Jeannette Ramos Vega
27 días: Infidelidad
Que la cena esté servida y tibia, como si la hubieras terminado hace un instante, cuidando cada detalle, aún en medio del dolor. Espérame con flores frescas, sin el peso del tiempo ni de las lágrimas sobre sus pétalos. Que las almohadas conserven el aroma de nuestra noche pasada, cuando aún éramos dos, y no tres. Cubre los malos ratos con sábanas nuevas, esas que elegimos juntos, para que parezca que los recuerdos amargos nunca se posaron sobre ellas. Guarda las caricias cerca de la cama, como si nunca hubieran sido dadas a otro. Y en la puerta, deja una copa de vino recién servida, quizás para que el alcohol nos ayude a olvidar.
Prometo entrar en silencio, como si el peso de mis acciones no me delatara. Dejaré los zapatos afuera, junto con todas las memorias que puedan herirte, todas esas huellas de pasos que me llevaron lejos de ti. Llegaré antes de que sientas que me fui, antes de que el vacío te abrace y la soledad del engaño recién nacido te consuma. Abrazaré tu espalda con el mismo fervor de siempre, como si el amor no hubiese sido desgarrado, como si no hubiésemos dejado que una enfermedad letal, esa fiebre desesperada y fría de la traición, se infiltrara en nuestras vidas.
Quédate despierto, pero con los ojos cerrados, porque no quiero enfrentar la verdad en tu mirada. No quiero sentir que soy la medicina más amarga, la cura que nunca debió ser necesaria. El hielo en tu vaso se habrá derretido, convertido en la sopa de ayer, una mezcla de lo que fuimos y lo que perdimos. Mientras llego, por favor, no dejes de creer en lo que fuimos, aunque el peso de lo que soy ahora te hunda. No dejes de creer en el amor que alguna vez nos salvó, incluso cuando los cimientos han sido sacudidos por la tormenta de la infidelidad.
Quizás, al cruzar el umbral, intentaremos construir puentes sobre un río de dudas, donde la confianza se ha ahogado y las promesas flotan, rotas, en la superficie. Tal vez fingiremos que el perdón puede sanar lo que se ha roto, que las palabras pueden coser los desgarros invisibles de nuestras almas. Pero sé que el perfume de otra piel aún flota en el aire, mezclándose con el nuestro, como un recordatorio amargo de lo que he hecho.
Te pediré que me mires con esos ojos que me dieron vida, y tal vez en ellos vea un reflejo de lo que he perdido. No es solo el amor lo que he puesto en juego, sino la esencia misma de quienes éramos. No dejes que la oscuridad se asiente entre nosotros, aunque mi traición haya encendido la chispa que amenaza con consumirlo todo. Mientras llego, quédate despierto. No dejes de creer, aunque te cueste, aunque la fe en lo que éramos se tambalee bajo el peso de lo que hemos dejado entrar en nuestra casa.