Kabalcanty
Los suburbios de los poetas
El barrizal me deja los zapatos irreconocibles. Montañas de vertidos de detritos se alzan en una interminable cordillera que me rodea ajeno a cualquier otro mundo. El olor a putrefacción me ha dejado sin arcadas y camino con el estómago revuelto pero sin detenerme ya, recordando el camino recorrido el año anterior. Un arroyo inmundo recorre a mi izquierda esta cloaca urbana. Ratas como conejos me observan indiferentes royendo lo incomestible. Una manada de chiquillos sucios, de cabellos indomables y pardos, me dice que debo andar cerca de ese gueto que la gran ciudad esconde a ultranza por senderos intratables e intencionadamente peligrosos. Me gritan algo agitando sus puños renegridos, pero solamente les soslayo y me preocupo de seguir mi camino hediondo. Una bandada de gaviotas invade un charco acharolado donde yace un perro con medio costillar al aire. Chillan enloquecidas dando pequeños vuelos de estrategia en torno al agua infame. Para los críos el clamor de las gaviotas no es la novedad, lo es mi presencia silenciosa y mi olor intruso.
Tras las últimas boqueadas de una montonera de cable requemado, vislumbro al fondo un enjambre de chabolas. El turbio sol de la mañana las marca como cicatrices en la tierra, ampollas que habrán de recocerse en pleno verano. Me parece un poblado diferente al del pasado año.
Bajo la pendiente con cuidado para no resbalar y echar a perder el paquete que llevo. A la puerta de una de las chabolas, un viejo está sentado y metidos sus pies en una palangana desportillada. Me acerco a él y le pregunto.
- ¿El "tarao"? -me responde tras repetirle tres veces la pregunta- La última casucha a espaldas d´esa trastera de tablas. Cuidao con él, payo, que tié mu malafollá.
Al poco, me enfrento con una cortina hecha jirones junto al esqueleto del asiento de un automóvil.
Cuando me oigo decir "Raúl", le veo junto a mí, treinta años atrás, poetas locos presumiblemente revolucionarios, vendiendo la revista "El paseante" por el bario de Las Letras. Nos oigo reír sin compromisos, desenvueltos y ebrios de vida.
Una barba de náufrago y un manojo de cabellos apelmazados bajo una gorra mugrienta con las letras "Yankees", me sonríe a través de una fila de dientes amarillos. Las bolsas bajo sus ojos parecen quererlos desalojar de sus cuencas y arrastran su mirada hacia un sanguinolento borde limítrofe con su barba.
Nos abrazamos y me hace pasar a su inmunda morada. Entre un olor a humedad rancia y orines, dejo sobre la mesa, una puerta elevada sobre seis cubiertas gastadas de coche, dos columnas de tres, la bolsa de plástico con cuatro cuadernos de cien hojas cuadriculadas y un paquete de bolígrafos de tinta azul y punta fina. El presente que le traigo todos los años sin temor a equivocarme.
Enseguida me invita a sentarme frente a la mesa sobre unos bidones pequeños que contuvieron alquitrán impermeabilizante. Limpia la mesa con la manga de su cazadora vaquera deslucida y saca un par de botes de cerveza de un cubo con agua.
- Cuéntame, cuéntame, K. -me dice, alcanzando un bote de cristal con tabaco- ¿Te hago uno?
Le enseño mi cigarrillo electrónico y se parte las tabas tras unos segundos de titubeo.
- No me jodas. ¿Fumas de mentira?
Luego hemos enlazado parecida conversación de años atrás. Dos amigos inseparables que tomaron caminos diferentes en la edad de la razón para coincidir, al cabo de los años, en estatus parejos. Uno desaseado y habitando el albañal de sus alucinaciones, otro bajo un sombrero de fieltro negro ocupando un barrio idealizado. Ambos perdedores natos sobrevivientes.
- ... Escribo todos los días, sobre todo poesía, mira -me dice Raúl, mostrándome tres de los cuatro cuadernos que le llevé el año pasado- Estos los tengo llenos de poemas.
Le pido que me deje hojearlos.
- Quita, quita, que si los lees me quitas charleta - sostiene, guardando los manuscritos rápidamente - El año que viene o al otro, mejor.
Le cuento que yo apenas escribo, que me flojean las ganas cada día más y más.
- ¡Bah, ni caso! No conviene forzar: si no se siente uno con ganas de decir, se para y punto; ya llegará la hora y si no, pues mutis por el foro, K. La vida es algo más que contarla en un papel, los dos lo sabemos. Te cuento: aunque me veas viviendo entre toda esta mierda y al lado de gentes poco recomendables, te aseguro que tengo muchos momentos en el día que me siento jodidamente bien. ¿Sabes? He montado un chamizo donde enseño a leer y a escribir a toda la chavalería de este suburbio. Les leo a Flaubert, a Baroja, a Onetti...... y me siento cojonudamente viéndolos cómo me escuchan. Muchos dicen que se me ha ido la olla, pero todos me respetan aunque se rían de vez en cuando.
Desde sus decaídos ojos, una lucecita de paranoia desbocada se ensortija hasta gotear al final de su barba.
- Te acerco al metro en bicicleta.
Me dice resuelto cuando le anuncio mi partida.
- Coño, te has motorizado.
- El progreso, K., el progreso.
Me contesta, simulando una seriedad académica.
- Ven a verme más a menudo, si puedes.
Le animo a que venga a Kavaranchel.
- No, no, no soporto la ciudad, ni aun siendo ficticia. No nos toleramos.