Beatriz Suárez-Vence Castro
Hombres solos
Respetar las creencias de otros cuando son iguales a las nuestras es fácil. Lo verdaderamente complicado es ser respetuoso con las creencias que no coinciden con nuestro pensamiento. Es un ejercicio intenso de tolerancia y sensibilidad.
En España arrastramos una carga muy pesada de rencores y odios que provienen de los largos años de dictadura y de una Guerra Civil. Ha sido la nuestra una Transición con complejos, completa en la forma pero no en el fondo. Nos ha quedado mucha rabia y una tendencia grande al extremismo. Todo es blanco o negro, derecha o izquierda.
Recientemente ha muerto Adolfo Suárez, un hombre al que hoy todo el mundo dice admirar pero que en su momento se quedó solo. No se entendió su afán moderador, de hombre conciliador y centrista. Los que se situaban a la derecha o a la izquierda veían el centro como una forma de irse de la cuestión sin comprometerse. Creo que no pudo llevar a cabo la Transición que él quería y por eso se retiró prudentemente. Tampoco eso se entendió. Aquí, ambos bandos, porque seguimos siendo un país dividido en dos, se aferran al poder en cuánto lo tienen y en lugar de aprovechar el privilegio que supone gobernar para todos, terminan gobernando para los suyos.
Suárez fue un hombre de luz que no pudo con unas sombras tan alargadas. Su espíritu de concordia, de auténtico hombre de Estado no se entendió nunca.
La Iglesia Católica vive también hoy un período de transición, con un papa aperturista. Que los católicos le sigan está bien pero no es difícil. Lo difícil va a ser que le escuchen los no católicos. Sin embargo, que la Iglesia vaya más acorde con los tiempos nos beneficia a todos. No es Francisco un evangelizador al uso, sino un hombre de talante abierto y fraternizador.
Por supuesto que al no católico la iglesia le importa un bledo o incluso le provoca rechazo. Lógico es. Pero no es ya tan lógico que no quiera ni escuchar los cambios que se están produciendo en ella. Los católicos viven hoy una transformación con una voluntad clara de adaptación a la sociedad y de renovación pero si la sociedad continúa viéndoles como un enemigo que volverá a traer los fantasmas del pasado esa renovación no podrá completarse. Catolicismo sigue asociándose a franquismo porque era la religión del régimen. Pero ahora es también la religión de mucha otra gente que afortunadamente nada tiene ya que ver con aquello. El franquismo ha muerto. El catolicismo no.
Es cierto que aún queda alguna rémora del pasado, gente que vive su religión como si todo lo que se apartase de ella fuese indigno o un pecado mortal. Pero esta especie de católico se va desdibujando cada vez más hasta convertirse en algo caricaturesco. Aparecen, en cambio, personas como Olalla, la joven viguesa que cambió su carrera de modelo y actriz por el ingreso en la Orden de Santa María de Oia. Ella se ha comprometido de una manera muy profunda, más allá de la media, pero puede servirnos de ejemplo para ilustrar el espíritu católico del s.XXI.
El católico actual vive su fe con serenidad y sentido común, lejos de la santurronería y la hipocresía que haya podido caracterizarlo en épocas pasadas. Sin embargo nuestra sociedad es lenta en perdonar y muchos católicos se sienten dolidos porque se les sigue asociando a aquella España negra y miserable en la que se imponía un credo único. En el que la Iglesia abusaba de su poder, azotaba moralmente y reprimía.
La Semana Santa ha significado para muchos la celebración de su fe. Para muchos otros, simplemente un período vacacional como otro cualquiera. Ambas cosas están bien. Sin embargo, para unos pocos ha servido para atacar la fe católica y esto es lo que me parece injustificable.
Entiendo que igual que nadie puede obligar a otra persona a que crea en algo, nadie puede ser rechazado por aquello en lo que cree. Si la Iglesia quiere renovarse de verdad, reconocer errores y daños pasados, se verá con el tiempo. En todo caso será más fácil si la sociedad en general le da la oportunidad de hacerlo.
El Papa Francisco podría ser el artífice de otra transición necesaria. Ojalá no se quede, también, solo.