De trabajadora a okupa en el sofá de la vecina en sólo un año
Por Mónica Patxot & Natalia Puga
"Estamos desmantelando la casa". En poco más de una hora, toda la vida de Susana y, en especial, los últimos seis años y medio que llevaba residiendo en un piso de la calle San Nicolás quedaron reducidos a un montón de cajas y bolsas de basura acumuladas a lo largo de las escaleras del edificio y en rincones de la casa de su vecina del primero.
Con la ayuda de su hija y de varias amigas, y con la única luz de una linterna en las escaleras y pequeñas lámparas repartidas a lo largo de la casa, esta pontevedresa de 51 años se afanaba de un lado a otro de la vivienda, agobiada ante la cantidad de pertenencias que debía recoger y la presión de que una procuradora esperase fuesa para cerrar la puerta del que había sido su piso para que ya no pudiese volver a entrar. Horas antes había sido desahuciada sin notificación previa, la cerradura ya había sido cambiada y seguía descolocada por el vuelco que acababa de dar su vida en las últimas ocho horas. Y el cambio radical que ha dado en el último año.
"¿Qué hay en esa bolsa? Ni lo sé. Ya se verá otro día, cuando tenga donde dejarlo". Eran algunas de las frases que compartía con sus compañeras en esta mudanza apresurada. Tuvo que hacerla entre las 19.10 y poco después de las 20.00 horas de este martes mientras se encontraba "aún en estado de shock", como ella definía mientras aguardaba dando sorbitos a un café en el salón de la casa de su vecina Maribel, que la acogerá hasta que logre poner orden en su vida. "Dormiré en el sofá. Y gracias. Aún menos mal que ella me deja guardar mis cosas y quedar aquí".
Toda su vida ha trabajado, con 24 años se vio sóla con una niña y tuvo que sacarla adelante. La pequeña ya tiene 26 y vive con su novio en un piso en el que no puede acogerla. Limpiando en casas y asumiendo todos los empleos que le iban saliendo lograba llegar a fin de mes. Hasta hace apenas un año. La crisis hizo que sus últimos jefes tuviesen que prescindir de sus servicios y ya no ha podido volver a emplearse.
Solicitó una Renta de Integración Social de Galicia (RISGA), pero tardó un año en recibirla. Mientras tanto acumuló una deuda que la ha llevado a la situación de este miércoles. Debe un año de alquiler. Ahora que ha empezado a percibir 400 euros ya podría hacer frente, a duras penas, al pago, pero la ayuda ha llegado tarde. Su casero ya la había denunciado, se celebró un juicio y el juez ordenó el desahucio.
Susana no se queja de que se haya ejecutado este desalojo, "al no tener trabajo, se te acumulan las facturas y no puedes pagar", y hacía una semana que su abogada le había dicho que en algún momento se le notificaría una orden de desalojo. Lo que le molesta es que esa notificación nunca llegó. Hata las 10.30 horas de este miércoles. También pensar en las formas en las que fue desalojada y en que ha llegado a esta situación porque "tardaron un año en darme la ayuda", sino ella nunca habría llegado a acumular tal número de impagos.
"Se me bloqueó la cabeza y no sabía qué hacer. Estaba temblando y llorando, histérica de un lado para el otro, buscando al gato"
"Policía, policía. Abra la puerta o si no la abre entraremos igual y cambiaremos la cerradura". El grito retumbó en todo el edificio, pero sólo lo oyeron Susana y una amiga de su vecina de abajo. Eran agentes de la Policía Nacional, personal judicial, una procuradora y un cerrajero. O eso le ha contado su vecina. Ella no puede recordarlo con claridad, lo que pasó en los minutos posteriores "son como recuerdos en una nube, sé que había un montón de gente, pero no recuerdo ni cuantos ni su cara".
"No me llegó ninguna notificación" fue su respuesta. Ellos insistían en que su abogada del turno de oficio y su procuradora tenían que habérselo comunicado y en que le había dejado un documento por debajo del portal, pues el edificio no tiene timbre ni buzón en el exterior. "Allí no pusieron nada, sino yo lo había visto", asegura su vecina Maribel. No escucharon sus explicaciones ni le dieron tiempo para recoger, "si lo supiese dos o tres días antes ya lo habría recogido todo".
"Estaba en pijama, tuve que vestirme el jersey y el pantalón que encontré, con la puerta abierta, y empecé a buscar al gato, pero no lo encontraba. Fue horrible, me dio un ataque de ansiedad. Di unas cuantas vueltas por la casa porque no sabía qué hacer. Se me bloqueó la cabeza y no sabía qué hacer. No sabía qué coger, si el gato, el dinero, el ordenador o las bragas. Yo estaba temblando y llorando, histérica de un lado para el otro, moviendo los muebles, buscando al gato".
Lo encontró detrás de la nevera, lo cogió "con cuatro trangalladas" y ya cambiaron la cerradura y se encontró en la calle. La procuradora le ofreció regresar por la tarde para dejarle entrar en casa y recoger sus cosas. La esperaba a las cinco y llegó a las siete. De nuevo, "lo que me molestan son las formas". Ha decidido que "presentaré una denuncia en el Colegio de Abogados para saber por qué no se me notificó".