Manuel Pérez Lourido
Verano, tal vez
Estoy casi seguro de que estamos en verano. Llevo un tiempo sospechándolo, tomando como evidencia la indumentaria de las personas con las que me cruzo por la calle. Claro que yo me visto igual que hacía en primavera, por lo que a lo mejor estas personas se encuentran en el mismo caso. No sé. Digamos que las temperaturas son bastante altas, que hace un par de semanas que no llueve y que los periódicos sobre fútbol están llenos de noticias acerca de fichajes reales e inventados. Es todo muy sospechoso. He ido a trabajar hasta el viernes pasado y no sé qué ocurrirá a partr de ahora. Si resulta que cojo vacaciones el misterio estará resuelto.
Mientras, no me incomoda la indefinición: es mi estado natural, me muevo por sus aguas como un pez. Tanto me da como tanto me tiene. Lo que sea sonará. Podría seguir con frases hechas de este calibre hasta el punto y final. En realidad, no tiene mucho sentido buscar la definición total en este continuum tan impreciso que llamamos realidad. Y muchas veces, además, es mucho mejor no hacerlo. Las cuestiones que no se revelan por sí mismas no conviene someterlas a escrutinio alguno: hay políticos en este país, y en otros semejantes, que han hecho de este sistema un pilar de su éxito.
Llámale éxito, llama arrastrarse durante un par de legislaturas.
Querer tenerlo todo claro y meridiano es una patología como otra cualquiera. Desconozco cuál exactamente, en línea con mi tesis de que se vive mejor en tierra de nadie. Insisto: lo que el tiempo ha de desvelar es mejor resistir la tentación de intervenir para hacerlo uno mismo. Recuerdo cuando Jordi Pujol fue llevado ante la Justicia por culpa de sus devaneos contables y dijo aquello de agitar el árbol para que cayese un cúmulo de desgracias de él. Sus metafóricas palabras fueron prontamente escuchadas y el honorable jamás pisó los umbrales de la cárcel. ¿Por qué ponerse a saber, así a lo loco, si, como dice la Biblia, "el que añade ciencia, añade dolor”?
Pero estábamos con las sospechas de verano, que evidentemente dejaremos en el barbecho de la especulación. Nada de regarlas con apelaciones al calendario u otros artefactos o constructos diseñados para algo tan absurdo como tasar el tiempo. El verano es el ámbito de las elucubraciones por antonomasia, pues nunca se elucubra tanto como cuando no se tiene otra cosa mejor que hacer, u otra cosa en general. El dolce far niente conduce la mente a callejones sin salida, que tiene que superar a base de divagaciones de todo tipo pues de otro modo se pudrirían las neuronas. Estoy lanzado en esta tesis de un modo salvaje, lo sé. De ahí mis intensas sospechas de verano. Aunque, a fuerza de ser sinceros, y los lectores que (aún) me siguen se habrán dado cuenta a estas alturas del artículo, las divagaciones son marca de la casa y no respetan meses o estaciones.
Para concluir: ¿y qué si estamos en verano? No pasa nada. Se asume y punto. No hay que volverse loco: "la primavera ha venido y nadie sabe como ha sido” dijo Antonio Machado (y aún así consiguió llegar a ser un poeta de renombre). Pues el verano igual, no iba a ser menos. Otra cosa es que al verano le falten los palmeros que le sobran a la primavera, una estación que siempre ha ido sobrada de devotos partidarios. Otra cosa es que se pueda acusar al verano de algo y que luego amenace con irse de la lengua para dejemos de "remexer”. Pues dejamos y ya está. ¡Viva el verano!