Kabalcanty
Un asunto de mal olor (6ª parte)
No tuvo fuerzas para arrastrar el cadáver del detective, así que lo cubrió con una manta vieja y colocó delante el sillón donde se aposentó él. Con unas toallas empapó la sangre del suelo del saloncito y lustró el busto de Beethoven para volver a olvidarlo sobre la cómoda.
Leire, tras los trabajos, se sentía cansada pero de muy buen talante. Sus preocupaciones habían volado y sólo ansiaba que pasaran raudas las horas que faltaban para volver a ver a Noelia. Era el motor de su vida. El amor platónico que profesaba hacia la cajera ensoñaba todos sus pensamientos como si su amor ya fuera una realidad incontestable y fuera únicamente cuestión de horas su cumplimiento.
Fue a sentarse en su lugar en la ventana para subir otra foto con texto a Facebook. Se sentía pletórica, en ese momento idóneo para expresar su sentimiento con las palabras o versos de sus poetas o escritores preferidos, y no le fue difícil hallar una fotografía y un texto acordes. Cuando tuvo su conjunto y pulsó la pantalla de su móvil para nutrir la red social, cerró los ojos y no los abrió hasta esa espera que consideraba oportuna. Al abrirlos frunció el entrecejo y una oleada de indignación curvó sus labios. "¡Idiotas!", exclamó lanzando el móvil sobre el paño de la mesa baja. Fue a recurrir a la consabida frase de su madre, pero algo se cruzó en su memoria. "Mala hija, no concedes el descanso que merece tu madre", escuchó a sus espaldas al lado del cadáver. "Nunca serás feliz porque odias demasiado", volvió a retumbar la voz, ahora removida por los visillos de la ventana. Miró la calle buscando algún asidero pero sólo encontró la calima que enturbiaba la panorámica.
— ¡Madre, déjame vivir mi vida! -gritó incorporándose- Háblame con la voz dulce que te dejaban los calmantes.
Dijo, más serena, escudriñando el fondo oscuro del pasillo.
"No te angusties, mi niña, tú eres tan emotiva, tan delicada, que no comprendes que haya personas frías. Es tan insensible la gente, tanto, tanto.", un hálito parecía emanar de aquella lobreguez maloliente. Leire fue a por el móvil. Tenía dos likes. Respiró hondo para asentir risueña.
Sobre las cinco de la tarde el timbre de la puerta volvió a sonar dicharachero. A pesar de que los últimos días sonaba demasiado, Leire se sobresaltó contrariada como de costumbre. Aunque esperaba que sonara, ahora se convertía más que nunca en una amenaza. No podía dejar pasar a nadie.
— Señora Leire, vengo con el "fonta" para arreglar la avería. -era la voz del portero suplente- Tienes usted que abrirnos para que podamos dar el agua.
Ella resistía en silencio. Desde la puerta de la cocina observaba impasible la puerta.
— Usted no suele salir, así que háganos el favor de abrir. El "fonta" dice que será cosa de un par de horillas.
Cerró de golpe la puerta de la cocina. Se colocó unos auriculares para escuchar una emisora de radio en donde pasaban un consultorio que seguía sobre el cuidado de las flores. Hoy tocaba el jazmín y sus doscientas especies.
Estuvo desconectada hasta que el sol comenzó a enrojecer. No parecía que hubiera nadie tras la puerta y en la escalera no se escuchaba trajín alguno. Leire creyó oportuno sacar esa botella de anís para comenzar a animarse. "Esta noche tengo que echar el resto", se fue diciendo mientras buscaba la botella en la alacena. Cogió una copa más grande que la vez pasada, la más generosa que halló, y dejó caer la bebida transparente con delectación. La consistencia de la bebida se acomodaba voluptuosa en la copa. La puso al trasluz de la luz rojiza que entraba por el ventanuco de la cocina y le resultó fascinante, como una pócima embrujadora que le traería el más hermoso de los amores. "Te estás equivocando, pecadora", derramó el primer sorbo al oír ese vaharada de viento inoportuno. Dejó la copa sobre la mesa para irse enérgica al inicio del pasillo. Observó desafiante la opacidad al tiempo que la fetidez le mandaba un mensaje: "¡Bollera indecente! Has manchado el nombre de la familia." Leire escupió lo más lejos que pudo. "¡Ya no eres nadie, madre!", despotricó cargando toda su iracundia y extendiendo su dedo índice. Entró en la cocina y rellenó su copa.
Sentía los efectos del alcohol en la tercera copa cuando sonó el teléfono. "¿Señora Leire? Buenas tardes, soy la madre de Noelia" La efusividad que le proporcionaba la bebida le procuraron una amabilidad excesiva. Sin venir al caso, adjetivó a Noelia con toda clase de lisonjas que remachó diciendo "… que estoy segura adornarán también a su señora madre". "Señora quiero ser muy clara y concisa con usted: Noelia no acepta su propuesta de trabajo. Está estupendamente en su trabajo y no quiere dejarlo por hacer ese "experimento" que usted le propuso." Leire se quedó atónita. Toda su exaltación quedó petrificada en un suspiro de hielo que la mantenía aferrada al móvil sin poder articular palabra. Ante ella, como una imagen repetitiva que se deshojaba y volvía a florecer, veía despeñarse su ilusión mientras una risotada cruel resonaba desde una altura imprecisa. Ante su mudez, la madre de Noelia debió colgar pues el teléfono quedó silencioso. Tal vez había dicho algo más, pero Leire ya no escuchó nada. Dejó el móvil sobre la mesita, como quien deja parte de su cuerpo, y se puso a caminar por la casa sin rumbo fijo. Arrastraba los pies porque su osamenta le pesaba de manera casi insoportable. "Mamá, ¿has sido tú?", musitó al fondo del pasillo repitiéndolo varias veces. "Querida, sólo yo te conozco bien. Las dos juntas, como siempre estuvimos, superaremos este revés. Ven, no te disgustes. Ella pierde más que tú". El aire hediondo del fondo del pasillo traía un susurro suave y frío. Leire movió la cabeza, al principio con lentitud, luego con energía. Negaba y negaba a la vez que manoteaba al aire pestilente como si se tratase de una forma somática.
— ¡Abra la puerta, somos agentes de la policía municipal!
Se alarmó con el timbrazo y las voces contundentes del exterior de la puerta.
Se apresuró para ir hasta allí. Comenzó a arrastrar alocada todos los muebles que estaban a su alcance para parapetarlos contra la puerta. Actuaba con un frenesí que activaba todos sus músculos. Fogosa juntaba cualquier trasto, ropa, algo que detuviera el asalto. También arrimó el sofá que cubría al cadáver del detective y hasta el busto de Beethoven lo lanzó contra la puerta partiéndolo en varios pedazos. Todo estaba en penumbra, tan sólo la bombilla de la cocina creaba un haz de luz que partía la casa en dos mitades.
— ¡Abra, señora, los operarios tienen que entrar para arreglar la avería! Por su negligencia está media comunidad sin agua. ¡Déjenos entrar o tendremos que derribar la puerta!
Pero ella no escuchaba. Sentía el miedo, el rencor, la ilusión disolviéndose a su alrededor. Su vida ahora no tenía sentido y ellos quería mofarse. Ellos y sus conciencias adocenadas. "Ellos….sí….mamá. Ellos"
"No te angusties, mi niña, tú no eres como ellos. Eres tan especial y delicada que ninguno te comprende como yo." Leire, fatigada, sudorosa, se apoyó en una pared y se dejó caer. Embelesada, sonreía a una sombra que le pareció ver cruzando la frontera de luz de la cocina.