Kabalcanty
La rigidez de la niebla
Fue ayer por la tarde cuando se me acercó Celestino Buey hasta mi sitio en la barra del bar Prieto. Era sábado y el local estaba bastante concurrido, así que no le vi llegar hasta que le tuve encima. El Luis, su pareja indispensable de mus, aparecía y desaparecía tras el inflado contorno de Celes.
- Escucha K., -comenzó, tocándose las comisuras de los labios con los dedos pulgar e índice- hay algo que todos los del barrio nos hemos "dao" cuenta y tú andas in albis. Suponemos que andas en tus cosas con la cabeza distraída y no reparas en ello.
El Luis asentía tras él con sus ojos de búho.
Me encogí de hombros haciendo expedita mi ignorancia.
- Es la neblina que nos separa del resto de la ciudad, es....es....como si estuviese fraguando, como.....como..... si se fuese endureciendo; ya cuesta atravesarla. Sé que parece una gilipollez pero te juro que es tan cierto como el juanete que me lleva dando morcilla más de diez años.
Fuera o no fuera una estupidez, esta mañana he bajado hasta el límite brumoso. Sandra y Ramón Ruiz, abrazados, me han saludado desde la puerta de su farmacia, quietos en su lugar, diría que expectantes. Me he metido en el vapor como otras tantas veces y he percibido la resistencia como jamás hubiera imaginado. La niebla se pegaba a mi cuerpo como un obstáculo que hacía fatigoso mi paso. Acaso más densa, más turbia, más infinita, era un abrazo subyugante que parecía querer detenerte en ese limbo vaporoso para extraviarte en un mundo impreciso donde vagar sea la única existencia posible. Me costó más de diez minutos atravesarla cuando lo habitual apenas te llevaba uno. Al otro lado de la bruma, ya en la gran ciudad, fuera del barrio de Kavaranchel, el telón neblinoso seguía como si tal cosa, pizca más o menos como siempre estuvo.
- No vuelva a ese lado, señor.
La voz provenía de un hombre que vendía prensa en un kiosco junto al paso de cebra. Había sacado parte de su tronco por el ventanal de su negocio y agitaba su dedo índice en signo negativo.
- De ese lado sólo viven soñadores -continuó tras aclarar su carraspera- y los soñadores sólo acaban despertando tarde o temprano. Yo mismo viví más de un año de ese lado; éramos jóvenes mi mujer y yo y creíamos como niños en el ideal. Cosas de la juventud, ya sabe. Luego comprendimos que esos cretinos necesitan engañar para seguir engañándose. Nos dimos cuenta a tiempo, ¿sabe? Cuantos pobrecitos habrá a ese lado lamentándose por no tener los suficientes redaños para abandonar y venirse a esta parte. Esto es la vida, señor, hágame caso, y sino escoja usted cualquiera de estos periódicos a ver si hay tan sólo una frase que mencione ese lado obtuso de fantasía. No, señor, no la hallará ni aquí ni en el Kurdistán turco. Las cosas son como son y no como se sueña que sean, cosas de lunáticos o de jovencitos por rodar o de ancianos chochos que han perdido la chaveta...
Por megafonía se oyeron las campanadas enlatadas de una iglesia cercana. Chirrió el cierre de una panadería con pan congelado recién salido del horno. En la línea del semáforo dos autos blancos aceleraban buscando el ojo verde que les permitiera volar sus necesidades por las calles semidesérticas de la mañana dominical. Una muchacha con un chándal ajustado hacia flexiones enganchada a la barandilla de la acera vigilando un enorme reloj que destacaba en su muñeca. Una avioneta surcó en cielo encapotado de invierno enganchado a su cola un cartel: "NECESITAS ENERGIZARTE PARA SER PLENAMENTE FELIZ. BEBE "TRES BULL" Y ROMPERÁS BARRERAS".
- Comienza a moverse el domingo, señor -dijo el vendedor, frotándose animosamente las palmas de las manos- Quédese y no se arrepentirá.
Pero ya apenas le oí: forcejeaba de nuevo con la espesura de la niebla para regresar por dónde había llegado.
Al otro lado me aguardaba Ramón Ruiz con las gafas en mitad del caballete de su nariz.
- ¿Preocupante, K.?
Me preguntó, mirándome a través de mis ojos.
- Puede ser que sí, amigo.
Tras un breve lapso, enlazó su brazo con el mío para encaminarme a su farmacia.
- Seguro que Sandra ya tiene listo el café en la rebotica -me dijo- ¿Te gustan las perruñillas?