Kabalcanty
La Pulsera (7ª parte)
Tuvieron que esperar hasta el descanso de la hora de comer para poder hablar con Arturo. Nada más entrar en el comedor común, los dos rumanos estaban apostados a un lado de la puerta de salida de emergencia. Sus gestos solemnes no extrañaron a Artuto: sabía de sobra a lo que venían.
— ¿Qué tal, camaradas? Os veo bien.
Arturo era un experto en líos y enredos ya que el mismo se los guisaba y se los comía. Tenía una amplia experiencia por lo que intentó dar a sus frases un aire de intranscendencia que contrastaba con el gesto adusto de los fontaneros.
— Creo que hoy vas a comer más tarde -dijo Dragos, tomándole por un brazo con fuerza- Nos tienes que contar varias cositas.
Arturo se dejó llevar. Llegaron hasta la entrada de la fábrica y se dirigieron a unos descampados repletos de escombros, sacos de cemento pétreos, piezas oxidadas de una grúa, todo restos de una obra postergada hacía mucho tiempo. Desde allí se divisaba la mole horrenda del edificio fabril.
— Escuchadme: os estáis preocupando por algo que va a quedar en agua de borrajas. Palabra de honor, camaradas.
Dijo Arturo haciendo detenerse a los otros dos.
Los fontaneros se colocaron frente a él expectantes.
— Arturo, es urgente dar con el brazalete. El jefe nos ha amenazado con denunciarnos con lo que perderemos el trabajo y lo mismo la libertad -dijo Cosmin intentando dar a sus palabras cierta cordura- ¿No hay cámaras de seguridad que nos digan quién la ha pillado?
— ¿O es que la tienes tú y nos has visto cara de imbéciles? -añadió Dragos más contundente.
Arturo Rodríguez Lampa era un tío resultón a pesar de sus cuarenta y tantos años. Se rumoreaba en la fábrica que era un crac con las mujeres y que su divorcio de años atrás con una espectacular cantante de cabaret, con la cual se decía que tenía una hija, tenía mucho que ver con su talento para engatusar féminas. Tenía un rostro aniñado, unos ojos verdosos y un cabello ondulado rematado con un gracioso flequillo. Era alto, de complexión fuerte y un deje varonil que sonaba muy convincente. Sabedor de todo eso en su persona, Arturo iba de mujer en mujer como de trapicheo en trapicheo, siendo un referente para asuntos turbios entre todo el personal de la fábrica. Trabajaba en la cadena de etiquetado, una de las más cómodas, además de haberse afiliado al sindicato y convertirse en enlace sindical con lo cual disfrutaba de permisos especiales para reuniones a las que casi nunca asistía.
— De momento, no os puedo contar mucho más porque es un tema oscuro y no debo irme de la lengua. ¿Entendéis? Pero os aseguro que esto no os va a costar ni el trabajo ni la cárcel.
Dragos se fue hasta él con el brazo el alto para sacudirle, pero Cosmin le detuvo antes.
— ¡Espera, Dragos! Con machacarle a hostias no ganamos nada.
Dijo conciliador interponiéndose entre ambos.
— Este es un jodido mentiroso -dijo Dragos, añadiendo un exabrupto en su idioma y fulminando a Arturo con la mirada- ¿Qué es eso que no nos puede contar? ¡El brazalete tiene que aparecer ya mismo, joder!
Arturo se retiró el flequillo de la frente y trató de exponer la mejor de sus sonrisas pacificadoras.
— El tema en menos de veinticuatro horas se arregla y aquí habrá paz y después gloria. Os lo prometo, camaradas. Y dejadme ese huequito reservado que de verdad no os puedo desvelar. Confiad en mí, por favor. Veinticuatro horas.
Cosmin y Dragos dialogaron en su idioma, primero más acaloradamente para luego bajar la efervescencia.
Fue Cosmin el que se dirigió a Arturo retirándole de su compañero de trabajo.
— Pero en veinticuatro horas solución -dijo ofreciéndole un apretón de manos peculiar- Sólo eso, tío.
Arturo estrechó la mano del rumano sacudiendo la cabeza.
Los fontaneros se fueron alejando en una conversación que se fue diluyendo al tiempo que sus figuras perdían prestancia en la acera del descampado.
Arturo los vigilaba con el teléfono sujeto en el bolsillo de su guardapolvo. Sus ojos verdosos se posaban en las espaldas de los rumanos como si fuesen las manillas de un reloj de cuco. Cuando la distancia le pareció prudencial, pulsó un número de teléfono en su agenda.
— Hola, tuerto……. Vale, joder, vale. Pero comprende que Estanislao es largo. No te mosquees que no lo digo por faltar….. Tú sabes que voy de legal y no quiero rollos malos….. Comprendo….. Ya. Venga…… Estanislao, ¿ha aparecido la pulsera? …… ¡Cojonudo!.....Ya, ya. Unos pardillos, ¿no? Claro….. Entonces….. Ya….. Joder, camarada, os lleváis buena tajada….Ya…..Lo tendré que consultar con la madama…. Ya….. Pero supongo que habrá trato…. Sí…..Además, entiendo, que tendremos que añadir lo que le habéis soltado a los pardillos esos….. Ya….. Sí….. Bueno, Estanislao, pues nos vemos en el Maravillas y hablamos serio. ¿Vale? Un abrazo para don Nicolás, no se te olvide, y gracias.
Se metió el móvil en el bolsillo del guardapolvo y aceleró el paso camino de la entrada de la fábrica. "Joder, me voy a tener que comer las lentejas como un pavo. ¡Los líos que me traen a mal traer!", pensó sintiendo un escalofrío.
Y es que el viento arreciaba bajo la techumbre de un cielo empantanado de nubes plomizas. Algunas palomas, clientas de la escombrera, buscaban refugio entre los intersticios de los sacos de cemento sacando sus cabecitas inquietas. Los hierbajos se curvaban en la base de los montones de escombros como si se inquietaran patitas de las montoneras. En la lejanía, la ciudad era un rimero nebloso igual que una imagen derretida por el fuego.
Arturo se detuvo unos metros antes de atravesar la puerta de la fábrica. Volvió a sacar el móvil y, tras sopesarlo en la mano pensativo, buscó un contacto en la agenda.
— Hola, amor. ¿Cómo estás? …… Perfecto, perfecto. Mira, vamos a tener que vernos esta misma tarde……Es muy urgente, sí……Claro, la pulserita, ese es el tema. Pero tengo a mano la solución ya….. Sí, yo también me alegro…… No quiero contarte nada más por teléfono porque veo que si me descuido no como….Sí, sí…. Entonces sobre las siete donde siempre…..Vale….Te quiero, palomita.