéricamente su share televisivo y que no duda en llamar la atención del público por toods los medios a su alcance. Recordemos algunos.
En 2006 una pandilla de finlandeses disfrazados de orcos ganan por primera vez la cosa con una interpretación en clave heavy. 'Hard rock Hallelujah' era el tema y se habló mucho de aquella puesta en escena. Hoy no se acuerda de ellos ni el Tato, a no ser que fuese uno de los disfrazados.
Lo que pasa es que esta gente de Eurovisión mucho tiene que pintar la mona para superar a gente como Miley Cirus o Lady Gaga, que deben tener un equipo a tiempo completo discurriendo nuevos ejemplos de idiocia para dar la nota.
Tres años antes, las favoritas para el premio formaban un dúo lésbico que al final ni ganaron ni eran lesbianas. Se trataba de una estrategia publicitaria ideada por su mánager. Pero en aquellas chicas llamadas t.A.t.U. los medios gráficos y escritos hallaron un morboso filón que explotaron hasta que reventó.
El engaño, la farsa, el artificio, la máscara, se han alzado como elementos imprescindibles de Eurovisión con el paso de los años.
No existen palabras que no se hallan utilizado para definir a Rodolfo Chikilicuatre, cuyo nombre proviene de una vulgarización del viejo adjetivo chiquilicuatro, que tuvo la mala suerte de caer en las manos de un famoso locutor deportivo quien lo popularizó en su versión deturpada empleándolo en sus extensas invectivas hacia estamentos y personalidades del fútbol patrio.
En cumplimiento de un sino no escrito pero estrictamente observado, el actor que encarnaba al esperperpéntico Rodolfo ha sufrido una considerable mengua en su caché profesional tras su lapso de gloria festivalera.
En 2010 presentamos a un esforzado David Diges con la canción Algo pequeñito. Hay que echarle narices: irse a Suecia con semejante título. Claro que en 1977 ya había pedido Micky a gritos que le enseñasen a cantar y luego en 1983 Remedios Amaya fue a preguntar quién manejaba su barca que a la deriva la llevaba. Lo nuestro no son los títulos, estuvo claro desde que ganamos con La,la,la, que no lo hay más cutre.
En todo caso, uno no piensa exponerse a los rayos catódicos para asistir a este decadente desfile de talentos que quedarán en entredicho salvo si se alzan con el premio. Lo cual no es óbice para escoger un favorito, y el mío es Conchita Wurst, la mujer barbuda. Cuando usted lea esto, querido lector, ya sabrá si ha sido bueno el pronóstico.