Pontevedra en alarma: 98 días de encierro

Pontevedra
30 de diciembre 2020

A partir del 14 de marzo todo cambió. Era un sábado. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, anunciaba en una comparecencia televisiva un rígido confinamiento durante quince días ordenando el cierre de los negocios que no fueran de primera necesidad. Finalmente hubo seis prórrogas del estado de alarma

Fotos del año 2020 Diego Torrado

El año había empezado con mucha intensidad informativa: el primer gobierno de coalición de la historia de la democracia española, la sentencia del juicio al Procés, el 'pin parental'... Se hablaba del virus SARS-CoV-2 como un problema de otros que tenían en China. Las autoridades aconsejaban extremar las medidas de higiene y poco más. Los sindicatos denunciaron esta actitud "negligente" de la administración sanitaria de Galicia.

Y llegó aquel virus. El 4 de marzo que se detectó el primer contagio en Galicia: un hombre de 49 años que había viajado a Madrid a una entrevista de trabajo.

Al día siguiente, desde la gerencia del área sanitaria de Pontevedra aseguraban estar preparados para afrontar la situación y señalaban que "el manejo de pacientes con sospecha de coronavirus no es diferente al manejo de otros pacientes que diariamente se atienden en el sistema sanitario público gallego"

Pero todo se precipitó a partir del 9 de marzo. La jornada siguiente de la celebración de las manifestaciones por el Día de la Mujer saltaron todas las alarmas al duplicarse la cifra de contagios en España hasta los 1.204 y elevarse a 28 las muertes.

El miércoles 11 de marzo se confirmaba el primer hospitalizado por coronavirus en Pontevedra, un hombre de 45 años que había viajado a Madrid días atrás. Ese mismo día la exministra Ana Pastor anunciaba que también se había contagiado y llevaba varios día de cuarentena en su casa de Pontevedra. 

Las cancelaciones de eventos de todo tipo caían una detrás de otra como fichas de dominó. Entre las más importantes Educación suspendía las clases en Galicia y también lo hacían los empresarios del ocio nocturno. La movida pontevedresa cerraba voluntariamente sus puertas.

La Xunta de Galicia declaraba la situación de emergencia sanitariaen toda la comunidad autónoma, era viernes 13 de marzo.

A partir del 14 de marzo todo cambió. 

Era un sábado. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, anunciaba en una comparecencia televisiva un rígido confinamiento durante quince días ordenando el cierre de los negocios que no fueran de primera necesidad.

Al día siguiente, el Sergas confirmaba la primera muerte en Pontevedra por el coronavirus:un hombre de 81 años ingresado en Montecelo. Ese día la Consellería de Sanidade contabiliza ya 13 casos confirmados de coronavirus en esta área sanitaria.

Entonces vimos como se cerraban las fronteras, las calles y carreteras se vaciaban de golpe y el Ejército se sumaba al control y la fiscalización de movimientos. Era para quince días pero finalmente hubo seis prórrogas del estado de alarma. 98 días de confinamiento en las casas.

En los primeros momentos hubo algunas tensiones que se reflejaban en los supermercados y que generaron problemas de abastecimiento. El papel higiénico desaparecía en los lineales.

Los contagios y las muertes crecían exponencialmente. Los sanitarios asumieron la primera línea del frente en la batalla contra el nuevo Covid-19. La ciudadanía les reconoció su trabajo dándole tintes heroicos. En marzo los profesionales de la medicina acaparaban el 12% de los casos de infectados.

Surgía entonces la Pontevedra de los balcones con el tributo a los sanitarios en el aplauso de las ocho de la tarde. Un agradecimiento y un desahogo que luego se ampliaría con ovaciones a los trabajadores de los supermercados, al Ejército, los policías, los guardias civiles, el personal de limpieza, incluso una cacerolada contra la monarquía

Fueron días para descubrir a los vecinos de enfrente. Algunos desataron su vena artística y otros su ingenio para la fiesta, personajes como Johny Guimil o Petete con su creatividad desbordante para animar a todo el barrio

También emergió otro fenómeno con la pandemia: el de los policías de balcón, esos sheriff de escalera que señalaban desde sus ventanas actitudes reprochables e incluso vergonzantes, que las hubo desde el primer día del estado de alarma y que, algunas, derivaron en multas. En aquellos días el paseo de las mascotas se convirtió en un privilegio.

El confinamiento también disparó el uso de las redes sociales y las nuevas aplicaciones para videoconferencias. Llegó el teletrabajo. Menos mal que no falló internet porque el confinamiento no hubiera sido igual de soportable sin los chats, los maratones de Netflix, los videojuegos en red y las conversaciones hasta la madrugada.

Lo único que demostró no estar a la altura de las nuevas tecnologías fue el sistema educativo por falta de recursos y de preparación en los docentes.

Tres problemas se agravaban cada día. Por una parte los ERTE se disparaban, faltaba material de protección sanitaria o el que había era inservible y, lo más grave, empeoraba la situación de los centros sociosanitarios y de atención a mayores. El 40% de los fallecidos en Galicia estaba en residencias.

El 15 de abril Galicia superó la fase aguda y la tasa de contagios empiezó a bajar, doblegamos la curva y empezaron las flexibilizaciones.Después de 43 días encerrados los niños volvieron a correr, era 26 de abril, una hora diaria, con un adulto y en un radio de un kilómetro. Más tarde los paseos se convirtieron en rutina vinculada a las franjas horarias. La desescalada avanzó en fases y el problema sanitario quedó a un lado para dar lugar a la política y el enfrentamiento. 

Por el camino tuvimos que acostumbrarnos al gel de manos, a las mascarillas de las que nos hemos hecho inseparables. Poco a poco nos dejaron salir de paseo, volver a los bares y a dar vida a la ciudad. Llegó el verano y con él los turistas. Nos lanzamos a las playas. Sí, nos confiamos. No habíamos vencido al virus. Aún nos tenía reservada (otra) desagradable sorpresa.