Miguel Mora Morandeira
Intimidad. Publicidad
Naturalmente que existe un derecho a la intimidad corporal, física, a la defensa de los datos personales, a nuestras creencias, ideologías etc. Incluso se mantiene el respeto a la delicadeza en la transmisión de noticias desagradables que rodean los procesos de enfermedad – sobre todo en sus estadios finales – y en los instantes últimos de la vida.
Otra cosa es que en los momentos de cotidianidad que ocupan nuestra vida en la mayor parte del tiempo, se ha logrado que la protección de nuestra privacidad no nos importe ni a nosotros mismos. De un tiempo a esta parte ya no sólo nos interesamos por la vida privada de las personan famosas (la vendan o no ellas mismas) sino que nos hemos pasado todos a desear ser protagonistas: queremos nuestro "minuto de gloria" en el sentido de Andy Wharhol. La gente saluda feliz cuando la enfoca una cámara en cualquier acontecimiento deportivo, cultural etc. Aquí y en Shanghái. Se muestra satisfecha si le preguntan, aunque el suceso haya sido horrible: accidente de tráfico, violencia- también de género – por haber sido testigo de algo que va a salir en los "media". Aunque nunca, tampoco hoy en día, ni siquiera la fotografía garantiza el reflejo de la realidad.
La cultura dominante, uniformiza. Lo hace esencialmente a través de la publicidad que ocupa cada vez más espacio, y más tiempo, en los medios de comunicación. Se calcula que recibimos un impacto publicitario cada 10 segundos, alrededor de 6.000 mensajes publicitarios al día. Publicidad que encarece los productos y ocasiona que adquiramos muchas cosas que no necesitamos. Y no sólo, también incita a imitar al otro (u otra) en el terreno de la apariencia física. De ahí la proliferación de clínicas de estética. Es evidente que la menor importancia que concedemos a nuestro mundo privado es también responsable de la cantidad de gimnasios o peluquerías que ahora están expuestos a la gente que pasea. Lugares que anteriormente cuidaban mucho de no exponer su trabajo salvo al cliente.
Todo se ha transformado en público, si hemos renunciado a lo privado, a lo íntimo (el ejemplo de las redes sociales es demoledor) ¿cómo no vamos a aceptar que nos controlen por razones de seguridad? Sin embargo no nos interesamos por obtener información, transparencia, con algo también muy nuestro: el dinero. Lo hemos depositado confiadamente en planes de pensiones, fondos de inversión, cuentas corrientes. ¿Se comprarán armas con ese dinero que flota sin control de ningún tipo en la globalización financiera? ¿Podríamos ponerle sino una cámara, al menos un chip para saber si nuestros ahorros contribuyen a investigaciones biomédicas con las que no estamos de acuerdo, a matar, a arruinar países? Temo que la banca, "nuestras "empresas, nuestros políticos, no nos dejarían. El vergonzante uso que se hace de ello – ese sí que sería un espectáculo educativo e ilustrativo - prefieren mantenerlo oculto. El dinero tiene la privacidad que a nosotros se nos niega.
El "lavado de cerebro" que se produce, a través de los medios de información, por las élites gobernantes en cuanto a selección de noticias, algunos profesionales del periodismo etc. incrementa, también, la transmisión de un determinado estilo de vida cada vez más instalado en la sociedad. Eso que (sería muy largo ahora extenderse sobre ello) se resume en la denominada "posverdad" que manifiesta no sólo creencias, incluye nuestro mundo emocional.
A pesar de vivir en una sociedad tremendamente represiva, algunos poetas excelsos, es el caso de Vicente Aleixandre y de Gil de Biedma, supieron ocultar sus deseos íntimos más profundos y no por ello privarnos de poemas tan formidables como emocionantes. Quizás la poesía, como casi siempre ha ocurrido, sirve como alivio o escapatoria a la falta de libertad, al engaño al que se nos somete.
No me resisto a omitir (bien es verdad que recortados para no alargarme) dos poemas.
José Saramago:
En el silencio más hondo de esta pausa,
Donde la vida se hizo eternidad,
Busco tu mano y descifro la causa
De querer y no creer, final, intimidad.
Anna Ajmátova:
Hay en la intimidad un límite sagrado
Que trasponer no puede aún la pasión más loca
Siquiera si el amor se desgarra
Y en medio del silencio se fundan nuestras bocas.