"¿Dónde están todos los que querían protestar ante Rajoy?"
Por Anxo Lourido
Más de 25 agentes de la policía nacional, alrededor de una docena de municipales y un grupo de policías autonómicos flanqueaban el Sexto edificio del Museo de Pontevedra. Por la calle Cobián Roffignac un niño preguntaba a su madre:
- ¿Por qué hay tanta policía, mamá?
- No lo sé, hijo. Algún político vendrá.
El político que venía no era otro que el presidente del Gobierno. Mariano Rajoy llegó en un vehículo oficial, escoltado por otros tres automóviles de color oscuro. Circularon por la calle Santa Clara y se detuvieron en Sarmiento. Allí, el presidente bajó para entrar casi de inmediato en el edificio Sarmiento del Museo. No hubo saludos ni sonrisas hacia los escasos viandantes que prestaron atención a su llegada. Enfrente de la Iglesia de San Bartolomé, una mujer de mediana edad portaba una camiseta de protesta por las preferentes. Dice que pidió permiso para estar allí y que le han dejado, "pero ni siquiera he sacado el pito para hacer ruido". Lamenta que no haya más compañeros afectados por las preferentes. "Yo lo escuché a las seis de la mañana por la radio, cogí el autobús y me vine para aquí. Soy de Marín" afirma mientras confiesa que "tengo tanto odio dentro de mi que ya no sé qué hacer. Perdí el dinero de mi hijo que falleció y nos siguen mintiendo".
En esos momentos, aparece un grupo de diez sindicalistas de la CIG con una pancarta en contra de los recortes y la reforma laboral aplicada por el Gobierno. La policía les impide el paso a la altura de la fachada de San Bartolomé. Una policía comienza a dar órdenes. "Es como la teniente O'Neil", dice alguno de los peatones que, junto a los sindicalistas, es obligado a abandonar la zona. La agente reclama identificación a los periodistas y envía a varios policías para que acompañen al grupo que protesta encabezado por el secretario comarcal de la CIG, Rafael Iglesias. A ellos se suma la mujer afectada por las preferentes. Todos se concentran en Cobián Roffignac ante la fachada acristalada del Sexto edificio. Un vecino comenta:
- A las ocho de esta mañana, varios operarios estaban a toda velocidad limpiando los cristales.
Los cánticos de protesta comienzan: "Reforma laboral para Rajoy e Cospedal", "menos recortes e máis emprego" o "Rajoy, cacique, Galicia vai a pique". Un joven que pasea por allí grita "chorizos".
En Sarmiento, los coches oficiales ya han girado para estar preparados para la salida del presidente. Una señora pregunta:
- ¿Quién está ahí?
- Rajoy, le contestan.
- Buf, marcho que no tengo ganas de verle la cara.
Ocho miembros de Comisiones Obreras con su secretario comarcal, José Luis García Pedrosa, se suman a los que se concentran ante el Sexto Edificio.
"E o das preferentes onde están?" pregunta otro viandante. "E os estudantes? Onde están todos os que tanto querían protestar?". Por los alrededores solo se observa a un joven de la plataforma pontevedresa del 15-M que se acerca mientras pasea a su perro.
A las 11:15 comienzan a salir los invitados al acto. José Manuel González, gerente del CHOP, recibe gritos de "privatizador" y el delegado de la Xunta, José Manuel Cores Tourís, escucha a su salida los cánticos de "PP ladróns".
En esos momentos, una mujer con el carrito de la compra intenta pasar por la parte de la acera vallada ante la entrada del Museo. Antonio Millares, policía local y representante sindical de CC.OO., le dice a los policías nacionales y autonómicos que retiren un poco las vallas para que la mujer pueda pasar sin tener que bajarse a la calzada. Empuja hacia atrás una de las vallas y un policía autonómico se enfrenta a Millares, y dos policías nacionales le reclaman la documentación y se produce un pequeño enfrentamiento dialéctico. De fondo continúan los gritos de "menos recortes e máis emprego" y alguien pregunta "pero ¿qué hace tanta policía por aquí?".
Y en ese momento, Rajoy y el séquito que le acompaña abandonan el Museo en los coches oficiales pasando por delante de los manifestantes. Apenas se oyó algún grito más de protesta. "Aquí ya está todo el pescado vendido", dijo un sindicalista recogiendo la bandera y, con cara de frío, todos comenzaron a marcharse.