Kabalcanty
Las vísceras de la ficción (II)
Coge unas gafas sin lentes de entre el decorado desclavado que simula la línea de bordillos. Trabajosamente el viejo se endereza y me muestra el objeto recogido. Reconozco la montura de las gafas de Ramón Ruiz.
- La carcasa de una fábula, Elías.
Le digo, tratando de buscar su mirada azul.
- ¿Qué fue de tu vida?
Mi pregunta trae la noche. Tras la espalda de él, estalla una última pompa rojiza y la oscuridad ensalza su melena blanca y sucia.
- Fuera de aquellas páginas no tuve vida, Jesús. -responde, guardándose las gafas en el bolsillo interior del abrigo- He andando dando tumbos de acá para allá: cobijándome en albergues para personas sin hogar, bajo los soportales de la Plaza Mayor, en las salas de espera de los hospitales, en los cuchitriles de los cajeros automáticos, en los parques, en casas abandonadas... Un mendigo solitario más... hasta hoy.
Le interrogo con mi ceño.
- Tenía la esperanza de encontrarte -dice, tras un lapso, y ajustándose el abrigo- y cerrar mi paso por esta existencia anodina. Nunca debí dar el salto de las páginas y mostrarme a este mundo tan empírico. Nunca, pero una vez dado el paso ya no hay marcha atrás; tu recuerdo me ha pervivido todos estos años como algo curioso, inconcreto, olvidado y al tiempo pegado en la memoria. Un nombre para ti, una trashumancia insustancial para mí. Soy el ruido del fracaso que has venido escuchando desde entonces. Casi una obsesión para los dos.
Busco sus ojillos azules, sin embargo su timidez se aferra a la infinita avenida. El ladrido lejano de un perro nos hace sentirnos menos solos y buscar en esa dirección una pregunta que se seca dentro de nuestros labios.
- Siento ese sufrimiento, Elías, lo siento de verdad -le digo, aunque sé que lo que le voy a proponer posteriormente puede quitarme esa carga- Podrías quedarte aquí, en este barrio onírico donde todos serán tus iguales. Kavaranchel te acogería con los brazos abiertos y, quién sabe, podrías dar ese sentido a tu vida. Hoy no es el día adecuado para que veas esto como es de costumbre, pero quédate en mi casa y te prometo que mañana el barrio te parecerá ese sitio apropiado donde te reconocerás entre todos y cada uno de sus vecinos. Prueba y verás.
Me toma del antebrazo y me conduce unos metros hasta el centro del asfalto de pvc destartalado, ajado en su mayoría, rosetones del auténtico suelo de hormigón pulido se ven entre sus grietas.
- Estoy demasiado viejo y cansado para eso - me habla y tengo la sensación que lo hace en la distancia dentro de una machacona letanía que retumba y retumba en mi mente, en mi recuerdo- Sería muy penoso para ti verme un día y otro y otro y otro como un reproche constante del que ya renegaste mucho tiempo atrás. Dejemos así las cosas, Jesús, uno no se debe torturar tanto y con tan poco sentido.......
- ¡A la de tres, encendemos focos!
Inopinadamente surge una voz tras de nosotros. En unos segundos se encienden unos focos potentes que nos muestran un flamante automóvil dentro de un enorme cartel publicitario. Otra voz invisible grita autoritariamente : "Texto". "PON RUEDAS A TUS SUEÿOS POR TAN SÿLO 21.100 EUROS. DATE ESA OPORTUNIDAD PORQUE Tÿ CONDUCES TUS SUEÿOS"
Deslumbrado, trato de proteger al anciano con mis brazos pero pronto me doy cuenta de que sólo es su peluca blanca platino lo que tengo entre mis brazos.
- Toma audio buena. En diez minutos metemos vídeo.
Se escucha un murmullo cada vez más cercano y más luces que se encienden en lo alto. Alguien me llama pero yo he empezado a correr avenida arriba.
Se me debió escurrir la peluca en la carrera porque cuando llego a casa Ana no la menciona, ni siquiera después, pasada la asfixia de la galopada, comentando frente al receptor algo sobre el pelo canoso de un desaparecido de la serie de televisión Sin rastro.
- Me recuerda la melena de Alberti, ¿a qué sí?
Me dice ella y luego me besa en la comisura de los labios. Noto la levedad de su beso como una enorme certeza que me embadurna de arriba abajo. Después asiento, estrechándola contra mi costado.