El repentino cierre de Santa María deja solo 72 horas de margen para buscar nuevo hogar a su paciente más antiguo
Por Manu Otero & Mónica Patxot
Lunes. Suena el teléfono de Pablo Casas. Es un trabajador de la residencia de Santa María, en la que lleva ingresado su hermano veinte años. Le comunica que el centro cierra esa misma semana y que tiene de margen hasta el jueves, menos de tres días, para trasladar al paciente.
Es el inicio de la carrera contrarreloj en la que está inmerso este agente de la Policía Nacional de Pontevedra, que se ocupa desde el año 1999 de su hermano, víctima de un accidente de tráfico que le ha provocado graves secuelas físicas y psíquicas.
"Se mueve en silla de ruedas, no tiene memoria a corto plazo desde el accidente, y sufre parálisis entre otras secuelas tanto físicas como psíquicas. Tiene el grado III de dependencia", explica Casas la situación que ha llevado a Jorge Eduardo, de 42 años, a ingresar en esta residencia.
A pesar de las dificultades que debe superar cada día, la vida de este paciente en el centro pontevedrés era relativamente cómoda. "Somos de Pontevedra y la ciudad es muy amable, salíamos a pasear todos los días", agradece su hermano. Sin embargo, la de este jueves ha sido la última noche que ha pasado en la que fue su habitación durante los últimos 20 años.
Desde el día del fatídico suceso, Jorge Eduardo pasó los primeros meses de su recuperación en un hospital santiagués, luego fue trasladado a la unidad especializada en recuperación de víctimas de accidente de tráfico del hospital Vall d'Hebrón, en Barcelona. La recuperación no avanzó tan bien como esperaban y regresaron a Pontevedra, primero al Hospital Miguel Domínguez y finalmente al sanatorio Santa María.
Allí pasó sus últimos veinte años con plena tranquilidad y una satisfactoria atención tanto sanitaria como social. Pero todo comenzó a torcerse hace una semana, cuando en una de sus visitas Pablo Casas escuchó rumores sobre un cierre inminente del sanatorio que dejaría a su hermano en la calle. Lo consultó con los trabajadores de Servicios Sociales y Dependencia de la Xunta, que desconocían la información. Hasta que, después del fin de semana, cayó la bomba.
"Me avisaron el lunes para sacarlo el jueves", recuerda todavía con incredulidad Casas. Él entiende la necesidad de trasladarlo y los motivos del cierre de la residencia pero critica el escaso margen que le han dado para encontrar una solución. "Nos han dado muy poco tiempo, llevo tres días de muchísimos estrés", reconoce el policía que, al encontrarse de días libres, pudo dedicar todo su tiempo a resolver el problema.
Primero trató con Servicios Sociales la adjudicación de una plaza en una residencia pública, puesto que reúne los requisitos obligatorios, en cualquier lugar de Galicia. Algo que no ha sido posible. Luego tiró de contactos personales para dar con una residencia privada con un coste asumible para su bolsillo.
Contactó con la de Vilaboa, en la que vivió su madre hasta que falleció este año víctima de la pandemia. Imposible, no tenían plazas disponibles. Finalmente surgió la posibilidad de ingresarlo en la residencia Amoedo, en Redondela, a la que este viernes tiene previsto trasladarlo.
"Esperamos que sea algo temporal, hasta que le concedan una plaza en la pública. Los gastos los asumiré yo, aunque cuento con su pensión de discapacidad y la ayuda de dependencia. La diferencia es de unos 300 euros", detalla Casas, quien agradece la atención y esfuerzo que están poniendo los asistentes sociales para encontrar una solución definitiva a la situación de su hermano.
Mientras tanto, cómo afectará todo este ajetreo a la salud de Jorge Eduardo es una incógnita. "Por sus problemas de memoria no se está enterando mucho de todo lo que está pasando. Pero habrá que ver cómo pasa la primera noche en otra habitación y cómo se adapta a la nueva residencia porque los trabajadores de Santa María lo trataban muy bien y les había cogido mucho cariño", concluye Pablo Casas que no pierde el "optimismo" sobre la búsqueda de un nuevo hogar para su hermano, uno de los tres pacientes privados que residían en el ya histórico sanatorio de Santa María.
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