Kabalcanty
El chaval de la coleta
Cuando el miedo te espolea saltan todos tus resortes primarios y buscas cobijo para tu supervivencia hasta en el lugar más inhóspito de la tierra. No importa, si en tu desbandada, enseñas el trasero que con tanto esmero protegiste, ni que desoigas a tu propio padre implorándote contención y sosiego; el miedo muerde y sus chillidos se expanden, casi sin querer, a lo largo y ancho de tu boca, máxime cuando ese pavor te cuelga en una entraña inaprensible, latente.
Algo de eso ha ocurrido en este país tras el resultado de las elecciones al parlamento europeo. Un tipo joven, escuchimizado, de media barba y con coleta, llamado Pablo Iglesias, que presume de comprarse la ropa en hipermercados, ha sembrado toneladas de miedo entre las "castas", como él mismo las llama, que ostentan el poder y que se han apoltronado varios lustros repartiéndose el mejor bocado. El terror ha sido tan elocuente entre estas "castas" que se están apresurando frenéticamente en blindar su status con extraordinarios congresos, abdicaciones, apremiados decretos, coronaciones, renovaciones exprés, posibles uniones, o urgiendo a sus voceros oficiales desprestigiar públicamente al chaval de la coleta. No hay nada más que ver su cara de estreñidos cuando disertan sobre el resultado electoral con su gastada terminología política. Créanme que si pudieran arrancarle el cabello pelo a pelo lo harían, aunque ya sabemos que después alegarían una alopecia súbita, en aras de la integridad del estado, como siempre, por supuesto, para justificar su acto.
Y lo más curioso de todo este tema es que Iglesias, el de la coleta, sólo ha hecho una cosa simple para que cunda la alarma entre los opulentos: mencionar directamente las demandas del pueblo llano, hablar claro en nombre de aquellos que están cansados de soportar la presión de la suela. Con aplomo, desparpajo, sinceridad y lenguaje docto y directo ha sacado de la cueva el grito de los desahuciados, los desempleados, los empleados a sueldos basura, los enfermos, dependientes o no, los jubilados, los jóvenes retenidos en el redil, las mujeres manejadas... todo el elenco de seres olvidados para los que nunca se gobernó, aún asegurándoles lo contrario machaconamente, con desfachatez en los últimos tiempos, durante casi cuarenta años. Este país que salió del enranciamiento de la dictadura franquista, que tuvo que pasar una obligada Transición para templar todas las gaitas, ha hecho de la democracia un patio de vecinos edulcorados, figurines de escaparate, lamentables, tan similares en el interés de hacerse a todo con tal de que no les falte de nada. Una burla para los que debieran representar.
Estuve a punto de no creer más en ningún político, de dejarme llevar por la inercia del vértigo y dejarlo todo en manos (tal y cómo esperaban) de todos esos potentados, políticos de salón, confesores de nimbo terrenal, que van dejando cada vez más vacio el solar, sin embargo este chico de la coleta, Pablo, me ha hecho detenerme y sopesar su voz, sus palabras, tan mías como las de muchos otros que transitamos por la escombrera que tienen a bien dejarnos. Como se mueve en un terreno de lobos y aves carroñeras, tan temerosas y a la defensiva como dije al principio, es lógico pensar que será herido y obstinadamente vilipendiado para que desista, pero tengo la esperanza, tendida al sol para que se endurezca y persista, que algo definitivo e ilusionante ha traído esa jornada electoral del pasado 25 de mayo. Se llamará Pablo Iglesias o Perico El De Los Palotes, pero será diferente a los que nos gobernaron hasta ahora.