Manuel Pérez Lourido
La verdadera historia de José Mourinho
La verdadera historia de Mourinho nos trae a todos al pairo, así que hablemos de lo que ha pasado con Mourinho en su etapa madridista. Tuvo una etapa culé, como asistente técnico de Robson primero y como segundo de Van Gaal después, que ha sido borrada de las meninges de todos los culés de pro igual que se resetea un disco duro.
Lo primero que hizo la prensa española cuando llegó, con diecisiete títulos (entre ellos dos champions) entre Porto, Chelsea e Inter, fue españolizar su apellido. Al bajarse del avión ya era Mouriño. Eso lo cabreó muchísimo. Empezó a bizquear en las ruedas de prensa, los periodistas le miraban mal y él miraba mal a los periodistas. Estos pensaron que se mostraba prepotente y chulo con ellos por culpa de aquella afrenta, pero no: es porque él era así. La gran socióloga Jeanette había cantado sobre esto.
En 2010 reinaba en España el Barsa de Guardiola, que era un tipo muy listo y había observado como en la selección española, Luis Aragonés (otro eterno favorito de la prensa) había puesto a jugar a los bajitos, dándole mando en plaza a Xavi y galones a Iniesta. Montes bautizó aquello como el tiquitaca. Total, porque se pasaban mucho el balón, mira tú, como si el fútbol no consistiese en eso. Algunos exagerados sostienen que el fútbol consiste en marcar goles, pero ahora no vamos a entrar en ese debate.
Lo cierto es que el Barsa de Guardiola era un equipazo que le pintaba la cara a cualquiera después de derrengarlo a base de hacerlo correr detrás de la pelota. Acababa el partido y estabas asfixiado, habías golpeado el cuero seis veces y cinco fueron para sacar de centro. Un alienígena procedente de Argentina desquiciaba a los defensas rivales y los mandaba directamente al diván del psiquiatra.
Mourinho se arremangó e implantó una disciplina casi militar para luchar contra el enemigo. Tuvo que hacer pasar por el banquillo a todas las figuras del equipo para dejar claro quien mandaba y exigió obediencia ciega. Le ganaron una Copa de Rey al Barcelona sudando tinta china.
Los periodistas dijeron que no era suficiente. Dijeron que era ultradefensivo, meapilas y cagón, redundantemente; pero es lo que tienen los periodistas. Lo siguieron diciendo el año que el Madrid batió el record de puntos y de goles en una liga que también jugó el Barsa tiquitaquero con alienígena.
Luego Mourinho descubrió que no todos sus muchachos le secundaban. Se dio cuenta de que alguno no le veía bien y dijo que había un topo en el vestuario (es sabido que los topos ven muy mal). La prensa puso el grito en el cielo, se rasgaron las vestiduras, los micrófonos echaban humo, los periódicos proferían insultos. Lo ningunearon de formas que no recogían los cursillos oficiales de ninguneo. Mourinho, que siempre fue un maleducado de tomo y lomo, no escatimó bilis para devolver las pullas. Aquella campaña que padeció Van Gaal, con muñecotes y todo, fue Barrio Sésamo comparado con el trato que sufrió el portugués.
Hacia el final de sus días de merengue el Madrid jugaba contra el Barsa de tú a tú y a veces hasta ganaba. Incluso en el Camp Nou. Pero no logró una Champions, que era el sueño del superjefe Florentino y Mourinho se fue igual de chulo que vino y sin despedirse de la prensa. Por Barcelona no puede ir ni disfrazado. A su paso se ponen a funcionar las fuentes, los aspersores, la moreneta se queda lívida...
A Mourinho se le odia sin ninguna cordialidad, sin agradecerle por ser alguien que encarne el mal absoluto y a quien poder despreciar sin sentir ni un asomo de culpa. Paradójicamente algunos de sus jugadores, que seguro han sufrido repetidas contusiones en el lóbulo parietal en el ejercicio de su profesión, manifiestan su preferencia por este entrenador: Ibrahimovic, Materazzi, Etoo, Xabi Alonso...
Y que conste que todo esto lo escribo porque ya es hora de que se traten los asuntos verdaderamente importantes en este país, los que mueven a las masas. Porque luego hay quien dice que lo hago de cachondeo.